Por Martín Rodríguez Yebra, La Nación/GDA
A Javier Milei le dieron una noticia buena y una mala. La buena es que depende de sí mismo para ganar el balotaje. La mala, también.
El candidato de La Libertad Avanza atraviesa una montaña rusa emocional desde la primera vuelta, en la que Sergio Massa lo superó inesperadamente por casi 7 puntos. Pasó de la frustración inicial al desconcierto, saltó sin red hacia un pacto con el macrismo y recuperó la esperanza a partir de la aparición de encuestas que constatan que la definición está abierta.
Se quedó en el hotel Libertador desde la noche electoral, como un turista al que le cancelan el vuelo. En ese edificio se construye a marcha forzada un proyecto de gobierno. Milei recalcula sus planes, en medio de un trasiego de cuadros técnicos del Pro que asisten al casting urgente de potenciales funcionarios que celebra Nicolás Posse, candidato a jefe de Gabinete.
Los libertarios asumen el peso del poder a la vista. La impresión es que se acabó el show de la motosierra, las discusiones inconducentes y los mimitos con Fátima Florez. “Eso les alcanzó para llegar al 30%. A partir del acuerdo con Mauricio (Macri) es como si los adultos se hubieran hecho cargo de la situación”, explica un allegado al expresidente. A las Fuerzas del Cielo les llegó la hora de bajar a la Tierra.
Quienes tratan a Milei relatan que había pasado momentos de enorme estrés y que se convenció de reducir los niveles de exposición después de la fallida entrevista en A24 en la que desparramó gestos y frases desconcertantes.
Limitaron el número de voceros propios y dejaron en manos de un amplio elenco de macristas la comunicación del mensaje de “cambio vs. continuidad”. Es una campaña tan atípica que la promoción de un candidato la hacen los rivales a los que venció y en lugar de exaltar sus virtudes alertan sobre el daño mayor que su triunfo podría evitar.
En el comando libertario se convencen de que es la mejor estrategia. Que el esfuerzo lo haga Massa, que se ubique él bajo los reflectores y que se enfrente a la crítica por su manejo de la economía. Milei aprovechó el relativo encierro para reordenar a su tropa. Decidió ratificar el plan de dolarización y también a Emilio Ocampo como candidato a presidir el Banco Central.
La campaña de Milei es tan atípica que la hacen los rivales a los que venció
El desafío de Milei es ofrecer una imagen presidencial en las dos semanas que quedan hasta la definición. Cerca de Milei asumen que la provincia de Buenos Aires será de Massa. Esperan un buen desempeño en Capital (acaso con mucho voto en blanco), en Santa Fe y Mendoza. El operativo de fiscalización conjunta con el Pro avanza entre signos de interrogación. Hay intentos por sumar al plan a la UCR bonaerense y de otras provincias, como Mendoza, donde los libertarios están flacos de manos.
Massa se asienta en el miedo a Milei y prepara la ofensiva final. Podía darse el lujo de tener un susto y lo tuvo con la crisis de la nafta.
La bronca de la gente que no podía llenar el tanque lo obligó a poner la cara y jugó a mostrarse como el responsable de solucionar el conflicto que su gobierno había propiciado. Uno de los éxitos hasta ahora es haber sido capaz de venderse como un cambio posible, como si no tuviera culpas por este presente agobiante para una enorme mayoría de la población.
Absorbió el voto duro del kirchnerismo, con Cristina muy presente en el inicio de la travesía, y se fue desintoxicando a medida que se sintió seguro, hasta quedar solo en el escenario. Cristina ha seguido con lealtad las instrucciones que le dieron. Aparece y desaparece de la campaña como una ilusionista. Pero nadie en su entorno asume como cierta la idea de Massa de que se jubilará plácidamente “para mirar desde afuera la vida pública”.
Los pibes de La Cámpora se lanzan a la gesta de parar a Milei, pero no muerden la carnada de un nuevo tiempo edulcorado, en el que el “Estado presente” se convierte en “Estado eficiente” y en el que un nuevo jefe concentra el derecho de recalibrar el GPS ideológico o la dirección de los negocios.
Sergio Massa le ofrece a Cristina escucharla, no operarla a sus espaldas y que se hará cargo de todas las decisiones que tome. Todo lo contrario de lo que hizo Alberto Fernández en la odisea a su ocaso. ¿Le alcanza con eso a la Jefa? “Todavía no ocurrió la conversación en que Massa y Cristina se sientan a repartir el poder”, sugiere un dirigente de peso en el oficialismo. Primero hay que ganar.