Inés Santaeulalia, Juan Diego Quesada - El País de Madrid
Hay alguien que perdió más que Luisa González este domingo en Ecuador. Rafael Correa, el hombre detrás de la candidata y el nombre sobre la que ha girado la política en el país en las últimas dos décadas, ha sido el destinatario final de esta derrota que exilia aún más su figura de la vida de los ecuatorianos. Estas elecciones anticipadas eran su billete de vuelta al poder. Correa estaba convencido en mayo, cuando el presidente Guillermo Lasso convocó los comicios, que el triunfo de su movimiento sería un paseo. Venía de ganar con claridad las elecciones locales de febrero y el profundo descrédito del Gobierno conservador del banquero le hicieron creer al correísmo que estaba en su mejor momento. Los ciudadanos, sin embargo, han vuelto a decirle que no, como en 2021. Correa seguirá sin poner un pie en un Ecuador que cada vez piensa menos en él.
La campaña ya demostró que su protagonismo había perdido fuerza. Las últimas cinco elecciones presidenciales desde 2007 se basaron en una lucha entre el correísmo y el anticorreísmo, en un país partido en dos por el amor o el odio al político que importó a Ecuador el socialismo del siglo XXI. Pero estas semanas, los candidatos le pasaron un poco por encima.
En la estrategia del ganador, Daniel Noboa, estaba por dar por superada esa etapa, por eso evitó mencionar demasiado al expresidente ni nunca buscó rodearse de sus enemigos para empujar su candidatura. Luisa González, la elegida por el propio Correa, trató sin éxito de apartarse hacia el final de su figura para sumar votos entre los indecisos, una vez comprobado que el techo de votantes de los correístas puros era insuficiente para una victoria.
Desde México, uno de los pocos países que el político puede visitar sin miedo a la extradición, Correa vivió una noche triste. Aunque comenzó bromeando en Twitter con los exit poll que le daban la victoria a Noboa, pronto se hizo el silencio en su cuenta con casi cuatro millones de seguidores. Los resultados oficiales confirmaron lo que ya venían mostrando las encuestas, la mayoría de Ecuador no quiere más correísmo.
Este revés da al traste con un plan minuciosamente trazado por el expresidente, que lleva desde 2017 viviendo en Bélgica para evitar la cárcel en Ecuador por una condena por corrupción en 2020 que él considera un montaje. Esa ruta pasaba por colocar a una fiel escudera en la Presidencia, en este caso González, para una vez en el poder convocar una Asamblea Constituyente y declarar inválido el referéndum de 2018 que impide la reelección. Entonces, él podría volver a presentarse. Quizás incluso le podría dar tiempo a llegar a la Presidencia en 2025, año en el que Ecuador volverá a las urnas después de un mandato corto de 16 meses para concluir la legislatura inacabada de Lasso.
Correa tiene todo el ego que se le presupone a cualquier político, pero multiplicado por diez. Hace dos semanas, en una entrevista con El País de Madrid, decía sobre su movimiento: “Nunca nos lograron aplastar, siempre fuimos la primera fuerza. ¿Por qué cree que no me dejan regresar? Que me derroten en las urnas y que me sepulten políticamente. Saben que los arrasamos”. Porque esa siempre fue su intención y su sueño: volver a presentarse y arrasar como arrasaba en sus primeras elecciones.
Pero al político intuitivo que una vez se ganó un país, el olfato le falló para elegir sucesores, de la traición de Lenín Moreno, su vicepresidente que se apartó de él una vez logró la Presidencia, a las derrotas de Andrés Arauz en 2021 y Luisa González, ahora, dos candidatos carentes de carisma, colmillo y presencia política, sin mayor currículum que su fe inquebrantable en el líder.
El correísmo pierde sus segundas presidenciales consecutivas y su líder, exiliado en Bélgica, ve alejarse la posibilidad de regresar al poder
Correa llegó al poder en 2007 después de una larga crisis política que llevó a Ecuador a conocer siete presidentes en diez años. Su éxito y popularidad subieron acompañados de un gran crecimiento económico y de la reducción de la pobreza. Su Revolución Ciudadana se impuso en todo el país, rendido ante un presidente que con el paso de los años, y alimentado por abultadas victorias electorales, fue tendiendo al caudillismo y la verticalidad en su forma de administrar el Estado. Un año después de llegar al poder, en 2008, aprobó una nueva Constitución y al año siguiente ganó sus segundas presidenciales en primera vuelta. En las de 2013 fue reelegido con el 57% de los votos.
A partir de entonces, crecido porque nadie le hacía sombra, su estilo bravucón empezó a cansar a una parte de los ciudadanos. Aun así, en 2017 pudo colocar a Lenín Moreno en la Presidencia, sin saber que lo traicionaría, y se fue a vivir a Bélgica, de donde es su esposa.
Desde allí recibió en ausencia la condena a ocho años de cárcel por cohecho, una sentencia que lo enciende iracundo cada vez que se le menciona y de la que trata de librarse a través de varias demandas ante la justicia internacional o por la vía de los hechos consumados ganando unas elecciones en Ecuador.
Esta última opción es la que se le volvió a atragantar este domingo y vuelve a retrasar su calendario. Pocos dudan de que Correa volverá a intentarlo en 2025, siempre y cuando el paso del tiempo no continúe diluyendo su nombre.