Debe ser israelí. Debe usar lentes. Debe parecer un nerd. Debe ser de ultra derecha. Debe ser paranoico para pensar y agresivo para hablar. Y debe pertenecer a alguna conflagración lo suficientemente sofisticada para que, al identificarla, el analista llamado a interpretar los hechos se sienta satisfecho, agudo, perspicaz.
Mentiría si escribiera que algunos de los prejuicios precedentes -otros forman parte de este texto por motivos literarios- no pasaron por mi mente antes de conocer la identidad del especialista en seguridad e inteligencia que expondría en un prestigioso foro de Buenos Aires sobre “prevención del terrorismo y extremismo violento”, una cumbre de expertos y altos funcionarios de gobiernos de la región reunida hace pocas semanas gracias al esfuerzo del Congreso Judío Latinoamericano y del Comité Interamericano Contra el Terrorismo de la OEA.
Pero en este caso la realidad no superó la ficción. Y menos aún la afiebrada imaginación del escritor. Porque el especialista es italiano, porque piensa y actúa como un intelectual imbuido de pragmatismo, y porque su physique du rôle difiere enteramente del que aquellos prejuicios delinearían.
El doctor Emanuele Ottolenghi -como en una esperable novela de misterio, el nombre aparece al final- llega puntualmente a una cita donde demostrará que la innegable elegancia que adorna su personalidad es un aspecto nada superficial de su carácter.
Un carácter hecho sobre todo de templanza, atributo que, en las pocas horas en las que estuvo en Uruguay, adonde llegó invitado por el Comité Central Israelita, nuestro protagonista exhibió en una entrevista con El País de relevancia para cualquiera mínimamente interesado en asuntos geopolíticos inquietantes, vigentes y acaso -¿habré vuelto a adoptar un tono conspirativo?- más cercanos a nosotros de lo que cabría suponer.
-Usted se graduó como politólogo en la Universidad de Bolonia, obtuvo su doctorado en la Universidad Hebrea de Jerusalén y ha sido docente, entre otras instituciones, de la Universidad de Oxford. ¿Qué le sigue apasionando de la academia, y por qué decidió pasar del mundo de las ideas al de la acción?
-El mundo académico me enseñó el método científico, que sigo utilizando hasta hoy en mis investigaciones. Pero a mí me gustaba pensar en su impacto práctico, y en la posibilidad de que estas pudieran ayudar a la toma de decisiones políticas. Por eso pasé a un mundo de mayor acción, aunque sigo intentando ser fiel al método. Porque al final del día, los hechos son lo que cuenta.
-Cuando usted era chico, ¿imaginaba el presente que hoy protagoniza? ¿Tenía algún faro en ese sentido, como por ejemplo Churchill o Kissinger?
-No tenía el faro de un personaje famoso como ellos, pero crecí en un ambiente familiar, y también escolar, donde la historia y la política eran centrales. Yo provengo de una familia de fuerte tradición anti fascista, al punto de que mi abuelo, Guido Ottolenghi, obtuvo una condecoración al valor militar en la resistencia italiana. Antes, la familia había participado del movimiento de unificación nacional en la Italia del siglo XIX. Así que, durante mi infancia, la política y la historia fueron el pan que acompañó cada comida. Para la época en que llegué a la escuela, sobre todo a la superior, a principios de los años 80, el activismo político era intenso. Al mismo tiempo, Bolonia era un centro muy fuerte del Partido Comunista Italiano. En aquel período, el comunismo llegaba al 33 por ciento de los votos a nivel nacional y, en mi ciudad, al 50. Entonces, viniendo de una tradición anti fascista pero también liberal, el comunismo se presentaba como una forma diferente pero parecida de totalitarismo, por lo cual fui muy activo en los movimientos de juventud política. Y en medio de aquella efervescencia, participé en las distintas elecciones de representantes en los organismos de la escuela superior. Quiere decir que cuando llegué a ese punto, la decisión de estudiar ciencia política resultó natural. Pero lo que me impactó, más que un personaje, fue la experiencia, las vivencias familiares, la lucha por la libertad y la historia reciente del país con sus experiencias trágicas, que incluso se tradujeron en un fenómeno muy peligroso de terrorismo proveniente de ambos extremos del arco ideológico y, por otro lado, particularmente en el sur de Italia, en el asesinato de jueces, fiscales y políticos por parte del crimen organizado. Todo eso contribuyó a mi formación.
-Impresionante. Usted es senior fellow de la Fundación para la Defensa de las Democracias, un think tank radicado en Washington. ¿Por qué cree que ideológicamente el trabajo de la institución se ha asociado con el neoconservadurismo que abundó, sobre todo, en la administración de George W. Bush?
-Creo que la razón es que la fundación comenzó a trabajar en 2001, y que desde el inicio se metió con lo que podríamos definir como una “batalla de ideas”. Sin embargo, no creo que esa definición sea justa. En primer lugar, porque somos una fundación donde trabajan juntos demócratas y republicanos, liberales y conservadores, una institución que tiene personal, sobre todo en el sector de la investigación, que incluye a musulmanes, judíos y cristianos. Lo que nos caracteriza es la convicción de que estamos nuevamente en una época en la que las ideas tienen un impacto muy fuerte en nuestro destino; de que nuestros adversarios y enemigos sostienen una filosofía contraria al espíritu liberal-democrático de las sociedades abiertas; y de que el terrorismo no solamente es un fenómeno violento que amenaza la seguridad pública y nacional, sino que tiene una raíz ideológica. O sea que no es suficiente adoptar medidas de protección de la sociedad, sino que hay que comprender qué está detrás de la violencia. Nuestra fundación surgió con el objetivo claro de estudiar y explicar estos fenómenos a los miembros de las élites y a quienes toman decisiones y formulan medidas políticas para enfrentarse a ellos, de forma de contribuir a comprender mejor el universo ideológico, intelectual y filosófico que los alimenta.
-Un artículo reciente de su autoría advierte respecto a cuán viva está la alianza entre la dictadura venezolana y el régimen iraní. Pero quisiera preguntarle algo que, por cercanía geográfica y cultural, en Uruguay nos importa más. ¿Cuál es la conclusión geopolítica y moral que se puede sacar tanto del atentado a la AMIA y a la Embajada de Israel en Argentina como del también impune asesinato al exfiscal Nisman?
-Que lo que sucedió ha sido un golpe, no sé si fatal pero sí muy duro, para la democracia. Porque sin la certeza del Derecho y la expectativa de justicia, no vivimos en una sociedad segura. La alianza entre la dictadura venezolana y el régimen iraní es el ejemplo perfecto de ello. Por un lado, a pesar de contar con increíbles recursos humanos y naturales, tienes a un país latinoamericano que se transformó en una dictadura encabezada por una cúpula criminal, que causó la fuga de millones de sus ciudadanos, el fracaso de su economía, la negación de los derechos humanos y políticos, y el ecocidio de la Amazonia. Por otro lado, tienes una dictadura revolucionaria islamista con ambiciones imperiales, que recurre al terrorismo para implementar su agenda política. Esta cooperación no lleva nada bueno para la región, y es una plataforma que se nutre de la falta de democracia y de la sistemática erosión del Estado de derecho. Mientras Caracas y Teherán continúen cooperando, la amenaza de atentados como los del 1992 y 1994 continuará latente en Latinoamérica. En cuanto a Nisman, matar a fiscales es una estrategia que trágicamente hemos visto en otros casos vinculados al crimen organizado, y tiene como objetivo negar la justicia silenciando a sus servidores y amenazando a los colegas de la víctima. A Nisman lo mataron para matar a la justicia.
-Entonces, ¿por qué piensa que en América Latina una parte no menor de la población ve con simpatía apenas disimulada, e incluso como la parte débil de la ecuación, a regímenes totalitarios musulmanes que violan masivamente los derechos humanos, especialmente los de las mujeres?
-Es una excelente pregunta, aunque considero que este fenómeno no es exclusivo de América Latina. Y para responderte voy a ofrecer un ejemplo que no es latinoamericano, pero sí muy representativo. Una de las primeras personas que apoyó entusiastamente a la revolución iraní fue el filósofo francés Michel Foucalt, quien escribió artículos poderosos en ese sentido. ¿Cómo se explica que este intelectual tan sofisticado, de grandísima cultura, se haya identificado con un régimen cuasi fascista, con una revolución islámica que transformó la sociedad negando derechos de igualdad a las mujeres, a los homosexuales y a las minorías religiosas, y bloqueando cualquier forma de oposición política? Yo creo que la razón de esta identificación entusiasta, que también está presente en otros movimientos intelectuales y políticos de América Latina, es un fenómeno típico de la izquierda radical, que frente a esos regímenes adopta una perspectiva anti liberal y anti republicana, y que, independientemente del contenido que tenga, romantiza la idea de revolución. Foucault habla, incluso, de “una revolución que va a quebrar los elementos fundacionales del modelo occidental”. Sin embargo, esta influencia no es unidireccional porque, cuando vamos a estudiar las raíces ideológicas de los intelectuales revolucionarios iraníes, nos encontramos con que ellos reinterpretan la doctrina islámica chiita a la luz de filosofías occidentales, como la teoría de la violencia política de Fanon o el modelo que adoptó el Frente de Liberación Nacional argelino. De hecho, Irán está en América Latina para exportar la revolución, lo cual es una idea típicamente marxista.
-Entre los intelectuales rioplatenses, fue Ernesto Sábato quien, contraculturalmente y tal vez antes que nadie, asoció el antisemitismo con el antisionismo, al punto de que llegó a escribir: “El antisemita dirá sucesivamente -y aun simultáneamente- que el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado en su gueto y metido en todas partes. Es claro que en esas condiciones el judío no tiene escapatoria: cualquier cosa que diga, haga o piense caerá en la jurisdicción del antisemitismo”. Entre nosotros, el expresidente Sanguinetti también ha defendido, con sus particularidades, esta visión. Pero ¿no hay un punto en que, desde Israel, que es un país desarrollado y una democracia liberal que funciona cabalmente, cualquier error grave que cometa el gobierno puede servir de excusa para catalogar a quienes lo critiquen de antisemitas?
-La frontera es esta: la crítica a las decisiones de un Estado no implica la negación del derecho de ese Estado, o del pueblo que lo conforma, a ser, justamente, pueblo y Estado. El antisionismo no se limita a criticar a Israel por las decisiones que toma, sino que niega el derecho de Israel a existir como Estado nacional del pueblo judío. Y no solo niega la manifestación concreta de ese Estado, sino el principio de que los judíos se puedan definir como pueblo y de que, desde ahí, tengan el derecho de autodeterminación, un principio que, al menos abstractamente, se les reconoce a todos los demás pueblos del mundo. Sin entrar en cada una de las crisis y decisiones que toma el gobierno de Israel, ahí está el tema.
Tenemos la convicción de que estamos nuevamente en una época en que las ideas tienen un impacto muy fuerte en nuestro destino
-¿A usted le han dicho alguna vez que es, antes que italiano, judío?
-Muchas veces.
-Dígame una cosa: ¿puede un especialista en inteligencia no terminar carcomido por la paranoia, siendo que la realidad muchas veces se parece a las novelas de John le Carré?
-Es un riesgo, aunque intento que me guíen los hechos, que para mí constituyen un límite infranqueable. Si algo no se puede demostrar, no significa que no exista. Pero no se puede demostrar.
-¿No cree en la intuición?
-Sí. La intuición ayuda a hacer un trabajo de investigación de calidad, porque hay que considerar cosas que no son tan evidentes, pero que uno siente. Sin embargo, esa consideración no me impide criticar algunas intuiciones propias ni los agujeros presentes en el edificio que se construye con los hechos, lo cual forma parte del método científico de investigación que aprendí en la universidad.
-Dígame otra cosa: ¿puede un hombre que ha conocido tanto el mundo terminar conociéndose a sí mismo y, así, saber quién es?
-Aunque no lo hayas querido, la vida a veces te fuerza a hacerlo. No sé si me conozco perfectamente, pero después de 54 años de vida, muchas de las cosas que me pasaron me han enseñado a realizar un poco más de introspección.
-¿Entonces? De acuerdo a lo que ya sabe, ¿quién es usted?
-Yo soy, todavía, un estudiante.