Análisis
Al frente de una de las misiones más espinosas del nuevos gobierno brasileño, Sergio Moro indicó en su discurso de posesión que su agenda al frente del Ministerio de Justicia tendrá como foco principal el Congreso Nacional.
Consciente de las limitaciones, especialmente presupuestarias, de su cartera, Moro apuesta por el endurecimiento de las leyes para obtener éxito en la lucha contra la corrupción y el crimen organizado. "No se combate la corrupción sólo con investigación", constató.
Será un largo y difícil camino, sin embargo. Bolsonaro ya tendrá que prestar su capital político para hacer avanzar la pauta económica en el Congreso, además de distracciones peligrosas para atender a su electorado, como la posesión de armas, compromiso no mencionado por Moro.
Moro también se mostró dispuesto a moverse en el avispero del sistema penitenciario. Tendrá que lidiar, inevitablemente, con la reacción violenta del crimen organizado para, en fin, eliminar la comunicación de sus líderes con el mundo exterior.
Prometió además invertir en la construcción de cárceles, desbloqueando, en fin, la bajísima ejecución del Fondo Penitenciario. El dinero nunca faltó, pero, al final, ¿quién quiere una cárcel en su vecindad?
La complejidad de la agenda de Moro se dará en un contexto desolador, con facciones dispersas por el país y más de 60 mil homicidios al año, índice epidémico sólo visto por aquí.
Pero, hay que decirlo, la mayor parte de estas cuestiones tendría que ser enfrentada en algún momento. Mejor que sea por las manos de alguien empoderado por el éxito de la Lava Jato.