Iker Seisdedos - El País de Madrid
Una cosa es que el diseño de ropa destinada al merchandising político sea una de las ramas más urgentes del pret-á-porter, y otra es la increíble rapidez con la que han reaccionado estos días a los vertiginosos acontecimientos los proveedores y vendedores de la Convención Nacional Republicana, que se celebró hasta este jueves en Milwaukee.
Para poder comprar toda clase de productos con elTrompoet electoral definitivo ―”Trump-Vance. Make America Great Again. 2024″— bastaron menos de 24 horas desde que el lunes pasado se cerrara la alineación de candidatos. Y el martes ya se vendían en algunos de los puestos repartidos por el recinto camisetas, chapas y barajas de cartas no oficiales con la imagen que más perdurará de las miles que se tomaron el sábado anterior tras el intento de atentado contra Donald Trump en Pensilvania, esa en la que se ve en una composición virtualmente perfecta al expresidente emerger entre los cuerpos de los agentes del Servicio Secreto con el puño en alto, la oreja derecha ensangrentada y una bandera estadounidense presidiendo la escena.
Entre algunos vendedores y ciertos compradores, cundía la idea de que aún no había pasado suficiente tiempo para sacar provecho comercial del intento de asesinato. En uno de los puestos de dentro del recinto, las camisetas blancas con la foto se las quitaban de las manos por 40 dólares. En los de fuera, cuyos negocios se nutren de mercancía pirata, a la imagen le añadían eslóganes como “Nada parará al movimiento MAGA [por las siglas de Make America Great Again]”, “Jamás nos rendiremos” o “Teflon Don”, una referencia al apodo que le pusieron al presidente Ronald Reagan por su dureza (como la del teflón, el material de las sartenes). Reagan también sobrevivió a un atentado en 1981.
“Dudo mucho que esa camiseta llegue a superar las ventas de la que se hizo a partir de la ficha policial”, explicó Robin McNamara, presidenta de Patriotic Shop, Inc, de Williamsburg (Virginia), después de repasar en su teléfono móvil las fotos con famosos políticos de Florida, Trump incluido, que demuestran su pedigrí republicano. La imagen de la que habla McNamara se la tomaron al expresidente en la prisión de Fulton, cerca de Atlanta, en agosto pasado, cuando se presentó como imputado, entre otras cosas por liderar una asociación de tipo mafioso para alterar los resultados de las elecciones de 2020 en Georgia. Es uno de los cuatro juicios que tiene pendientes.
De Eisenhower a Obama
El merchandising político goza de una larga tradición en Estados Unidos, que se remonta a las chapas de las campañas de las elecciones de los años cuarenta, que cuentan con su propio saludable mercado de segunda mano, y tiene uno de sus primeros y más famosos hitos en aquel pin que promovía la candidatura de Dwight Eisenhower (presidente republicano entre 1953 y 1961) con un pegadizo “I Like Ike” (Ike, como abreviatura de Dwight).
La campaña que llevó a Barack Obama a la Casa Blanca en 2008, con su “Yes we can” marcó un antes y un después. Aunque nada puede compararse al delirio y al derroche de imaginación, a veces surrealista, de productos que trajo Trump a partir de 2016.
Todo empezó con el que aún sigue siendo el artículo estrella, el inoxidable long-seller trumpista: las gorras rojas con el eslogan MAGA, por las siglas en inglés de Devolvamos la grandeza a Estados Unidos, frase que Trump rescató de una campaña presidencial de Ronald Reagan.
Esas gorras fueron un inesperado éxito en 2016. Jared Kushner, yerno del expresidente y estrecho colaborador durante sus primeros cuatro años en la Casa Blanca, contó en sus memorias Breaking History que el diseño fue cosa del mismo Trump, y que Amanda Miller, jefa de marketing y comunicación de aquella campaña histórica encargó de salida 100 unidades, pese a que el jefe pidió 1.000. Muy pronto, desvelaba también Kushner, estaban ingresando 80.000 dólares diarios solo en venta de gorras.
En Milwaukee, el diseño original se ha desplegado en todas sus variantes: desde las gorras de color dorado que lucían muchos de los delegados de California, los más numerosos, a las que en un costado incorporan las cifras “45-47″, por el número que ocupó Trump en la lista de los presidentes estadounidenses la primera vez que ocupó la Casa Blanca y el que le espera si en noviembre gana las elecciones.
La campaña de Trump ha aprovechado el tirón de su marca con fines recaudatorios, con productos como una edición limitada de cartas que se vendió tan rápido como acabó convertida en una pieza de coleccionista o unas zapatillas doradas que se agotaron en un suspiro. 45Footwear, la misma compañía que fabricó aquellas, anunció estos días la puesta a la venta de una versión actualizada con los últimos acontecimientos: las nuevas son blancas, llevan una imagen de Trump con el puño en alto y las palabras que pronunció en el estrado tras sobrevivir al ataque del sábado: “¡Luchemos! ¡Luchemos! ¡Luchemos!”.
En uno de los puestos de la convención, un negocio familiar que echó a andar con Obama, venden una edición posterior de la versión dorada de las zapatillas, “made in Vietnam”, por 300 dólares. En otro, la Biblia que Trump sacó a principio de este año a un precio de 60 dólares con el título God Bless the USA Bible, llamada así por la balada del cantante country Lee Greenwood que Trump hace sonar cuando sube al escenario en sus mítines. Greenwood, que lleva toda la semana en Milwaukee, firmaba ejemplares y vendía también una guitarra autografiada por 1.000 dólares.
Un poco más allá, un par de jóvenes llamados Gregory Woodman e Ian Pratt habían desplegado sobre una mesa otra oferta libresca: un poemario que recoge los tuits de cuando Trump era presidente y regía los destinos de la primera potencia mundial a cualquier hora del día (y mejor de madrugada) a golpe de texto en esa red social. Pratt explicó que no habían pedido permiso al expresidente, pero que tampoco hacía falta: “esos tuits son de dominio público”, añadió mientras abría el libro por una de las páginas en la que los versos dibujan formas caprichosas, a la manera de Apollinaire. Los tipos recogen además firmas para forzar el nombramiento del magnate como poeta laureado del Congreso. A la pregunta de si había algo de ironía en todo eso, Woodman contestó: “La poesía es una de las artes más universales, y el presidente Trump es capaz de comunicar cosas muy grandes con palabras”.
El primer volumen de las obras completas del “mejor poeta de su generación” cuesta 45 dólares (otra referencia a la cuadragésimo quinta presidencia de Estados Unidos). Pratt y Goodman preparan un segundo volumen para cuando regrese, si es que regresa, a la Casa Blanca. Tal vez lo haya adivinado: ese costará 47 dólares.
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