Gran parte de Europa comenzó el año con el avance de la ultraderecha como fuente de preocupación, mientras que América Latina lo hizo con la amenaza de los líderes autoritarios, de la que el resto del mundo, por cierto, no está exento.

Una muestra de lo primero son las mega protestas contra la ultraderecha en Berlín, en las que participó el propio canciller Olaf Scholz, con el mensaje de su partido socialdemócrata (SPD) que señala “a los Trump, los Putin, los Höcke” como “enemigos” de la Unión Europea y de la democracia. Sin duda, un mensaje muy fuerte en un momento de ebullición por una migración -tan castigada por la ultraderecha-, y en la previa de las elecciones europeas del próximo 9 de junio, que ya inquieta a los líderes del viejo continente.

En las Américas, el exmandatario republicano Donald Trump está liderando las encuestas en Estados Unidos, sacó de carrera a Ron DeSantis hace algunas semanas y, aún con un historial de denuncias en su contra, luce imparable hacia la Casa Blanca, ante un Biden que lucha por su reelección y por hacer prevalecer la voz de los demócratas.

En otras partes de esta región, Nicolás Maduro da todas las señales de que no habrá elecciones libres en Venezuela este año, como tal vez muchos esperaban. Y en El Salvador, otro líder autoritario, Nayib Bukele se alzó ganador ayer en unas polémicas elecciones.

En el libro “Cómo mueren las democracias”, los catedráticos de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt advertían ya en 2018 el riesgo acelerado que están viviendo las democracias. En su introducción, los autores plantean: “¿La democracia estadounidense está en peligro? Es una pregunta que jamás pensamos que nos formularíamos”.

Ciertamente, pocas décadas atrás nadie habría pensado que Estados Unidos, con un credo nacional sobre la libertad y los derechos que se consideraba emblemático en el mundo, evolucionaría hacia polarizaciones que pusieran en duda sus instituciones y sistema democrático, hasta llegar al increíble asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021.

Diversos autores analizan que, desde el final de la Guerra Fría, la mayoría de las rupturas democráticas en el mundo no las han provocado generales y soldados, sino los propios gobiernos elegidos democráticamente y que luego debilitan las instituciones (como, por ejemplo, ocurrió en Venezuela).

Levitsky y Ziblatta van más lejos al plantear, paradójicamente, que “en la actualidad, el retroceso democrático empieza en las urnas”.

En los últimos años, Latinobarómetro y otras encuestadoras muestran que las democracias no sólo han retrocedido, sino que gran parte de las poblaciones de la región ya no la consideran un valor.

El caso de Bukele lo dice todo: esquivó la Constitución de su país para ser reelegido y mantiene un régimen de excepción que limita garantías y derechos de la ciudadanía, pero tiene una aceptación abrumadora, según encuestas. Los salvadoreños valoran por sobre sus propios derechos, que el mandatario haya logrado sacar a la delincuencia organizada de las calles.

Según Ricardo Mena, Oficial del Programa Chile y Cono Sur del think tank IDEA, los países deberían lograr un balance en la lucha contra el crimen organizado y la delincuencia sin socavar los espacios o libertad ciudadana. Sin embargo, esto no lo están exigiendo las sociedades, sencillamente porque no ven que las dos partes de esa ecuación sean compatibles. Piensan que la democracia es un sistema de “mano blanda”, sin capacidad de resolver la delincuencia.

El País conversó con el analista político y columnista de este diario, Claudio Fantini, quien observa que el surgimiento de liderazgos extremos que se ha extendido en el mundo, en Uruguay no ha ocurrido; al menos por ahora.

“Yo creo que Uruguay no ha tenido un claro exponente de lo que en Estados Unidos representa Trump, de lo que en la Argentina representa Milei, o Netanyahu en Israel. Pero un triunfo de Trump (en las elecciones de noviembre) podría impactar en otras partes del mundo y hacer que emerja en Uruguay también este fenómeno. Hasta el momento, en Uruguay la izquierda ha sido centro-izquierda gobernando, y la derecha ha sido centro-derecha gobernando. Hay que ver si esto cambia”, opinó Fantini.

Lo cierto es que distintas voces se levantan en defensa de las erosionadas democracias, con el desafío de tener que probar que este sistema político es capaz de apuntalar mejor que otros regímenes el desarrollo económico de los países y combatir flagelos indeseados, para recuperar la confianza de la ciudadanía.

La erosión de las normas democráticas en Estados Unidos comenzó en las décadas de 1980 y 1990 y se aceleró en los años 2000. Levitsky y Ziblatt advierten que ya cuando Obama llegó a la presidencia, muchos republicanos ponían en tela de juicio la legitimidad de sus rivales democráticos. Y toda esa desconfianza en las instituciones, que fue creciendo con los años, reventó cuando Biden ganó la presidencia en 2020. El ataque a la Casa Blanca fue emulado en Brasil y algunos otros países.

Si bien los estudios muestran que desde principios de siglo XX ha aumentado el porcentaje de personas que viven en democracias (hoy estimado en 29 %), muchas democracias están bajo amenaza y la autocracia gana espacios, con posiciones extremistas de distintos signos.

En ese contexto, el 2024 será el año con más elecciones en la historia, pero los analistas consultados por El País insisten en que ir a votar no significará más democracia. Aun así, coinciden en que tampoco conviene subestimar esa carta clave que se juega en las urnas y que determina gran parte del futuro de los países.