Martín Rodríguez Yebra - La Nación (GDA)/AFP
Desde hoy podría esclarecerse lo que sucederá en Argentina en las elecciones presidenciales del 22 de octubre, a partir de las reacciones al debate televisado de esta noche entre Sergio Massa, Javier Milei y Patricia Bullrich,el cual está generando expectativas y ayudará a definir a los indecisos.
En lo que sí hay consenso entre los analistas desde ya, es que el kirchnerismo no está bien parado como muchos seguidores quisieran. Aunque si algo caracteriza a la Argentina son las sorpresas.
La Nación, en la minuciosa autodestrucción del kirchnerismo a manos de “la Jefa”, analiza cómo la forma en que Cristina Kirchner lideró el Frente de Todos hizo más que sus opositores para empujar a su movimiento a una lucha complicada por la supervivencia.
Allí se señala que Milei y Bullrich se disputan un mérito ajeno cuando discuten quién de los dos está mejor preparado para “destruir al kirchnerismo”. De esa tarea se ha encargado con minuciosa precisión Cristina Kirchner desde el momento en que decidió vaciar de autoridad a un gobierno en crisis. Dueña de un liderazgo indiscutido en el peronismo, usó el poder para blindarse en una burbuja ajena a las culpas y dejó a la Argentina en manos de una burocracia sin cabeza.
Alberto Fernández, el presidente que ella moldeó hace cuatro años con la fuerza de un tuit, fue incapaz de sobreponerse al golpe palaciego que el kirchnerismo le dio, con el ministro Wado de Pedro a la cabeza, el día posterior a la derrota en las PASO de 2021. Desde aquel día su gestión consistió en esperar el final, con “la Jefa” dispuesta a concederle el oxígeno justo para seguir braceando hacia la orilla.
Cristina se ubicó en una cabina imaginaria, como una comentarista de ESPN, a observar el derrumbe. Dejó que el presidente de un país presidencialista se paseara por la vida como Bruce Willis en El sexto sentido ante una platea que ya conocía el final. Ella se regodeó con regularidad cartesiana de aquello en lo que había convertido a su criatura y hasta pareció gustarle el resultado.
“Es culpa de Alberto”, fue la frase que marcó el período. Alberto extendió demasiado la cuarentena. Alberto demoró las medidas de expansión del gasto para los sectores más vulnerables. Alberto eligió los candidatos legislativos que perdieron. Alberto se entregó al FMI sin pelear. Alberto enredó a la coalición de gobierno en unas primarias que iban a ser dañinas. Al peronismo le gustó el refugio confortable de la irresponsabilidad. Los gobernadores trazaron fronteras políticas en sus provincias, despegaron las elecciones de las nacionales y ofrecieron a sus votantes un discurso antiporteño, que les permitió maquillar apenas el señalamiento al gobierno fallido. Los sindicalistas y los movimientos sociales se replegaron a blindar sus privilegios: negociaron beneficios estatales a cambio de paz en las calles. Hacen marchas para apoyar en lugar de protestar por la licuación de los salarios.
Los intendentes del conurbano se concentraron en sostener el asistencialismo y alimentar el aparato partidista para no fallar el día de la siguiente elección.
Cristina y sus pibes se obsesionaron por rescatar del fuego el capital simbólico de un pasado idealizado. Creyeron que la autopercepción de lo que fueron podía tapar las miserias de la Argentina que se iba gestando ante la ausencia de un programa para evitar la caída.
Massa
Sergio Massa irrumpió en el gobierno cuando el daño de semejante experimento estaba avanzado. Fue un instrumento de Cristina para evitar lo que metafóricamente la política nacional llama “el helicóptero”: la renuncia del Presidente, que la hubiera obligado a ella a sentarse en la silla eléctrica de la Casa Rosada.
Con un año y medio por delante, en una corrida cambiaria, Massa descartó aplicar un plan de estabilización y se dedicó a administrar placebos en un cuerpo enfermo. La misión consistía en que la crisis se notara lo menos posible: las cuentas le daban para edificar una candidatura presidencial con alguna opción de éxito porque la oposición estaba fracturada. Solo había que ayudar un poquito a Milei.
La épica de la valentía -”agarré el fierro caliente”- fue el activo del ministro, que no perdió la oportunidad de usar a Fernández como coartada. Con la cortesía módica de no olvidarse nunca de la herencia de Mauricio Macri.
La sequía se interpuso a su audacia. Sin dólares, con un jefe del gobierno sin vocación de hacer reformas, la Argentina se internó decididamente en el círculo vicioso de inflación y devaluación. Los números de la pobreza asustan y el tejido social se deteriora.
Al kirchnerismo le llegó la factura por el lujo de tirar a la marchanta dos años de gestión. Puesta ante el desafío electoral, “la Jefa” aceptó que fuera Massa el encargado de rescatar votos entre las ruinas. Pero el candidato ministro se mueve como un rey Midas blue: todo lo que toca lo convierte en pesos.
Diálogo Miilei y The Economist
Tres semanas después de las críticas hacia Javier Milei, a quien definió como “un peligro para la democracia”, el medio británico The Economist invitó al candidato presidencial de La Libertad Avanza (LLA) a explicar los motivos por los que, según reclama, es necesario “eliminar” el Banco Central.
En medio de su propuesta de dolarización, señaló que el debate que debe atravesar el país tiene que ver con la permanencia del peso como moneda nacional.
Luego de una descripción sobre la evolución del peso en Argentina, el economista señaló que su propuesta de cerrar el Central tiene como uno de sus principales argumentos la idea de que “es delito imprimir billetes falsos”. Consideró que eso es lo que hace la entidad al “falsificar pesos, porque tiene el poder monopólico de emisión, derivada de la condición del peso como moneda de curso forzoso”. “En otras palabras, está bien que un político robe, pero es un delito si lo hace un ciudadano”, dijo y puso el foco en la insolvencia de la entidad, ya que sus reservas internacionales netas son negativas y “la deuda con el sistema bancario es el triple de la base monetaria”.
“Junto con mis asesores estoy estudiando varias maneras posibles de resolver este problema y hemos recibido propuestas de fondos de inversión internacionales que podrían ayudarnos”, afirmó. La Nación (GDA)
Ley que elimina el impuesto a las ganancias arropa a Massa
Sindicatos y organizaciones sociales argentinas se concentraron ante el Congreso el viernes, horas después de la aprobación de la ley que elimina el impuesto a las ganancias, para arropar al candidato oficialista, Sergio Massa, impulsor de esta medida que beneficia a casi un millón de trabajadores.
“Tengan la seguridad, tengan la tranquilidad, que el 10 de diciembre, si Dios y todos ustedes me dan la gracia de ser presidente, voy a convocar a un gobierno de unidad nacional”, expresó el actual ministro de Economía, único orador del acto, rodeado de los jerarcas sindicales y de las organizaciones sociales. “Se siente, se siente, Massa presidente”, le respondió el público al pie del escenario en forma de T que se instaló frente al palacio legislativo, de cuyas ventanas colgaban banderas de organizaciones sindicales.
Massa destacó la presencia de los dirigentes de distintas centrales obreras, de las organizaciones sociales y del sector de la pequeña y mediana empresa para señalar que “la mesa de unidad de los argentinos” es la compuesta por “empresarios, trabajadores, organizaciones sociales y el Estado”.
Balotaje
La semana posterior a las PASO, La Libertad Avanza vivió horas de euforia. Las encuestas mostraron que Milei había crecido en intención de voto con una curva empinada. Coqueteaba con los 40 puntos y sus colaboradores comenzaban a soñar con un triunfo en primera vuelta. Pero en las últimas semanas Milei cayó algunos puntos. Sigue primero y a más de cinco puntos de Massa y Bullrich, pero lo que tiene hoy no le alcanzaría para evitar una segunda vuelta.
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