El insólito vendedor que intentó matar a Cristina Kirchner

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Captura de Fernando Sabag Montiel, el presunto “lobo solitario” que gatilló sobre el rostro de la vicepresidenta argentina. Foto: La Nación (GDA)

ARGENTINA

Los sinsentidos que hasta el momento plagan la biografía de Fernando Sabag Montiel se elevaron a la enésima potencia cuando puso una pistola Bersa a centímetros de la cabeza de la vicepresidenta.

Tenía una casa, pero alquilaba habitaciones precarias para vivir, o dormía en uno de sus tres autos. Se había metido en una iglesia evangélica y por eso lo apodaban Tedy el Cristiano. También lo llamaban Ravi Shankar, porque decía tener dones para la adivinación. En algún momento coqueteó con el culto Umbanda. El único empleo en relación de dependencia que se le conoce fue en una remisería, pero trabajaba tres días y desaparecía cuatro, o un mes entero. Cuando volvía, se podía quedar hasta las cinco de la mañana, o sumaba más de 12 horas continuas de viajes.

Los sinsentidos que hasta el momento plagan la biografía de Fernando Sabag Montiel, de 35 años, se elevaron a la enésima potencia el jueves 1 de septiembre a las 20:52. Ese día, luego de pagar la seña para un tatuaje, se acercó al departamento de Cristina Kirchner y, frente a la multitud que la vitoreaba, puso una pistola Bersa a centímetros de la cabeza de la vicepresidenta. Luego, gatilló. El arma tenía cinco balas en el cargador, pero ninguna en la recámara y por eso no se disparó.

Hoy Sabag Montiel está preso, acusado de tentativa de homicidio. “Ideación mística con tendencia a la megalomanía” e “ideas delirantes”, así lo diagnosticaron los diferentes especialistas que lo entrevistaron la madrugada posterior a su detención. “Yo no entiendo nada, fue un flash como si apagaran las luces”, dijo Sabag Montiel.

Erratico

Un intento de viaje a la cabeza y la biografía de Sabag Montiel se topa con grandes espacios vacíos.

Su madre murió y su padre y su abuela paterna viven en Chile y lo desconocen. En estos días de conmoción, en que su nombre circuló al infinito, no fue posible dar más que con una novia mitómana, también presa luego del atentado, un delirante grupo de compañeros en su supuesta fuente de ingresos como vendedor ambulante de copos de azúcar y algunos exconocidos de trabajo.

El diario La Nación recorrió el barrio de su adolescencia, su lugar de residencia, su antiguo empleo, el local donde se iba a tatuar, las casas de sus amigos, las redes sociales propias y de sus conocidos y hasta el boliche donde iba a bailar.

La marginalidad de su existencia no dejó rastros en la burocracia. Hasta que saltó a la fama con su Bersa cargada, Sabag Montiel había transitado una vida repleta de pequeñas incoherencias, pero carente de marcas trascendentes en la memoria de los que lo rodearon.

De su partida de nacimiento surge que nació el 13 de enero de 1987 en San Pablo, Brasil. Su padre es Fernando Ernesto Montiel Araya, un chileno detenido en varias ocasiones en Brasil por hurto y peculado. Su madre, Viviana Beatriz Sabag, fue quien lo trajo a la Argentina de niño.

Cuando Fernando era adolescente, él y su madre se instalaron en una casa de la calle Terrada 2300, en Villa del Parque. Según cuentan las vecinas, Viviana Beatriz se dedicaba a vender zapatos y vivió allí con su pareja, con quien Sabag Montiel no tenía buena relación.

Luego de la muerte de su madre, en 2017, Sabag Montiel comenzó a alquilar las habitaciones de su casa. “Él nunca estaba. Le alquilaba las piezas a cualquiera. Era un desastre esto. Estaban todos en la vereda borrachos, drogados”, se queja una de las vecinas.

Vecinos de Villa del Parque también lo recuerdan andrajoso. “Tenía pelo largo y un aspecto sucio, con los pantalones rotos”, dice un comerciante de la zona. “Hace mucho que no lo veo, pero antes estaba muchas veces tirado toda la tarde en el puesto de diarios”, sumó el kiosquero.

Tampoco causó una buena impresión en el único empleo formal que se le conoce.

Sabag Montiel trabajó desde mediados de 2019 hasta febrero de 2022 en una remisería de Villa Pueyrredón. Hacía turno noche, pero faltaba mucho. “Venía tres días, faltaba cuatro. A veces desaparecía dos o tres meses”, cuenta Darío Dini, propietario de la empresa de transporte, mientras atiende clientes.

Sabag Montiel había heredado de su madre una casa y tres autos, pero, por alguna razón, vivía en habitaciones alquiladas y algunas mañanas lo encontraban durmiendo en su auto, estacionado en las inmediaciones de remisería, rodeado de basura, mantas y ropa.

Sabag Montiel tenía dos autos que utilizaba para trabajar: un Prisma negro y un Peugeot 207 gris. Su flota la completaba un tercer auto, otro Peugeot 207 gris, pero lo tenía empeñado con unos amigos gitanos de la zona de Villa Real.

El joven brasileño acumula 41 actas por infracciones de tránsito desde 2017, todas impagas. La mayoría de ellas son por estacionar en lugares prohibidos o por exceso de velocidad.

Copos de azúcar, ollas sucias, lencería y hasta un látigo de cuerina

Además de las mencionadas, la siguiente vivienda que se le conoce a Sabag Montiel es el monoambiente que ocupaba hasta que decidió gatillar una pistola en la cabeza de Cristina Kirchner. Queda en Uriburu al 700 en Villa Zagala, San Martín.

Son apenas 15 metros cuadrados que desde hace ocho meses alquila en la parte de atrás de la casa del chofer Sergio Paroldi. Cuando la policía llegó para allanar luego del atentado, el lugar era un caos de ropa, abrigo y comida. Había ollas sucias, bolsas de papas, lencería femenina, varios consoladores y hasta un látigo de cuerina negro.

El hedor rancio que emanaba de un inodoro tapado y una caja con 100 balas completaban el ambiente.

Allí paraba junto a Brenda Uliarte, su novia, que hoy también está presa, investigada por presunta complicidad en el atentado. La pareja trabajaba vendiendo copos de azúcar en la vía pública. Sabag Montiel y Uliarte integraban un grupo con otros vendedores ambulantes de copos de azúcar.

Ese grupo era comandado por Nicolás Gabriel Carrizo, a quien consideran “el jefe” y es el dueño de la máquina para confeccionar el dulce. Carrizo parecería ejercer un liderazgo sobre el grupo que excede la confección de copos de azúcar.

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