Por Delfina Milder
Julio Isamit es director de contenidos del think tank chileno Instituto Res Publica, dedicado a analizar problemas políticos y sociales. Abogado de profesión, se desempeña como profesor de Derecho Constitucional en la Universidad San Sebastián. Fue ministro de Bienes Nacionales (2019-2022) durante el segundo gobierno del expresidente Sebastián Piñera, convirtiéndose en uno de los ministros más jóvenes de la historia de Chile. Anteriormente se desempeñó como Jefe de Gabinete del Ministerio Secretaría General de la Presidencia (2018-2019). También publicó el libro Educación: una transformación pendiente (Ediciones Libertad y Desarrollo, 2016).
-¿Qué pasó en Chile desde el estallido social en 2019 hasta el rechazo a la nueva constitución en 2021?
-El fenómeno que se da en Chile se está repitiendo en muchos países del mundo, y es que los ciudadanos a veces saben más lo que no quieren que lo que quieren. En ese sentido, estamos viendo las consecuencias de esa actitud ciudadana. En el gobierno pasado, el del presidente Sebastián Piñera, tuvimos en poco más de dos años una crisis económica, una crisis sanitaria y una crisis política, social e institucional. En materia política, el cambio de la constitución, el recambio de las figuras de gobierno, parecía una verdad revelada. Cuando se eligió a los convencionales constituyentes para redactar el borrador constitucional, los grandes derrotados eran los que habían gobernado Chile en los últimos 30 años: la centroizquierda y la centroderecha. Y afloró un grupo de extrema izquierda muy potente. Sin embargo, tan solo un año después, la gran mayoría de los chilenos ya rechazaba ese borrador constitucional. El punto máximo de esto fue el 4 de septiembre, cuando casi 8 millones -el 62 por ciento de los votantes- decidieron rechazar ese proyecto por considerarlo un proyecto refundacional, con un estatismo asfixiante y un indigenismo exacerbado, lo que evidentemente terminó salpicando y debilitan-do el gobierno del presidente Boric.
-¿Qué explica ese cambio de opinión?
-El cambio del péndulo, diría yo, fue muy influenciado por un mal trabajo de la convención. Acá tuvimos redactores del borrador constitucional que por zoom votaban desde la ducha. Otros venían vestidos de Pokemon a votar. Hubo un trabajo muy mal hecho que la gente rechazó. En segundo lugar, evidentemente eso coincide con la mala evaluación del gobierno del presidente Boric, por una brecha entre la expectativa y la realidad. Hay declaraciones de muchos ciudadanos que dicen que Boric iba a cambiar todo, como si él pudiera hacer nuevas todas las cosas. Sin embargo, a los pocos meses se dieron cuenta que gobernar era muy difícil y muy distinto a lo que ellos habían visto desde la oposición, especialmente desde esa posición minoritaria de extrema izquierda -que había sido muy minoritaria pero también muy radical y muy irresponsable desde el Congreso-. Y tercero, un borrador constitucional que asustó a muchos chilenos, que quieren cambios pero no quieren destruir lo logrado. Tenemos un desafío como país: queremos arreglar nuestra casa, pero no queremos destruir los cimientos de esa casa. Y eso quedó muy claro en el resultado de 4 de septiembre.
-¿Cómo se explica que un grupo minoritario haya tenido tanta influencia?
-Yo soy un convencido de que el gobierno, para gobernar, requiere no solamente tener mayoría electoral sino una mayoría política, una mayoría social y una mayoría cultural. Por desgracia, los gobiernos que hemos tenido han tenido lo uno o lo otro. Nosotros, con el gobierno del presidente Piñera, tuvimos un millón de votos de diferencia. Era el presidente más votado de la historia hasta el momento, con voto voluntario. Sin embargo, al año, a los dos años, el gobierno había mostrado síntomas de desgaste hasta el estallido social o delincuencial de octubre de 2019. Daba la impresión de que esa mayoría política, social y cultural la tenía la oposición. En esa oposición, yo creo que la izquierda se sobregiró, una vez más, como lo muestra a lo largo de la historia, y puso sobre la mesa temas que hoy día los abandonó.
-¿Dónde considera que está el punto débil del presidente Boric? ¿Es la seguridad?
-El gobierno del presidente Boric ha enfrentado esta crisis de expectativa y también dos grandes problemas. Uno en materia económica, fruto de la situación económica internacional, pero también de los intentos de destrucción de nuestro mercado financiero, especialmente con los retiros previsionales. Un segundo elemento tiene que ver con seguridad. Hay una crisis producto de la ola migratoria, de la llegada de crímenes a los que los chilenos no estamos acostumbrados, como el secuestro, el sicariato o asaltos violentos, que principalmente están impulsados por mafias extranjeras. Este momento de gravedad de la crisis de seguridad tiene que ver con un momento de deslegitimidad de Carabineros, política y social, sin perjuicio de que en los últimos meses han recuperado apoyo en la encuestas.
-¿Qué me puede decir de la ley a la que muchos llaman “gatillo fácil”?
-En Chile existe un gatillo fácil, pero lo tienen los delincuentes. Estas leyes se discuten con urgencia porque acaban de asesinar a dos carabineros. Durante dos años, a los carabineros los atacaron, los hirieron. Hay más carabineros heridos que manifestantes que participaban en protestas. Pero daba la impresión de que por ser funcionarios del Estado tenían que aguantar las piedras, las bombas molotov. En ese contexto se le puso urgencia, pero eran proyectos de ley que ya estaban presentados y que la izquierda rechazó, pero hoy día, como ve que el péndulo se mueve hacia el otro lado, trata de sumarse corriendo a cualquier proyecto.
-Pero la gente sigue eligiendo gobiernos de izquierda en la región.
-En tiempos de crisis, en general, los que pagan los costos de esa crisis son los gobiernos en funciones, salvo contadas excepciones. Por tanto, si gobernaba la derecha en los tiempos de crisis social, económica y sanitaria, evidentemente después viene un gobierno de centroizquierda o de izquierda. Como regla general, es lo que estamos viendo en España, por ejemplo. Si hubiera elecciones hoy, el primer partido sería el Partido Popular, segundo el Partido Socialista y el tercero, VOX. Lo mismo en Chile: gobierna el presidente Piñera, después Boric, y si las elecciones fueran este domingo, probablemente ganaría la centroderecha. ¿Por qué hablo de esto? Porque en el declive democrático que estamos viviendo, las instituciones de la libertad, desde el punto de vista del mercado y político, desde el punto de vista de la democracia, están asediadas y debilitadas. Tiene que ver con la cultura de la inmediatez: la gente quiere los cambios ahora, cuando los procesos políticos, legislativos y administrativos son más bien lentos. En segundo lugar, hay una cultura del propio autoconvencimiento, marcado por las redes sociales. En Estados Unidos hay quienes siguen creyendo que a Donald Trump le robaron la elección. Porque cuando usan sus redes sociales, el algoritmo, busca gente que piensa igual que ellos, que vota lo mismo que ellos. Eso hace que la plaza pública en la que se han convertido las redes sociales termine siendo tremendamente parcial. Todo esto son algunas de las causas que explican el declive democrático que viven nuestros países. En el caso chileno, tiene que ver mucho con la concordia, con la pérdida de amistad cívica. Tenemos que entender que en frente hay adversarios, pero nunca enemigos. Por algunos años caímos en esa lógica. No hay que olvidar que el Partido Comunista chileno, al segundo día de protestas sociales, ya tachaba a Piñera como violador de derechos humanos, pretendiendo ponerlo al mismo nivel que (Augusto) Pinochet.
-Uruguay es de los pocos países de la región donde gobierna una coalición de centroderecha-derecha. ¿Qué consideración tiene?
-Si uno ve los indicadores de Uruguay, de pobreza, de economía, además de su consolidación de la clase media, queda en evidencia que es un modelo en la región. Nuestra valoración de Uruguay, no solo con el país sino con el gobierno -con el que he tenido particular sintonía, especialmente en el gobierno de Piñera-, es que sigue siendo un país referente. Ahora, una pequeña advertencia a la luz de estos modelos: no hay ninguna batalla ganada permanentemente. Ningún triunfo es permanente. Eso lo aprendimos en Chile de la manera más cruda posible. En Chile estábamos orgullosos de nuestras instituciones, de nuestro orden político, incluso estuvimos dispuestos a soportar y a tolerar un declive de confianza en las personas y las instituciones porque el país funcionaba. Pero veíamos bajos niveles de confianza en las iglesias, el Estado, el Congreso, los empresarios, el sistema judicial, los medios de comunicación. Pero no importaba, porque la cereza se exportaba, el cobre se vendía, la gente pagaba sus impuestos. Chile era la cuarta economía más grande de América Latina. Hasta que vino el estallido social y no tuvimos a quien recurrir. La presidencia estaba asediada por la violencia callejera, el Congreso en dos o tres por ciento de apoyo, los empresarios tenían críticas por sus casos de corrupción lamentables, la iglesia era inexistente. Entonces, creo que la invitación del Latin American Liberty Forum -realizado en Uruguay-, al que acudimos el mes pasado, fue doble: mostrar al resto de América Latina el modelo uruguayo de estabilidad política, económica e institucional, y por otro lado, una advertencia ad intra: no hay ningún triunfo permanente, no hay oasis en América Latina. Y que todo país hoy es susceptible de ser corrompido por el debilitamiento de la amistad cívica entre las coaliciones. Hay que cuidar la idea de que en política no hay enemigos sino adversarios. Creo que esa es una de las advertencias hacia adentro para Uruguay.