AFP
Este fin de semana llegaron a Mongolia chinos de confesión católica, discretamente por miedo a las represalias, para ver al Papa y disfrutar de una demostración pública de fe impensable en su país. En China viven unos 12 millones de católicos que, durante décadas, han tenido que lidiar para mantener su fe, entre celebraciones religiosas estrictamente controladas por el Partido Comunista e iglesias clandestinas apoyadas por el Vaticano.
En la plaza principal de la capital, Ulán Bator, donde los fieles se reunieron para ver al Papa, varios de ellos se tapaban la cara con mascarillas y gafas de sol. Una mujer china dijo a la AFP que ella y sus compañeros de viaje estaban obligados a “pasar desapercibidos”, aunque en la plaza ondeara una bandera china. “En la aduana nos preguntaron si somos católicos y les dijimos que estamos de turismo”, explicó.
Hay “mucha presión sobre los católicos en China. Tememos ser invitados a ‘conversaciones’ a nuestro regreso”, subrayó, eufemismo que designa las convocatorias a los interrogatorios de los servicios de seguridad. El Partido Comunista Chino es oficialmente ateo y ejerce un control estricto sobre las instituciones religiosas, supervisando los sermones y seleccionando a los obispos.
Francisco se ha esforzado en mejorar los lazos con Pekín y el año pasado renovó un espinoso acuerdo con China que le permite participar en la selección de los prelados en el país.