Por Gabriela Navarra, LA NACIÓN/GDA
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De Beethoven todos conocemos su sordera. Pero no era este su único problema de salud ni tampoco el que lo llevó a la muerte en 1827, cuando tenía 56 años de edad. El genial músico presentía que encontrar las causas de sus dolencias podría ayudar a revelar aspectos no conocidos de la medicina, y en 1802 dejó sentado un pedido especial a su médico, Johann Adam Schmidt, y a sus hermanos: solicitó que luego de su muerte sus problemas de salud se describieran e hicieran públicos, empezando por su sordera.
Es por eso por lo que la maltrecha salud del genial artista ha sido investigada varias veces en estos casi 200 años posteriores a su muerte. La última investigación, publicada en Current Biology, fue realizada con modernos métodos de secuenciación genómica sobre ocho mechones de pelo conservados en distintos escenarios (universidades, museos) de los cuales solo cinco probaron ser de la misma persona y le fueron atribuidos con una certeza casi absoluta.
Sobre la sordera y los severos problemas gastrointestinales –que cursaba con agudos dolores y diarreas frecuentes y lo persiguieron toda su vida– no hubo aportes significativos ni concluyentes. Pero sí se encontró una nueva explicación acerca de su muerte: según los investigadores, el músico tenía predisposición genética a padecer enfermedades hepáticas y además en su genoma fue hallado el ADN de la Hepatitis B, que literalmente puede aniquilar el hígado.
Esa infección, combinada con el consumo habitual de alcohol –casi todos sus biógrafos lo consideran alcohólico– ocasionaron una cirrosis que le hacía acumular litros de líquido en su abdomen (ascitis), que debía ser drenado. El cuadro fue empeorando con el tiempo y lo condujo finalmente a una insuficiencia hepática aguda fatal.
“La hepatitis B es la octava causa de muerte en el mundo, así que efectivamente puede ser muy grave. Y es evidente que también muy resistente, ya que aún pasados tantos años aún hay restos en ese genoma analizado –puntualiza Esteban González Ballerga, vicepresidente de la Sociedad Argentina de Hepatología (SAHE).
Es muy cuestionable decir que alguien tiene predisposición genética a padecer enfermedades hepáticas. Lo que sí se puede afirmar con certeza es que hepatitis B es una infección que se resuelve, pero no se cura. La hepatitis B puede ser aguda o crónica y en el paso a la cronicidad es una enfermedad silente. Pero en ciertos casos sí puede existir sintomatología, como por ejemplo ponerse amarillo (ictericia, que habría tenido Beethoven) y de esas presentaciones algunos pocos casos pasar a falla hepática fulminante”.
El especialista, que es Jefe de la División Hepatología del hospital de Clínicas, puntualiza que cualquier problema hepático desmejora con el consumo de alcohol. “El hecho de que la hepatitis B es una infección que se resuelve pero no se cura implica que cuando se vuelve crónica el virus sigue estando ahí. Si convive en forma pacífica con el sistema inmune no habrá problemas. Pero si por alguna causa (enfermedad, quimioterapia) hay una ‘catástrofe inmunológica’, existe el riesgo de una reactivación: el sistema inmune reacciona para ‘matar’ la infección pero también mata al hígado: eso produce insuficiencia hepática o falla hepática fulminante. Hoy ese cuadro es candidato a trasplante, pero esto no era posible hace 200 años.”
González Ballerga, que es gastroenterólogo y hepatólogo, agrega que en el país es baja la circulación del virus de la hepatitis B, pero que la única manera de estar protegidos de la infección es a través de la vacunación, tanto en la infancia como en la adultez. “Los chicos completan el esquema –dice–, pero entre los adultos apenas del 20% está vacunado. Y la vacuna es totalmente gratuita, se puede aplicar en cualquier hospital. Rápidamente nos protege. Es segurísima”.
La hepatitis B se transmite por vía sexual, sanguínea o durante el parto. Los científicos que estudiaron los mechones de pelo de Beethoven no estuvieron en condiciones de determinar de qué manera el artista habría contraído el virus.
La hipótesis de la transmisión neonatal es una posibilidad, pero no tiene menos sentido que haya sido a través de contacto sexual. Los científicos del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, Alemania, que condujeron la investigación, plantearon que la infección no era de larga data sino de apenas algunos meses atrás. Parece que sus últimos años, a medida que aumentaba su sordera, Beethoven sufría depresiones, incrementó su consumo de alcohol y posiblemente llevaba una vida más disipada que antes, aunque nunca se conocieron detalles de su intimidad sexual.
La música del silencio
Ludwig van Beethoven nació en Bonn, Alemania, el 16 de septiembre de 1770. A mediados de sus 20 comenzó a perder la audición. Y acerca de las razones de este problema –la gran paradoja de un músico genial– no hay explicaciones concluyentes. Cuando Beethoven murió, varios médicos hicieron una craneotomía a su cadáver y le extirparon los huesecillos de sus oídos, buscando respuestas. Pero de esos huesecillos no quedó nada. Los nervios auditivos se describieron, sí, muy adelgazados.
“En épocas de Beethoven, el alcohol se guardaba en vasijas revestidas de plomo, porque el plomo no alternaba ni el color ni el sabor de la bebida, y es muy probable que el alcohol (que él bebía con mucha frecuencia) estuviera contaminado con plomo, que es neurotóxico, afecta la mielina y la transmisión de los impulsos nerviosos. Esa es una posible explicación a su sordera, que fue progresiva”, explica Analía Nicassio, especialista en oído y médica del Servicio de Otorrinolaringología del hospital Italiano de Buenos Aires.
Nicassio considera que no es una explicación suficiente la hipótesis la enfermedad de Paget, que también ha sido planteada y que causa la deformación de los huesos del oído. “Paget aparece cerca de los 40, y no a los 25 o 26 como ocurrió en su caso”, puntualiza.
También descarta que fuera como consecuencia de una sífilis: “Porque para producir efectos neurológicos la enfermedad debe ser de larga data, y en Beethoven la sordera comenzó a presentarse en plena juventud. También se creyó que pudiera tener el síndrome de Cogan, que es autoinmune y afecta el oído, pero no hay pruebas de que padeciera alguna enfermedad de origen autoinmune”.
“En algunos trabajos se ha hipotetizado que podría haber tenido otosclerosis –añade la otorrinolaringóloga–, pero este problema tiene como características la herencia y la afectación de los huesecillos del oído, algo que no habría ocurrido aquí. Si bien se presenta en jóvenes, y este podría ser el caso, el músico tenía una sordera de origen neurosensorial, que ocurre cuando se daña el nervio que va del oído al cerebro. Por eso la intoxicación por plomo explica mejor no solo su hipoacusia progresiva sino también otros síntomas, como la depresión y los dolores crónicos, ya que el plomo atraviesa la barrera hematoencefálica y llega al tejido cerebral.”
“Lo primero que Beethoven refiere ir perdiendo, según su propio relato, son las frecuencias más agudas, y eso podría indicar una sordera neurosensorial, ligada al nervio auditivo. Pero las sorderas neurosensoriales de comienzo a esa edad generalmente tienen una evolución muy rápida, que no fue su caso –explica Alejandro Cocciaglia, otorrinolaringólogo de Clínica San Camilo–. Beethoven tenía zumbidos, una característica de la otosclerosis.
En la otosclerosis al inicio se altera la conducción del sonido desde el medio ambiente al oído interno por alteraciones de la conducción ósea (la cadena de “huesecillos” del oído) y lentamente aparece una hipoacusia de origen neurosensorial. Pero Beethoven no tenía vértigo, y esto atenta tanto contra la idea de que la sordera fuera consecuencia de alguna enfermedad sistémica (como sífilis u otras autoinmunes) así como también del origen neurosensorial del problema”.
Cocciaglia, que es docente de Otorrinolaringología de la UBA y médico de la especialidad en el Sanatorio Mater Dei, coincide con que la intoxicación por plomo podría explicar mejor qué le ocurrió al genial músico. “Es una hipótesis fuerte”, admite.
Sordo siguió componiendo
Beethoven quedó completamente sordo a los 44 años. Y aun así siguió componiendo. Su Novena Sinfonía, obra maestra cuya partitura original fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, fue alumbrada de su talento cuando estaba ya en completo silencio.
¿El músico seguía entonces escuchando una suerte de “voz interior”?
“Era una representación mental, no un sonido –dice el especialista de Clínica San Camilo–. Un amigo suyo, músico e ingeniero, le construyó un piano especial que le traía más información auditiva: él se ponía un palillo o un plato en la boca para sentir la vibración cuando tocaba. También tenía distintos tipos de audífonos primitivos para captar varios tipos de sonidos, que al principio le servían para amplificar, pero después ya no. Y usaba un metrónomo, que utilizan los músicos para ayudarse con el tempo y que para él sería una ayuda visual. No podemos culpar al reggeaton de la pérdida auditiva del pobre Beethoven, pero perfectamente podría haber sido la causa si hubiese coincidido con su época”, concluye, en un lamento irónico, Alejandro Cocciaglia.