El planeta muere de sed

Jorge Abbondanza

Lea atentamente estas cifras. El 97,5 por ciento del agua del planeta es salada. Del 2,5 por ciento restante —que es el agua dulce para abastecer a 6.500 millones de habitantes— el 70 por ciento se ubica en hielos y nieves eternas. Queda un minúsculo saldo del que debe nutrirse la humanidad, cuya amenaza consiste en un crecimiento demográfico incontrolable. Dentro de veinte años, la disponibilidad de agua por habitante será tres veces menor a la de 1950. El problema no afecta demasiado a Sudamérica, que tiene la cuarta parte de las reservas mundiales —incluido el colosal Acuífero Guaraní— y sólo alberga al 6 por ciento de la población total, pero es desesperante en Asia, que contiene el 60 por ciento de esa población y apenas dispone de la tercera parte de las reservas.

Entre el 16 y el 22 de marzo se realizará en México el IV Foro del Agua para considerar la situación, que plantea en primer lugar un desafío cultural: los países ricos (pero pobres en recursos hídricos) deberán aprender a economizar sistemáticamente el producto, ya que resulta insostenible el ritmo actual de consumo por habitante, que es de 2.000 metros cúbicos al año. Como dijo en estos días un informe publicado por el diario francés Le Monde, las reservas bajarán a niveles desastrosos en el 30 por ciento de los países más secos, empezando por los Emiratos Arabes, Kuwait, Cisjordania y Gaza. Actualmente, la población de Chipre es abastecida por barcos cargueros turcos, un extremo que ilustra lo que la Unesco califica de "stress hídrico".

Astutos y previsores, los japoneses ya desinfectan el agua empleada en los baños y la reutilizan, sabiendo que de las magras disponibilidades actuales la agricultura absorbe un 73 por ciento, la industria un 21 y el consumo doméstico un 6 por ciento. Se necesitan 20.000 metros cúbicos de agua dulce para producir una tonelada de carne vacuna y 1.500 para obtener una tonelada de cereales. En el hemisferio sur ya existen 1.400 millones de personas sin acceso al agua potable y esa cifra podrá subir a 3.000 millones en el año 2025.

Como ejemplo de tal emergencia, debe saberse que en el Gran Buenos Aires un 50 por ciento de la población no tiene cloacas y un 20 por ciento carece de agua por cañería, que es suministrada por una empresa cuyo principal accionista ha sido hasta ahora el grupo francés Suez. En tres localidades del suburbio de Lomas de Zamora, la propia empresa recomienda en sus facturas que las embarazadas y los lactantes no beban esa agua, contaminada por las napas del subsuelo.

Hay proyectos a escala mundial para enfrentar la catástrofe. Uno consiste en explorar aguas subterráneas más profundas, otro apuesta a la construcción de más represas y un tercero confía en la desalinización del agua del mar, posibilidad limitada empero a países con altos recursos económicos, como los del Golfo Pérsico. La escasez obligará en breve a racionar el consumo en las mayores ciudades del planeta, mientras los expertos subrayan que no todo depende de las disponibilidades naturales sino también de "la voluntad política para construir o mantener redes de distribución y saneamiento". Habrá que reactivar esa voluntad antes de que medio mundo muera de sed.

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