A simple vista, la polarización domina a los países de la región. En Argentina, el kirchnerismo y el macrismo; en Brasil, el “antipetismo” y el bolsonarismo; también la crisis política en Perú y la crisis política en Bolivia. Países en los que, en un principio, se distinguen dos polos.
Pero también se empieza a ver la fragmentación. El gobierno del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, por ejemplo, se compone de diversos partidos con los que el Partido de los Trabajadores deberá negociar para concretar mayorías en el Congreso y asegurar, como mínimo, la gobernabilidad.
Entonces, en este escenario de polarización y también de fragmentación, ¿qué tan viable es el diálogo con la sociedad? ¿Cómo se logran consensos para las reformas que demandan mucho más que un periodo de gobierno?
Para empezar, ¿cómo llegó América Latina a este punto?
El analista internacional y doctor en ciencia política Nicolás Pose visualiza dinámicas políticas específicas en cada país, pero también generalidades y un contexto internacional que pueden empezar a explicar el fenómeno.
“Uno puede observar una relación entre mayores niveles de insatisfacción social y estrategias de líderes políticos de polarizar (el discurso) de cara a conseguir el apoyo de ciudadanos descontentos”, explica Pose.
En Europa esto se ve con claridad. “En la evolución de los sistemas de partidos pos-crisis global del 2008, uno encuentra una fuerte descomposición de los principales sistemas políticos. Empieza a haber un mayor número de partidos con apoyo relevantes por un lado, y partidos tradicionalmente poderosos que pierden caudales electorales por el otro”, dice. Italia, Francia y España son ejemplos conocidos.
Ahora, en América Latina, el analista observa una nueva ola de descomposición de los sistemas de partidos asociada al desempeño económico en la región.
“Si uno mira los datos, se encuentra con que prácticamente en los últimos ocho años, América Latina no ha crecido. Eso sienta las bases para cierto descontento”, subraya.
Dicho esto, también están en juego las dinámicas específicas de cada país.
En Brasil, por ejemplo, Pose no ve tanto dos polos, sino más bien una fragmentación. “Está la creación de un frente que abarca a casi todo el espectro político, desde la centroderecha a la izquierda, para competir con un gobierno que en el plano económico se presentó como un gobierno liberal, pero que al mismo tiempo, en el plano político, era un gobierno iliberal”, apunta.
“En ese sentido, su compromiso por las instituciones democráticas era muy débil. Así es como en Brasil se termina consolidando una suerte de eje que tiene a la democracia por un lado y a los que desafían los principios de la democracia liberal por otro”, subraya Pose.
Esta dinámica es completamente distinta a la de Perú, por ejemplo, donde la polarización se percibe en el electorado al que apunta el expresidente Pedro Castillo: del sur del país, más pobre y con una honda desigualdad frente a las élites limeñas.
Por su parte, Natalia Barceló, doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de San Pablo, se remite a la historia. Durante todo el siglo XIX y parte del XX, existió, a grandes rasgos, una fuerte polarización entre dos grupos ideológicos. Después, en el transcurso del XX, en épocas de bonanza económica y procesos de industrialización, esa polarización no fue tal, explica Barceló, “y hubo consensos mínimos para avanzar en determinados aspectos, si bien estábamos en un momento de construcción histórica distinta, que tiene que ver con la afirmación de la nación, de las instituciones del Estado”, dice.
El tiempo y el momento histórico ahora son otros. Barceló menciona la ola la progresista en la región, seguida de la crisis económica y el rezago de la crisis del 2008. “De alguna manera, el contexto económico impacta a nivel político y electoral. Y, si bien existe un contexto propicio para esto, hay cierta responsabilidad de los actores políticos”, dice la analista.
Lograr el consenso es difícil, coinciden los especialistas, pero necesario. “Es imprescindible para la ciudadanía que se construya diálogo, sobre todo en temas que no son esencialmente políticos”, dice Barceló, y menciona la pandemia como ejemplo.
“En Uruguay no hubo tanta divergencia si miramos el contexto regional. Hay eventos como ese que requieren unidad, diálogo, disposición para escuchar. La polarización hace que eso sea aún más necesario”, subraya.