Por José Luis Brea, La Nación/GDA
A partir de esta noche, a la lista de cisnes negros de la política argentina habrá que agregar uno nuevo: Javier Milei. Antes de avanzar, una aclaración. ¿Por qué era una elección entre dos cisnes negros si Massa representaba la continuidad, lo conocido, y el mercado venía apostando por su victoria en el balotaje? Porque en realidad se trataba de dos ejemplares políticos inéditos en 40 años de democracia.
Es tan inesperado que Milei, un recién llegado a la política, construido en los medios y en las redes sociales hace unos pocos años, alcance finalmente la presidencia, como también lo hubiese sido si lo lograba el ministro de Economía de un país con 143% de inflación anual, 43% de pobreza, dólar a 1000 pesos, salarios que no cubren la canasta básica y casi la mitad del mercado laboral en negro. Es cierto que el impacto entre uno u otro resultado tendrá consecuencias muy distintas.
La rareza ya había irrumpido en el escenario político el 13 de agosto cuando, en las PASO y para sorpresa de todo el mundo, el libertario conquistó el primer lugar en las preferencias de la ciudadanía, pese a que casi todas las encuestas lo ubicaban en el tercero. Hoy esa singularidad fue confirmada en las urnas y el resultado es definitivo: Milei presidente. ¿Se repetirá la conmoción del mercado del 14 de agosto, cuando volaron todos los dólares libres y cayeron los bonos ante el miedo a lo conocido (el proyecto de dolarización y cierre del Banco Central) y a lo desconocido (todo lo demás)? La primera reacción de los economistas es que ahora quieren escuchar a Milei. Por ahora algunos prevén bonos y acciones en alza y peso en caída. Todo es expectativa.
Por eso, ahora el presidente electo deberá encarar rápidamente lo que durante la campaña no era negocio: anunciar un equipo económico, revelar quiénes serán sus ministros, tranquilizar con definiciones concretas a los más asustados -no necesariamente por la “campaña del miedo” con la que el massismo intentó demolerlo-, que no solo son los mercados, sino buena parte de la sociedad. La motosierra deberá dejar el lugar a herramientas menos amenazantes.
Una vez más, la situación económica fue para el candidato oficialista el tiro de gracia que también había sido para el radicalismo en 1989, el peronismo en 1999 o para la Alianza en 2001. Desde hoy, Milei podrá hacer suya la famosa frase de Bill Clinton en los 90: “es la economía, estúpido”. La posibilidad de abortar la continuidad de un modelo lleno de parches y distorsiones, que aplicó recetas que ya fracasaron en el pasado, parece haber sido más decisiva que otras cartas que intentó jugar el massismo.
Pero no fue solo el factor económico. La campaña también tuvo otros ejes: cordura/locura; democracia/autoritarismo, orden/caos, público/privado. “Votá al tipo normal”, “Milei será un dictador”, “Con él vuelven las privatizaciones y todo se guiará por el mercado”; “No habrá salud ni educación pública” y “Milei es caos” son algunas de las apelaciones al electorado a las que recurrió, por lo visto sin éxito, el massismo-kirchnerismo. El candidato de la Libertad Avanza, por su parte, hizo foco en la elección entre libertad o más Estado y en el cambio versus la continuidad, aunque el “producto” estrella fue la dolarización de la economía como atajo a la estabilidad.
Según una encuestadora que testea la opinión pública frecuentemente y pide anonimato, de sus focus groups surge que esos fueron los factores que definieron el voto en 2023. Milei impuso sus ejes, en un triunfo que seguramente volverá a dar que hablar en todo el mundo.
La economía en crisis y la necesidad de un cambio pudieron más que el temor. El índice de confianza en el Gobierno (ICG) de la Universidad Di Tella ya anticipaba de alguna manera ese estado de ánimo social. En octubre se ubicó casi un 38% por debajo del nivel que tenía cuando Mauricio Macri dejó el poder a fines de 2019 y mostraba una baja interanual del 4%.
“La caída en el ICG que se había observado en septiembre lo llevaba al valor más bajo de la gestión de Alberto Fernández y, al mismo tiempo, al menor valor registrado desde mayo de 2003. La mejora observada en octubre coincide con medidas económicas de auxilio a la capacidad adquisitiva de muchos hogares y con el clima electoral previo a la jornada del 22 de octubre”, señala el informe.
En otras palabras, el “plan platita” de Massa no fue suficiente. Es lo que el periodista Derin Koçer llamó “la economía del gracias, Estado” en un artículo de la revista francesa de geopolítica Le Grand Continent que circuló entre economistas argentinos apenas conocido el resultado de la primera vuelta -”La victoria del sistema Erdogan”- en el que intentó interpretar cómo el gobierno turco pudo retener el poder en medio de una crisis económica. Luego de las elecciones del 22 de octubre, el Gobierno se ilusionaba con una situación análoga en la Argentina.
En Turquía sucedió este año, en materia económica, algo parecido a lo que pudo pasar aquí: el presidente Recep Tayyip Erdogan ganó las elecciones en un contexto de 120% de inflación anual y fuerte devaluación de la moneda local contra el dólar, que intentó compensar con intervenciones en el mercado y subsidios. Esta vez, el espejo turco no funcionó.
El “plan platita” de Massa, gracias a un combo de políticas económicas en principio irracionales, como resignar ingresos fiscales con la devolución del IVA y la cuasi eliminación del impuesto a las ganancias; aumentar el gasto público por la vía de los subsidios y profundizar las distorsiones en precios y tarifas, pudieron haber resultado racionales a los ojos de gran parte de los votantes pero no todos lo vieron así.
Quita de subsidios y miedo a lo desconocido
No es casual que la campaña del Gobierno estuviera fuertemente basada en el futuro de los subsidios a los servicios públicos. El kirchnerismo considera a éstos un “salario indirecto” y dice que el proyecto de Javier Milei es eliminarlos completamente. Según una estimación del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), uno de los think tanks afines favoritos de la vicepresidenta Cristina Kirchner, el salario indirecto promedio en transporte, tarifas, educación y salud para un hogar tipo “medio clase media” de 5 integrantes, tuvo un impacto en octubre equivalente al 80% de la canasta mensual de consumo de esa familia. Según los cálculos de CEPA, el subsidio al transporte en tren representa un salario indirecto que asciende a más de $92.000 mensuales; el del boleto de colectivo, a más de $56.000 al mes. A eso hay que sumar lo que cubre el Estado en las boletas de gas, electricidad y agua. Para un hogar de “clase media frágil” de 5 integrantes la cifra aún es mayor: representa el 181% del ingreso familiar.
Claro que un debate económico un poco más profundo, usualmente lejos del interés del público general y más cerca del ámbito académico o del llamado círculo rojo, obliga a preguntarse por qué no seguir el camino de los países desarrollados: apuntar a una macroeconomía ordenada y estable en la que los ciudadanos puedan pagar, con mayor o menor esfuerzo, servicios y productos sin contar con el pulmotor estatal. Hoy en la Argentina la mayoría no podría costear lo que las cosas valen realmente. Eso, al igual que la altísima inflación, una anomalía en el contexto internacional, parecía haberse ido normalizando con el paso del tiempo para millones de argentinos, otra rareza que salió en los focus groups, en los que muchos dijeron estar bien en lo personal, pese a ver al país mal. Pero la sociedad ahora se da una oportunidad de intentar otro camino. Massa probó en la campaña con el miedo a lo desconocido, pero el miedo a lo conocido fue más fuerte.