Biden no fue el único: Lyndon B. Johnson, un presidente que renunció a la reelección eclipsado por sus sombras

Desde la muerte de Kennedy hasta 1968, Johnson impulsó reformas sociales históricas gracias a su maestría en la persuasión. La guerra en Vietnam lo hizo bajarse de la candidatura y cayó en desgracia.

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Lyndon B. Johnson mira una repetición de su discurso de retirada.
Lyndon B. Johnson mira una repetición de su discurso de retirada.
Foto: Yoichi Okamoto / LBJ Library

Si existen dos maneras de abandonar una carrera, justo a tiempo o demasiado tarde, las ilustran dos candidatos: Lyndon Baines Johnson y Joe Biden. Cada uno, con su circunstancia y sus razones (además de la perspectiva que da el tiempo en el caso de “Landslide” Johnson, como lo apodaron en el Senado), dejó de aspirar a una segunda Presidencia. Johnson se fue con logros históricos bajo el brazo, pero involucrado en una de las guerras más sangrientas; Biden, con conquistas que no se tradujeron en popularidad y 81 años a cuestas. Uno insistió en permanecer hasta que un cerco de presión lo asfixió; el otro, dejó en shock a Estados Unidos con una decisión tomada en silencio.

La historia de Johnson está escrita con los ingredientes de una tragedia: un hombre pobre que logró pararse en la cúspide del poder, cayó desde lo alto y murió sin ver la paz. Juró como presidente a bordo del Air Force One, acompañando los restos del presidente John F. Kennedy, aquel el fatídico 22 de noviembre de 1963, cuando asesinaron al mandatario en Dallas. Johnson, que era su vicepresidente, completó los meses que quedaban del mandato de Kennedy y se presentó a elecciones en 1964. Marcó un récord que ningún otro candidato demócrata ha podido romper: el 61,1% del voto popular. Sobre el final del período, en 1968, la caída fue brutal. Su obstinación por luchar contra el comunismo en Vietnam destruyó su carrera política y ensombreció hitos como la Ley de Derechos Civiles o la Ley de Seguridad Social —los sistemas Medicare y Medicaid—, por nombrar algunos.

El presidente Lyndon B. Johnson presta juramento a bordo del Air Force One en Dallas, Texas, poco después del asesinato del presidente John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963.
El presidente Lyndon B. Johnson presta juramento a bordo del Air Force One en Dallas, Texas, poco después del asesinato del presidente John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963.
Foto: Biblioteca y Museo Presidencial Lyndon B. Johnson

Un golpe de efecto

Ultimo día de marzo de 1968. Faltaban cuatro meses para la Convención Nacional del Partido Demócrata. El candidato natural era el presidente. Días antes, Johnson había ganado las primarias demócratas de New Hampshire. Pero el carismático Robert F. Kennedy, entonces senador por Nueva York y hermano del expresidente asesinado, había entrado en la carrera electoral. Esa noche, Johnson pronunció un discurso a la nación sobre la guerra en Vietnam, que ya llevaba más de doce años. El conflicto había comenzado antes de su llegada a la Casa Blanca, pero Johnson intensificó como nadie la presencia de Estados Unidos en el país asiático.

Si bien Kennedy ya había enviado un buen número de tropas a Vietnam, Johnson lo incrementó drásticamente, seguro de que Estados Unidos podría frenar el comunismo del norte. “Hemos hecho una promesa nacional de ayudar a Vietnam del Sur a defender su independencia. Y tengo intenciones de mantener esa promesa”, dijo en 1965. El 1 de julio de ese año había cerca de 51.000 militares norteamericanos en Vietnam, y 20.000 más el día 15 del mismo mes. Para el 28, Johnson anunció que el número aumentaría hasta los 125.000 y aún habría más incrementos. Para 1968, Estados Unidos tenía 548.000 soldados en Vietnam, 30.000 de ellos caídos. La tasa de aprobación de Johnson, que rondaba el 70% a mediados de 1965, cayó a menos del 40% en 1967.

En paralelo a la guerra, Johnson, con su inigualable capacidad negociadora, hizo realidad algo que Kennedy no había podido: en un Estados Unidos racista desde la raíz, el presidente implementó la Ley de Derechos Civiles en 1964, una norma que prohibía la discriminación en el empleo basada en la raza, el género, la religión o el origen nacional. La ley tendría, además de sus consecuencias sociales, un coletazo político. Según dicen, Johnson comentó en aquel momento: “Hemos perdido el sur durante una generación”. Y, salvo excepciones, el sur se ha vuelto cada vez más republicano desde entonces.

El presidente Lyndon B. Johnson firma la Ley de Derechos Civiles en una ceremonia en la Casa Blanca, Washington DC, el 2 de julio de 1964. PhotoQuest / Getty Images
El presidente Lyndon B. Johnson firma la Ley de Derechos Civiles en una ceremonia en la Casa Blanca, Washington DC, el 2 de julio de 1964.
Foto: Library of Congress

El jefe de Estado continuó con sus reformas progresistas al introducir la Ley de Derechos Electorales (1965), que prohibía las pruebas de alfabetización y demás prácticas discrimininatorias a los afroamericanos a la hora de votar. Un año antes había declarado la "Guerra a la Pobreza" con una serie de programas asistenciales destinados a los estratos más bajos de una sociedad que veía al American dream transformarse en una pesadilla. A principios de 1960, el índice de pobreza alcanzaba un histórico 22%, que se redujo al 15% en 1966. La mayoría de los pobres se concentraba en el sur y afectaba a las familias afroamericanas.

—Esta noche quiero hablarles de la paz en Vietnam y en el Sudeste Asiático —comenzó aquel 31 de marzo de 1968. Era la hora de máxima audiencia televisiva. Nadie esperaba ver a Johnson en el escritorio del despacho oval, serio, con un tono de voz calmo e imperturbable. El presidente anunció que había ordenado dejar de realizar ataques en Vietnam del Norte, salvo en una zona "de amenaza". Dijo que los ataque se frenarían en una zona que concentraba el 90% de la población. 463.220 personas habían muerto el año anterior. La guerra atormentaba a los vietnamitas y a los soldados norteamericanos que sobrevivían.

Habló sobre la guerra y detalló las medidas durante más de media hora. Si quería verse como un pacifista, necesitaba un golpe de efecto. Y en los minutos finales del discurso, empezó el preámbulo de una decisión que marcó la historia:

—Con los hijos de Estados Unidos en los campos lejos, con el futuro de Estados Unidos bajo desafío aquí mismo en casa, con nuestras esperanzas y las esperanzas del mundo por la paz en la balanza todos los días, no creo que deba dedicar una hora o un día de mi tiempo a ninguna causa partidaria personal ni a ningún deber que no sean los enormes deberes de este cargo: la presidencia de nuestro país.

Y, en efecto, dio el golpe:

—En consecuencia, no buscaré, y no aceptaré la nominación de mi partido para otro mandato como su presidente.

Johnson izó su propia bandera blanca después de haber alcanzado lo que había perseguido durante toda su vida.

Un puente sobre aguas turbulentas

Podía ser un hijo de puta. Se le daba bastante bien portarse como un animal y todo el mundo lo sabía. Escondía recortes de papel debajo de su mesa para poner a prueba al vigilante nocturno. Gritaba. Un día era el hombre más amable del mundo y al día siguiente estaba gritando, maldiciéndote a ti y a todo tu árbol genealógico con el lenguaje más soez del mundo y delante de todos tus compañeros de trabajo. Pero llegamos a acostumbrarnos a todo esto y gradualmente dejamos de sentirnos avergonzados, porque a todos nos pasaba en algún momento u otro.

Lo anterior es un exctracto de "Lyndon", un cuento de David Foster Wallce incluido en el libro "La niña del pelo raro" (1989). El personaje que habla es una empleada de Lyndon en el relato de ficción.

Súplica, acusación, adulación, exuberancia, desprecio, lágrimas, quejas, un indicio de amenaza. Todo esto junto. Recorría toda la gama de emociones humanas. Su velocidad era impresionante y todo iba en una sola dirección. Las interjecciones del objetivo no eran frecuentes. Johnson las anticipaba antes de que pudieran ser pronunciadas. Se acercaba, con la cara a un milímetro de su objetivo, con los ojos muy abiertos y entrecerrados, las cejas subiendo y bajando. De sus bolsillos salían recortes de prensa, memorandos, estadísticas. La mímica, el humor y el genio de la analogía hacían de 'El Tratamiento' una experiencia casi hipnótica y dejaban al objetivo aturdido e indefenso.

Lo anterior es una descripción de los periodistas Rowland Evans y Robert Novak sobre cómo Johnson ejercía su talento para la persuasión durante sus años en el Senado. Esa imagen del "Tratamiento Johnson" está estampada en detalle en el libro "Lyndon B. Johnson: The Exercise of Power" (1966).

Lyndon Johnson aplica el "Tratamiento Johnson" a Theodore Green.
Lyndon Johnson and Theodore Green
Foto: National Portrait Gallery, Smithsonian Institution; gift of Frances O. Tames.

Antes de llegar a la Casa Blanca, Johnson tuvo una fructífera carrera en el Senado. Su ambición, su habilidad política y su poder de persuasión lo eyectaron desde Stonewall, una pequeña localidad en Texas, hacia el liderazgo de la mayoría demócrata en la Cámara alta. Johnson siempre supo que quería ser político y tenía claro que para eso tenía que formarse. Se graduó en la Universidad del Estado de Texas—San Marcos y fue maestro en una escuela de niños mexicano-americanos antes de aterrizar en Washington como secretario del representante demócrata por Texas, Richard M. Kleberg. Él mismo ha señalado que la pobreza que vio en aquellos niños a quienes enseñaba definieron su carrera.

En 1941, con 33 años, intentó sin éxito obtener la nominación demócrata para el Senado. Pero en 1948 ganó un escaño en esa Cámara en una carrera muy disputada por un margen de 87 votos, lo que le valió el irónico apodo de "Landslide" Johnson. ("Landslide" se traduce como "victoria aplastante" o "abrumadora").

El presidente Johnson utiliza su técnica con el gobernador Nelson Rockefeller en la Oficina Oval el 11 de febrero de 1966
El presidente Johnson utiliza su técnica con el gobernador Nelson Rockefeller en la Oficina Oval el 11 de febrero de 1966
Foto: Yoichi Okamoto / Lyndon Baines Johnson Presidential Library and Museum.

Como senador, Johnson se alió con el influyente Richard B. Russell Jr. Con su apoyo, ganó las elecciones como líder demócrata en 1951 y dos años después, cuando todavía estaba en su primer mandato en el Senado, se convirtió en líder de la minoría demócrata. Cuatro años más tarde fue llegó a ser líder de la mayoría y ocupó ese puesto durante los siguientes seis años. Pero esa mayoría, obtenida por un solo voto, era estrechísima. Fue así que Johnson debió basarse en su poder de persuasión —en su "tratamiento"— para mantener unido al bloque demócrata y reunir votos adicionales entre los senadores republicanos.

Pero lo hacía también entre los suyos. Por ejemplo: su mentor, Russell, no quería participar de la Comisión Warren, encargada de investigar el asesinato de Kennedy. Johnson lo sabía, pero anunció su participación de todos modos, antes de pedírselo. Después, lo presionó por teléfono para que aceptara, como consta en la grabación de la llamada, donde un auténtico Johnson despliega todas sus armas.

Como parte del arte de la persuasión, Johnson se dedicó a comprender a cada persona con la que trataba (sus presiones, valores, rasgos de personalidad y motivaciones) para que su mensaje y su técnica estuvieran adaptados a ellas.

Lyndon Johnson y Richard Russell, 17 de diciembre de 1963.
Lyndon Johnson y Richard Russell, 17 de diciembre de 1963.
Foto: Yoichi Okamoto / Lyndon Baines Johnson Presidential Library and Museum.

Al presidente le obsesionaba el teléfono. En su rancho en las afueras de Austin tenía 72 líneas telefónicas instaladas. Y durante su estancia en la Casa Blanca grabó unas 9.420 llamadas, un total de 643 horas. Incluso hacía que su asistente principal, Walter Jenkins, escuchara la conversación y tomara notas taquigráficas, según consta en la Lyndon Baines Johnson Library.

Hay una llamada entre Johnson y Jenkins que muestra a un presidente dubitativo, inseguro. Un Johnson lejano al exhibicionista, al excéntrico, al que solía exhibir su pene "Jumbo" —así lo llamaba— a sus inferiores, según narra el periodista Robert Caro recoge en la biografía "The Years of Lyndon Johnson". En esa llamada íntima, con Jenkins, el presidente confiesa:

—No creo que pueda, Walter... Mental y físicamente. No creo que pueda acarrear responsabilidades de la bomba y del mundo y de los negros y del sur, y así sucesivamente (...) Ahora hay hombres más jóvenes y mejor preparados y mejor entrenados, hay hombres con educación en Harvard, y conozco mis propias limitaciones. Simplemente no creo que tenga la fuerza física y mental para soportarlas.

Johnson no pronunció esas palabras antes de abandonar la carrera en 1968. Lo hizo en 1964, antes de la Conveción del Partido Demócrata que lo coronaría candidato, antes de ganar la Presidencia con una mayoría inaudita, antes de las leyes de los derechos civiles, la seguridad social y de la guerra contra la pobreza; antes la sangre que corrió en Vietnam, antes de los 58.000 soldados norteamericanos muertos en combate, los miles de veteranos con estrés postraumático, los dos millones de civiles muertos en aquel país a miles de kilómetros, donde Estados Unidos libró una guerra que perdió.

Lyndon B. Johnson al teléfono.
Lyndon B. Johnson al teléfono.
Foto: Yoichi Okamoto / Lyndon Baines Johnson Presidential Library and Museum.

Lyndon Johnson sólo vivió cuatro años más después de dejar la Casa Blanca. El asesinato de Martin Luther King en el último año de su Presidencia, seguido de los disturbios raciales y de las consecuencias políticas de la guerra en Vietnam, contribuyeron al desmoronamiento de la imagen de su gobierno.

"Hay algo trágicamente irónico en que un hombre tan sediento de gloria como Johnson pudiera lograr tanto y, sin embargo, ser un relativo desconocido en la cultura popular en comparación con Kennedy, Eisenhower e incluso Nixon", escribió el periodista Jack Bernhardt en The Guardian. Después de terminar su mandato, Johndon se mudó a su rancho en Texas: “Toda mi vida he querido disfrutar de esta tierra. La compré, la pagué, la vi mejorar. Es todo lo que me queda”. Allí pasó sus días atormentado por el recuerdo de sí mismo que proyectaba en la población. Fumaba y escuchaba una y otra vez “Bridge Over Troubled Water” de Simon & Garfunkel. Johnson murió de un infarto el 22 de enero de 1973, pocas semanas después de que Richard Nixon lo llamara para adelantarle que Estados Unidos se retiraría de Vietnam, pero cinco días antes de que ver el renacer de la paz para los estadounidenses.

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