Gonzalo Robledo / El País de Madrid
Mucho antes de que las redes sociales revelaran que las imágenes de los gatos pueden generar un fervor viral, Japón profesaba una profunda devoción por los felinos y la plasmaba orgullosa en todas sus manifestaciones culturales. Desde leyendas folclóricas hasta películas de anime, pasando por clásicos de su literatura y poesía tradicional, la fascinación del país asiático por los gatos se extiende a la vida diaria y se confirma con estadísticas que identifican al gato como la mascota predilecta de los hogares nipones.
“La cultura gatuna actual se inició con al auge de la sociedad de consumo, en los años setenta y ochenta del siglo pasado”, explica el crítico literario Kai Nagase mencionando a Hello Kitty, la gata sin boca que compite con Mickey Mouse en ventas mundiales de productos con licencia de su imagen. Hello Kitty ayudó a internacionalizar el término japonés kawaii, usado para definir la cultura de lo “tierno y mono”, poblada por personajes con características infantiles como ojos muy grandes y boca diminuta.
Nagase confiesa que su personaje favorito de ficción es Doraemon, el gato robot venido del siglo XXII cuyas historias de manga y anime acompañan la infancia de los japoneses desde hace cinco décadas. “La inspiración para soñar que hemos recibido de Doraemon es inmensurable”, afirma el crítico, destacando el “poder blando” de ambos personajes. Doraemon fue nombrado embajador del anime por el Gobierno japonés en 2008 y Kitty ha servido como representante diplomática del Año Internacional del Desarrollo del Turismo Sostenible de las Naciones Unidas.
La popularidad de Doraemon y Kitty contrasta con la poca difusión que ha tenido en occidente su precedente más culto, el protagonista de Soy un gato (Impedimenta), la primera novela del célebre escritor Natsume Soseki (1867-1916) y lectura habitual en las escuelas japonesas. El gato de Soseki, que permanece sin nombre durante todo el relato, es un crítico mordaz del egoísmo de los seres humanos que satiriza además la occidentalización de la sociedad japonesa de finales del siglo XIX. “No se trata de la historia de un gato, sino de una historia contada por un gato. Eso la hace única en la literatura japonesa moderna y su estilo ha influido en muchas creaciones posteriores”, continúa Nagase.
Mininos enviados desde China
La teoría más citada sobre el origen de los gatos japoneses habla de mininos enviados desde China en el siglo VI para proteger de las ratas las escrituras budistas. La creencia en la transmutación de los seres y el respeto por la naturaleza del budismo y del sintoísmo, la religión autóctona de Japón, poblaron su folclore de seres sobrenaturales entre los cuales figuran muchos gatos.
En el amplio catálogo de los yokai (seres sobrenaturales), Nagase señala un gato gigante de dos colas llamado nekomata, que aterrorizó las montañas vecinas de la antigua capital de Nara en el siglo XII. Los cuentos de gatos fantásticos tuvieron su apogeo en la era Edo (1603-1868), un periodo de aislamiento cuando el archipiélago nipón se llenó de gatos domésticos, además de desarrollar algunas de sus manifestaciones culturales más perdurables, como el teatro kabuki, la poesía haiku, el sushi y los grabados ukiyo-e.
Los grabadores de la época Edo fueron prolíficos en ilustrar la mitología con felinos sobrenaturales que suplantan a sus amos en festivos universos nocturnos. El poeta más conocido del género haiku, Matsuo Basho (1644-1694), dedicó algunas obras a la observación de la conducta felina, entre ellas un verso dedicado a una gata en celo que satisface su apetito sexual pese a comer mal, y que en una traducción literal dice: “Adelgaza la gata, de amoríos y cebada”.
De aquella época data también la figura del felino que llama a los clientes con la pata levantada a la entrada de muchos comercios, llamado maneki-neko, y que se venera en el templo tokiota de Gotokuji. Yukio Mishima (1925-1970), autor amante de los gatos recordado por su suicidio por el método ritual de seppuku (corte de vientre y posterior decapitación a manos de un asistente), recurre a la muerte y disección de un gato para la escena emblemática de su obra El marino que perdió la gracia del mar (Alianza Editorial).
Los nombres más populares de gatos en Japón son bisílabos como Mimi o Tama, elegidos por Haruki Murakami para algunos de los felinos de su novela Kafka en la orilla (Tusquets), historia donde uno de los personajes centrales tiene poderes para hablar con los gatos y otro colecciona cabezas de mininos en su congelador.
Hay hasta librerías especializadas. Jieun Yoo, ciudadana coreana, es la fundadora de Necoya Books (algo así como “libros de la gatería”), situada en el barrio de Tachikawa, al oeste de Tokio. En unos 24 metros cuadrados programa exposiciones, vende libros ilustrados, ensayos, manuales para aprender idiomas con personajes gatunos, además de pegatinas, bolsas y muñecos. “Una de las razones por las que abrí mi librería es para aumentar el número de amantes de los gatos”, afirma. La librera explica que en honor a la onomatopeya japonesa del maullido, que coincide con la fonética nipona del número 2, inauguró el espacio el 22 de febrero, el Día del Gato, de 2022.
Las librerías gatunas se suman a las numerosas cafeterías de gatos (neko-cafe) donde los comensales pueden mirar y, dependiendo del ánimo de los mininos, tocar y cargar a los animales mientras toman algo. Hayao Miyazaki y su afamada productora de anime Studio Ghibli tienen una larga lista de personajes felinos, entre los que destaca el Nekobasu (Gato bus), una fusión de animal y vehículo que hace de personaje secundario en Mi vecino Totoro.
La población felina de Japón compite desde hace años con la humana y en algunas islas vaciadas y remotas, como Aoshima, viven treinta veces más gatos que personas. El gato es el animal de compañía más popular y, según las estadísticas de la Asociación Japonesa de Fabricantes de Alimentos para Mascotas, en 2023 había 9,06 millones de gatos con dueño registrado. Sumados a los perros, el total resultó en 15,9 millones de mascotas, frente a los 14 millones de niños menores de 14 años del censo de ese mismo año.