Por Ricardo de Querol/El País de Madrid
Nadie es profeta en su tierra. Los miembros de Abba dicen que no se esperaban en absoluto ganar el Festival de Eurovisión en Brighton, Inglaterra, en 1974, en el que se impusieron con Waterloo, la canción más recordada de todas las que han concursado antes y después. Mucho menos se esperarían que ese triunfo provocara una furibunda reacción en su país, Suecia. Hasta el extremo de que tuvo lugar una gran manifestación en las calles de Estocolmo en contra de que el festival del año siguiente se celebrara allí: se dice que acudieron ¡200.000 personas!, algunas con violines y flautas. El certamen de 1975 tuvo lugar finalmente en la capital sueca, pero se organizó en paralelo un festival alternativo (con folk, rock, jazz y otros géneros) para denunciar la mercantilización de la música por la industria, y tuvo un notable impacto. Ante esa marea, en 1976 Suecia renunciaba a participar en Eurovisión y tampoco lo emitió.
Como el propio festival de Eurovisión, la música de Abba era “comercial”, que era lo peor que se podía ser en los años setenta, un tiempo en que el rock (Led Zeppelin, Pink Floyd, los Stones) presumía de su superioridad artística y relevancia social, aunque esa hegemonía ya estaba amenazada, porque en Estados Unidos empezaría a arrasar la música disco. También se respetaba en esa década a los cantautores comprometidos: había mucho por lo que protestar. Y estaba a punto de aparecer el punk con su crudeza y su mensaje antisistema. El pop fresco, hedonista y sin pretensiones de Abba resultaba irritante para el pensamiento dominante. La prensa sueca se cebó con ellos: “Su tradición es la de la música de los anuncios”; “Hacen mierda, pero mierda luminosa”; “Son el enemigo”.
La historia se cuenta bien en el documental de la BBC Abba. Contra todo pronóstico (ABBA: Against the Odds). Un relato muy chocante de los sinsabores de una banda tan exitosa. Dirigido por James Rogan, el filme analiza al detalle y con apabullante material de archivo un período corto, poco más de un lustro, desde Brighton a los primeros ochenta, vísperas de su separación, nunca oficializada: simplemente, dejaron de grabar y de actuar.
Antes de Eurovisión, los miembros de Abba eran conocidos, pero no estrellas, en Suecia. Ellos, Björn y Benny, habían formado parte de bandas de folk; ellas, Agnetha y Frida, tenían algunos discos como solistas. Pero al verlos en la tele con esas ropas de colorines, esas lentejuelas y esas plataformas cantando un pop sencillo y resultón, su país les hizo el vacío. Y no solo Suecia: Waterloo fue un single muy exitoso, que se puso como número uno en el Reino Unido, pero las radios evitaban pincharla. Era el estigma de Eurovisión y de esa imagen kitsch en una Europa muy distinta a la de hoy.
En sus comienzos encontraron un refugio en Australia. Actuaron allí para el programa de Nochevieja en 1975 y se convirtieron en un duradero fenómeno glocal (global y local); esto puede explicar las invitaciones recientes a tan remoto país a participar en Eurovisión. En esa gran isla encadenaron números uno hasta octubre (¡42 semanas!) e hicieron su primera gran gira. Después probaron otros caminos, incluso al otro lado del telón de acero: lograron que su concierto en Varsovia fuera televisado para toda Polonia. Fueron sumando países a su credo. En EE.UU. les costó más, aunque también tuvieron su noche estelar con Olivia Newton-John en televisión. Estaban conectando con la fiebre de la música disco, pero esta también se agotaba y encontraba una furiosa reacción (que culminó en la Disco Demolition Night en Chicago en julio de 1979, cuando se organizó una destrucción masiva de vinilos del género). El Reino Unido sí que acabó de rendirse a ellos: llenaron el estadio de Wembley durante seis noches consecutivas en noviembre de 1979.
La banda había sobrevivido a las malas críticas, al peso de la fama y a la presión de haberse convertido en carnaza para la prensa del corazón. Agnetha, “la rubia de Abba”, era la que lo llevaba peor. En las entrevistas recuperadas se ve que les preguntaban poco por su música (solo a ellos) y mucho por sus matrimonios (solo a ellas), por la maternidad y hasta por su culo (el de Agnetha). La estampa de dos parejitas perfectas se rompió cuando Agnetha se llevó los dos niños y dejó plantado a Björn después de participar en un especial de navidad de la BBC en 1978. El cuarteto siguió adelante pese a todo, pero no sobrevivió más que unos meses al segundo divorcio, el de Frida y Benny en 1981.
La abbamanía
Esto ya no se cuenta en el documental, que acaba ahí, pero la abbamanía fue un fenómeno creciente en las décadas que siguieron a la ruptura del cuarteto. Su disco más vendido es el recopilatorio Gold, que se editó en 1992; siete años después se estrenó en Londres el musical Mamma Mia!, basado en sus canciones (no en su trayectoria), que llegó a muchas ciudades más y saltó al cine en 2008 con Meryl Streep y Pierce Brosnan. En el nuevo siglo es más frecuente que suenen sus canciones en la radio que en sus primeros años. Volvieron a reunirse para grabar un disco en 2021: Voyage, más que digno aunque no aportaba nada a su repertorio.
En cierto modo, eran adelantados a su tiempo, porque su extravagancia era muy aceptada en la escena pop de los ochenta, más libre de prejuicios, y lo sigue siendo hoy. Tuvieron otro punto a su favor: gustaron mucho a los niños de su época, que son los maduros de hoy, lo que quizás explique su increíble vigencia. Si no esperaban ganar el concurso de 1974, mucho menos pensarían que medio siglo después serían homenajeados, y recreados mediante inteligencia artificial, en la gala de Eurovisión en Malmö. Nadie protestó contra ellos, esta vez, en su país (sí se protestó, y mucho, por Gaza).
En sus días de gloria, esas seis noches en Wembley, aparecieron en la zona vip del estadio londinense algunos miembros de Led Zeppelin y The Who, la aristocracia del rock. Se cuenta en el documental que incluso los Sex Pistols, que representaban sus antípodas estilísticas y estéticas, ponían en el camerino una y otra vez la cinta de casete de Dancing Queen. Al final resultaba que los rockeros más duros, en esa época en la que el rock se tomaba tan en serio, escuchaban a escondidas las canciones de Abba.