Andrés Mourenza - El País de Madrid
El joven Rami regresó hace unos días a su provincia natal de Idlib (noroeste de Siria) tras años como refugiado en Líbano. El domingo ―día laborable― fue a renovar su carnet de identidad y la gestión fue tan rápida y el personal tan amable que pidió ver al director para felicitarle. “Cuando entré en su despacho se levantó de su silla para recibirme”, dice con sorpresa: “Juro que le dije: ‘Si nos seguís tratando así de bien, terminaremos por acostumbrarnos”.
Durante décadas, del Estado solo se esperaban abusos y humillaciones. Para los sirios, el Estado ha significado corrupción e interminables trámites burocráticos; el terror a ser espiado, detenido y torturado. Muchos sirios con los que ha hablado EL PAÍS estos días hablan de la ansiedad que les producía tener que pasar un check-point cada vez que se trasladaban de un sitio a otro: sabían que para pasarlo tendrían que pagar un soborno, aunque no de cuánto, y que, dependiendo del humor oficial de turno, podrían terminar en el cuartelillo o enrolados a la fuerza en el ejército. Así que ahora que los controles los manejan milicianos del grupo salafista Hayat Tahrir al Sham (HTS) que se comportan de manera educada e incluso sonríen, solo esto es ya un avance impresionante para muchos habitantes.
Instituciones, instituciones, instituciones
Es el mensaje en el que insiste desde hace días Abu Muhamad al Julani, líder de HTS, el grupo que ha conquistado el poder en Siria tras derrocar a Bachar el Asad. “La revolución siria ha ganado, pero Siria no puede ser liderada con una mentalidad revolucionaria. Hacen falta leyes e instituciones”, subrayó el sábado Al Julani, que ahora prefiere dejar atrás su nombre de guerra y usar el real, Ahmed Husein al Shara.
El edificio de la delegación provincial del Gobierno de Alepo es un alto rascacielos con parte de sus cristales destrozados; fue un nido de francotiradores durante la batalla por la ciudad entre 2012-2016 y también sufrió durante la ofensiva iniciada a finales del mes pasado. En su despacho principal, iluminado por una ostentosa lámpara de lágrimas de cristal, unas pesadas cortinas cubren las ventanas rotas, por las que se filtra el aire gélido de diciembre y los gritos de los comerciantes del mercado callejero. Lo guarda un barbudo policía militar de HTS y sirve el té un funcionario del antiguo régimen, perfectamente rasurado. Un triunvirato llegado de Idlib se hace cargo de la Gobernación para tratar de ponerla en marcha. Por el momento, intentan evaluar la situación: estiman que el 95% de los funcionarios se han incorporado a sus puestos aunque, reconocen, no saben a ciencia cierta con cuántos empleados cuentan, debido a la “corrupción” y el “nepotismo” rampantes durante el régimen de los Asad. “Estamos tratando de salvaguardar y utilizar las estructuras previas. Por el momento sin cambiar ninguna ley, manteniendo la plantilla y completando lo que falte”, explica Fawaz al Helal. Y, al mismo tiempo, “introducir el modelo y la experiencia que hemos seguido en Idlib”, añade Abd al Wahab Daas.
Idlib es una pequeña y conservadora provincia, en la esquina noroeste de Siria y fronteriza con Turquía, donde HTS se impuso por las armas en 2019 al resto de facciones islamistas y rebeldes. El grupo estableció el llamado Gobierno de Salvación para regir los territorios bajo su control. En 2020, cuando este diario visitó Idlib, era un lugar donde apenas se recibía agua corriente ni electricidad, no había cobertura de telefonía móvil ni apenas posibilidades de empleo y sus 3,5 millones de habitantes (dos tercios de ellos, desplazados) sobrevivían con dificultad. “Nos hemos enfrentado a numerosas crisis. La covid-19, los continuos bombardeos, el terremoto de 2023 y hemos demostrado ser capaces. Incluso estando en un estado de guerra, desarrollamos la provincia y la gente vio que podía confiar. Hemos instruido a nuestro personal para que no acepte sobornos y para cultivar la confianza de la población”, afirma Mohamed al Asmar, responsable de comunicación del Ministerio de Medios del Gobierno de Salvación. Y es cierto que los servicios han mejorado, se ven menos personas alojadas en tiendas de campaña, se han construido nuevas viviendas, los supermercados están mucho mejor abastecidos que los del resto de Siria (incluso se pueden adquirir iPhone 16 nuevos), hay talleres, algunas fábricas y dos compañías locales de telefonía móvil.
“Lo veo todo muy diferente. Está más civilizado y hay más seguridad. Estoy orgullosa de los muchachos al mando”, asegura Rahiha, una mujer de unos 50 años recién retornada a Idlib. Otro cambio respecto a 2020 es que ya no se ven tantos milicianos por las calles ―entonces de diferentes grupos y parte de ellos yihadistas extranjeros― y la policía del Ministerio de Interior del Gobierno de Salvación patrulla en sus flamantes vehículos.
Hace cuatro años, una fuente local, definía al Gobierno de Salvación como “los de HTS vestidos de civil”, pero desde entonces sus representantes han adquirido personalidad propia. Sus miembros, explica Al Asmar, son elegidos por “su compromiso revolucionario” y por “eficacia y capacidad”, a través del llamado Consejo de la Shura, que hace las veces de Parlamento, y que es elegida de entre notables locales y representantes de profesiones (todos hombres). Con todo, asegura que no es ese el modelo que HTS busca para toda Siria. “Habrá elecciones, nosotros no podíamos llevarlas a cabo porque estábamos en un contexto de guerra, pero eso ha cambiado”, promete.
“Lo que me da optimismo es que son gente preparada. Aunque afuera dicen que son un grupo terrorista, nosotros no vimos nada de eso de momento, sino que conversamos con personas dignas y cultas”, sostiene el arzobispo católico-siríaco Denys Antoine Shahda.
Gradualismo islamista
Detrás de este cambio está, desde luego, el “pragmatismo” de su líder, Ahmed al Shara, escribe el analista sirio Haid Haid en la red social X (antes Twitter): “Usar una estrategia gradual que mezcla paciencia, coerción y persuasión (...) le ha permitido implementar sus objetivos poco a poco, adaptándose a las reacciones de la población para minimizar las reacciones negativas”. Un ejemplo de ello ha sido su cambio respecto a las minorías, que comenzó a poner en práctica en Idlib, devolviendo terreno y restaurando santuarios de drusos y cristianos que antes habían capturado los militantes islamistas.
Un comandante de HTS, que se hace llamar Abu Muhamad al Halabi y ha luchado con el grupo desde que era conocido como Frente al Nusra y aún no se había distanciado de Al Qaeda, asegura que Al Shara es un hombre “carismático e inteligente”, capaz de aceptar las críticas. “Es un líder, no un dictador”, y pone como ejemplo que cuando su liderazgo ha sido cuestionado dentro del grupo se ha ofrecido a ser sustituido por otro, si bien sus comandantes han terminado por respaldarle siempre.
Dentro de HTS continúa habiendo islamistas muy radicales, pero hace años que Al Shara puso orden para evitar que su base de operaciones se convirtiese en un centro de exportación del yihadismo y diferenciarse así de grupos más extremistas como Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés). Al Halabi lo explica de la siguiente manera: “Hay dos tipos de yihad, la expansiva y la defensiva. La expansiva, para extender el islam a otros países, ya no hace falta porque todo el mundo tiene a su disposición internet y puede aprender sobre el mensaje de Dios. La defensiva era necesaria para defendernos del régimen de Asad”.
El cómo HTS ha llegado a convertir en una monumental fuerza de choque, capaz de derrotar a un ejército que les superaba, con mucho, en número y arsenal, lo justifica en el trabajo de años, la jerarquía impuesta y la academia militar establecida en Idlib. Y una rígida moral para impedir la corrupción, lo que les ha diferenciado de otros grupos rebeldes que, cuando no estaban en el frente, se dedicaban a pelearse entre ellos y a extorsionar a la población de forma no muy diferente a los soldados del régimen. “Turquía ha visto la diferencia entre nuestro modelo y los territorios a los que apoya, gobernados por otros grupos. Han visto la diferencia en gestión, economía... así que las relaciones con Turquía han mejorado”, afirma Al Halabi, si bien niega haber recibido financiación del país vecino. Los fondos para manejar HTS y el Gobierno de Salvación proceden en su mayoría de los impuestos y tasas a las importaciones a través de Turquía, y al comercio, así como del contrabando de productos enviado a zonas bajo control del régimen. “Y nuestras armas son rusas, las que capturamos del ejército”, afirma.
El académico turco Selim Koru cree que la impronta de los islamistas turcos es evidente. “La lección del AKP [el partido de Recep Tayyip Erdogan que gobierna Turquía desde 2002] es que hay que esconder el islamismo de uno, y tomarse las cosas con calma”.
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