Abogado con estudios de posgrado en Sociología y doctor en Filosofía, rector de la Universidad Diego Portales y académico de la Facultad de Derecho en la Universidad de Chile, Carlos Peña (Santiago, 1959) es uno de los pensadores chilenos más importantes del momento. Autor de varios libros y columnista en el diario El Mercurio, Peña está en Montevideo para presentar su último trabajo, Hijos sin padres -lo hizo anoche en la Feria del Libro de San José-, y para una conferencia en la mañana de este jueves en el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) sobre “El giro hacia el centro de Boric: lecciones para Uruguay y América Latina”.
-El título de su conferencia en CED es muy llamativo: “El giro hacia el centro de Boric. Lecciones para Uruguay y América Latina”. ¿Cuándo se produce ese giro del presidente chileno?
-Boric es de una generación, la de los 90 en Chile, nacida a parejas con las redes sociales y todo lo que ellas significan; crecida en un momento en que las agencias socializadoras como la familia, el barrio, la escuela están en crisis. Se trata de la generación más escolarizada, la más formalmente educada de la historia de Chile. Estas características explican lo que yo llamo una izquierda generacional. Se caracteriza porque cuando aparece en la esfera pública chilena, muestra una abierta y muy intensa incomodidad con el tipo de sociedad que el proceso modernizador de Chile había logrado construir. Elaboran entonces un proyecto de transformación radical de ese proyecto modernizador. El momento más notable de este proceso se produce en Chile en octubre de 2019. Esta izquierda generacional ve en ese momento la confirmación de su diagnóstico: que la convulsión de octubre es un rechazo al tipo de modernización que Chile traía de las tres últimas décadas. La versión más sencilla de este proyecto, es que Chile será la tumba del neoliberalismo. Este es el gran proyecto transformador de Boric. Sin embargo, hoy día, como consecuencia de los sucesivos fracasos constitucionales, ha quedado de manifiesto que no es cierto que la sociedad chilena esté tan incómoda con el proyecto modernizador. Más bien lo que muestra toda la evidencia, es que la cultura espontánea de los chilenos adhiere a ciertos valores, a ciertos puntos de vista propios de ese proyecto modernizador. Por ejemplo, no le molesta la provisión privada de bienes públicos, tampoco le molesta un sistema de capitalización individual en materia previsional. Es decir, es una sociedad que ha internacionalizado parte de los valores propios de una modernización capitalista típica. Esto ha movido la agenda del presidente Boric a la necesidad de resignarse, no encuentro otra palabra mejor, a que ese propósito transformador habrá que atenuarlo, postergarlo. Y en cambio habrá que seguir subrayando los aspectos más culturales de ese proyecto: la eutanasia, el aborto, los derechos sexuales y reproductivos.
-La segunda parte del título de su conferencia es “lecciones para Uruguay y América Latina”. ¿Cuáles son esas lecciones?
-Varias. La primera de todas, es que en el caso de Chile hoy día la derecha más a la derecha, la derecha más iliberal, autoritaria, ha avanzado intensamente. Y esto ha sido consecuencia del hecho de que la izquierda en Chile abandonó y nunca tomó en consideración la agenda de la seguridad. Tendió a ver al Estado como un instrumento de redistribución del bienestar, pero olvidó que la otra dimensión del Estado, que es muy importante, es que el Estado es un aparato para producir orden en la vida social, para evitar el miedo al otro, el miedo al vecino. La izquierda tiene que recordar, y esta es una gran lección que Uruguay no debiera olvidar -y yo creo que no la está olvidando- que el Estado tiene como una de sus funciones esenciales la producción de orden y reclamar para sí el monopolio de la fuerza; no consentir que se dispute el monopolio de la fuerza. Esta es una primera lección. Porque de otra manera se abre la puerta a la derecha iliberal. La ciudadanía, cuando siente miedo, ningún precio le parece muy alto para apagar el miedo; está dispuesta a cualquier cosa. Tenemos el ejemplo de Bukele en El Salvador, o el de Turquía.
-¿Boric esa lección la entendió en Chile?
-Lo está entendiendo, pero al comienzo no lo entendió. Chile experimenta una crisis de seguridad muy importante como consecuencia de haber olvidado este aspecto del problema. La segunda lección que muestra el caso de Chile de manera flagrante, es que cuando las sociedades mejoran rápidamente su bienestar material, producen inevitablemente frustración. Es la paradoja del bienestar. Un buen ejemplo son los certificados universitarios. Si tu masificas el acceso a los títulos universitarios, produces frustración.
-¿Por qué?
-Porque los certificados universitarios son bienes posicionales. El valor de un certificado universitario es mayor en tanto menos lo tengan. Pero si todos lo tienen, el valor se disipa, se pierde como agua entre los dedos. Entonces la gente accede esperando encontrar en esos certificados los bienes que proveían cuando ellos no los tenían, y ahora que los tienen descubren que proveen poco bienestar. Esta es la paradoja del bienestar. Esto también hay que tenerlo en cuenta: cuando las sociedades mejoran su bienestar, incrementa la frustración. No es verdad que la mejora del bienestar produzca satisfacción inevitablemente. Produce frustración.
-¿Qué hacer en estos casos?
-Hay que estar alerta, y sobre todo estar alerta a la tercera lección que está relacionada con esa. Y es que lo que hemos aprendido en Chile, o por lo menos yo creo hemos aprendido, es que el problema de América Latina no es elegir entre la desigualdad o la igualdad. Esto es bien importante para un país tan igualitario como Uruguay. La cuestión es elegir entre desigualdades merecidas y desigualdades inmerecidas. Una desigualdad es inmerecida cuando se debe no al esfuerzo, sino a la cuna, la etnia, al género. Una desigualdad en cambio es merecida cuando es fruto del esfuerzo y del talento personal. Entonces, este es el esfuerzo que la izquierda tiene que hacer en América Latina, no distinguir entre desigualdad e igualdad, sino entre desigualdades merecidas y aceptables, y desigualdades inmerecidas. Y en esto es fundamental el sistema educativo. Si la sociedad no es capaz de tener un sistema educativo que provea igualdad de oportunidades, con prescindencia de la cuna, está sembrando la semilla de una desigualdad inmerecida, y en consecuencia de un conflicto futuro. Este es el gran desafío de América Latina.
-Usted presenta en Uruguay su último libro, Hijos sin padres, en el que habla de muchas de esta cosa que está diciendo. En ese libro se ve reflejada la generación del presidente Boric.
-Exactamente. Hijos sin padres es un ensayo donde examino un fenómeno que hoy en día experimentan todas las sociedades. Expliquémoslo así: las sociedades se reproducen a sí misma cuando los más viejos son capaces de transmitir a los más jóvenes una cierta pauta de comportamiento, una cierta conciencia moral. Entonces las sociedades se reproducen en esta transmisión generacional de los más viejos a los más jóvenes. La sociedad se estabiliza y mantiene una cierta identidad. Pero de pronto ocurre, en momentos de la historia, y hoy día estamos en uno de esos momentos, en que los más viejos dejan de enseñar a los más jóvenes. Y por los rápidos cambios tecnológicos, por el cambio de las condiciones materiales de la existencia, por la brecha educacional -los más jóvenes son más educados-, los más viejos dejan de transmitir cultura a los más jóvenes. Y los más jóvenes entonces empiezan a aprender de entre ellos, y los más viejos empiezan a aprender de los más jóvenes. Es al revés de cuando la sociedad se reproduce a sí misma. Estamos en medio de ese momento. Un momento donde los más jóvenes no reconocen padres, en el sentido de que no reconocen modelos de los cuales provengan. Los jóvenes hoy día experimentan una especie de ruptura de la temporalidad. Los más viejos vemos el presente como un momento donde precipita el pasado. Los más jóvenes en cambio viven en un eterno presente, una especie de nomadismo del presente.
-¿Está bien que sea así?
-Es un fenómeno que tiene lados sombríos, desde luego. Pero también tiene lados luminosos. Hoy las nuevas generaciones son muy de la autonomía, de la libertad personal, muy alérgicas a cualquier forma de autoritarismo, imaginativos, más diversos. Todo eso es muy beneficioso. Hay que confiar que la sociedad va a terminar ajustándose. Pero estamos en un momento de desajuste generacional, donde los más jóvenes no reconocen tener padres, en el sentido de que no reconocen modelos.
-¿En qué quedó la división entre izquierda y derecha de las generaciones anteriores?
-Este es un gran punto. Tradicionalmente la ciencia política, hasta los años 70, pensaba que la línea que dividía las preferencias políticas entre izquierda y derecha, por ejemplo, era la estructura de clase. Entonces la ciencia política decía que los sectores proletarios, los obreros, tienden a ser de izquierda; los sectores burgueses, empresariales, de derecha; y los empleados de cuello y corbata, de centro. El clivaje de la política, que así se llama esta línea invisible que divide las preferencias políticas, que está anclada en la estructura social se ha demostrado falso. Hoy día las preferencias políticas se han despegado de la estructura social.
-¿Qué diferencia a Boric de la izquierda más radical de América Latina?
-Boric es un hombre que ha experimentado una cierta evolución, pero sobre todo es un tipo de izquierda que al revés de lo que uno pudiera pensar con la izquierda más radical del resto de América Latina, ha mostrado un fuerte compromiso -esto es importante subrayarlo- hacia los derechos humanos. No ha vacilado en criticar el caso de Venezuela. Y al mismo tiempo es un hombre fuertemente comprometido con la juridicidad, o sea con el respeto de la ley. En esto se diferencia radicalmente. Boric es un hombre de izquierda profundamente comprometido con las bases de una democracia liberal. Esto explica la anomalía de que un hombre de izquierda como Boric sea, sin embargo, profunda y explícitamente crítico de Maduro.