THE ECONOMIST
Proveedores de agua, consumidores de carbono, casas del tesoro de numerosas especies, los bosques tropicales del mundo son milagros ecológicos. Quedan en la Tierra 4.000 millones de hectáreas de bosques, que cubren el 31% de las tierras del planeta. En los últimos 60 años, esa maravilla fue reducida en más del 60% por la tala indiscriminada. Ahora, hay esperanza de salvarlos, pero la humanidad debe actuar con rapidez.
El amanecer es un tiempo celestial para observar el toldo amazónico. Desde una torre de investigación brasileña, surge una visión silvestre borrosa entre la bruma ondulante de una belleza que atrapa la mente. El trinar y graznido de la diversidad de ejemplares que se despiertan más temprano comienza a formar el mayor coro de aves del mundo.
Con una traza de color oro derretido, el amanecer parece despertar a los árboles. En cada hoja, moléculas de clorofila aprovechan la oportunidad para la fotosíntesis. Utilizan la luz solar para enviar electrones, dividen las moléculas de agua y combinan el hidrógeno resultante con anhídrido carbónico extraído del aire. Esto produce carbohidratos que los árboles transforman en azúcares, que serán quemados en la respiración, o mediante otro proceso químico, convertido en nueva materia de plantas. El principal producto de desecho, el oxígeno, lo emiten a través de su estoma, en impulsos acuosos. De allí, el alto nivel de humedad de las selvas y bosques tropicales, que es visible desde la torre de observación en pequeñas nubes diáfanas que se desplazan sobre el toldo natural.
Se sabe desde hace mucho tiempo que las plantas emiten oxígeno. Para ser precisos, desde 1774, cuando Joseph Priestley, un químico británico, encontró a un ratón que no se sentía molesto por estar atrapado dentro de una campana de vidrio con una planta de menta. Pero, en general, no se aprecia la importancia de la capacidad de las plantas para almacenar carbono, lo que contribuye a que el planeta sea habitable. En otras dos ocasiones, en las que la atmósfera tuvo muy altos niveles de bióxido de carbono -el comienzo de los períodos carbonífero y cretáceo, hace unos 350 millones y 150 millones de años, respectivamente- el fenómeno fue reducido mediante la expansión de plantas que secuestran el carbono. La quema industrial de los combustibles fósiles echados durante el período carbonífero, en la forma de materia de plantas en descomposición, es el principal motivo por el cual ahora hay más carbono en la atmósfera que en 4 millones de años.
Ese es el motivo más reciente de por qué destruir los bosques y selvas constituye una mala idea. La mitad del peso muerto de un árbol se compone de carbono almacenado, la mayoría del cual es liberado cuando el árbol se descompone o es quemado. Durante los últimos 10.000 años, el hombre ha contribuido a este proceso al destrozar y quemar los bosques para dejar espacios libres a la agricultura. Casi la mitad del área original ocupada por bosques en la Tierra, ha sido despejada. Cambios en el uso de las tierras, lo que, en gran medida, se traduce en deforestación, representaron la mayoría de las emisiones provocadas por el hombre. Su contribución a las emisiones aún es grande: entre 15% y 17% del total, lo que es superior a las emisiones de los barcos, vehículos, trenes y aviones del mundo.
ABSORCIÓN. Pero esto subestima el daño hecho por la tala. También descuenta una manera que tiene le geología a través del tiempo de secuestrar el carbono. Resulta obvio que los bosques, ya sean naturales o plantados, lo hacen. Sin embargo, existe creciente evidencia que sugiere que los bosques primarios, o los de más antiguo crecimiento, están aprovechando la oportunidad que presenta una atmósfera cargada de carbono para absorber más carbono que antes. Es un proceso conocido como "fertilización de carbono". Según una estimación, la Amazonia retiene 1.3 gigatoneladas adicionales por año, casi equivalentes a las emisiones anuales producidas cuando el bosque es despejado. A lo largo del mundo, los bosques y las tierras donde éstos se encuentran, absorben alrededor de la cuarta parte de todas las emisiones de carbono.
Esa es una contribución indispensable a la vida como la conocemos, pero los bosques y selvas ofrecen muchas otras. Albergan más de la mitad de las especies de animales, aves e insectos del mundo. En el bosque tropical de la Amazonia esa biodiversidad es asombrosa: hasta sus pequeñas hondonadas y riachuelos tienen subespecies únicas de monos, pájaros y gran variedad de animales. Los bosques también son la fuente de la mayoría de los alimentos básicos y de muchos medicamentos modernos. Proveen el sustento, total o parcialmente, a unos 400 millones de los más pobres del mundo. También han tocado la imaginación de los más privilegiados: "Una cultura no vale más que sus bosques", escribió W. H. Auden.
EQUILIBRIO. Los bosques también regulan el escurrimiento del agua, mitigando los riesgos de inundaciones y secas. En la antigüedad ya se entendía que los árboles pueden incrementar la lluvia y que la deforestación puede reducirla. Talar árboles conduce a la reducción de la evapotranspiración, lo que resulta en menos precipitaciones en la dirección del viento. Para los bosques tropicales de la Amazonia, esto tiene enormes implicaciones en la agricultura de la totalidad de las Américas. En particular, la agricultura del Sur de Brasil, el Norte de Argentina y Paraguay, depende para las lluvias de los vientos húmedos del Atlántico, que cruzan la cuenca amazónica y luego son desviados hacia los Andes. También hay indicios de que el Medio Oeste de Estados Unidos recibe el agua de la misma fuente, desviándolos hacia el Norte. Los bosques, al reciclar el agua que cae sobre ellos, a través de la evapotranspiración, juegan un importante papel en este sistema.
Entre la cuarta parte y la mitad de las moléculas de agua que llegan a la Amazonia occidental cayeron previamente en el bosque tropical. En su ausencia, sería razonable esperar un decrecimiento correspondiente de las precipitaciones regionales, lo que resultaría calamitoso.
Pese a su importancia, los bosques tropicales siguen siendo talados. De las 4.000 millones de hectáreas de bosques que quedan en la Tierra, solo un tercio son primarios o de mayor antigüedad. La mayor parte del resto está seriamente degradada. La definición de FAO (la agencia de Naciones Unidas para agricultura y alimentación) de bosque toma en cuenta áreas con tan poco como 10% de cobertura de árboles.
Casi la mitad de los bosques que existen están en el trópico, y son del tipo más valioso. Casi un tercio de los bosques tropicales está en Brasil, que cubre dos tercios de la cuenca amazónica y la quinta parte se encuentra en el Congo e Indonesia. La segunda mayor área forestal, que representa alrededor de un tercio del total, enmarca el extremo del hemisferio norte, principalmente en Rusia, los países escandinavos, Finlandia y Canadá y una pequeña parte de Estados Unidos. Apenas 11% de los bosques están en zonas templadas, con predominio de Estados Unidos, que despejó casi la mitad de sus bosques nativos en el siglo XIX. Europa y China afectaron la mayor parte mucho antes. Europa taló casi la mitad de sus robles, hayas, y abedules templados en la Edad Media, una embestida sólo brevemente revertida por el brote de peste bubónica en el siglo XIV.
INSUFICIENTE. La furiosa embestida actual ocurre principalmente en el trópico. Pese a las campañas realizadas por ONG, vigilias y conciertos de rock por los bosques y los esfuerzos de comprarlos, arrendarlos, cortarlos o no cortarlos, la destrucción continúa a un ritmo infernal. En la última década, de acuerdo con los registros de FAO, unas 13 millones de hectáreas de bosques en el mundo -un área del tamaño de Inglaterra-se han perdido cada año. La mayor parte eran bosques tropicales, arrasados para la agricultura. Sin embargo, Rusia, que tiene más bosques que cualquier otro país, también perdió mucho, aunque eso no aparece en las cifras de FAO, debido a que la acción de despejarlos no involucró un cambio permanente en el uso de la tierra. Entre 2000 y 2005, unos 144.000 kilómetros cuadrados de bosques rusos -14% del total- fueron incinerados o derribados, en su mayoría de manera ilegal.
Hay una suerte de progreso. En la década de los 90, cuando el encendido de velas por los bosques estaba en su apogeo, se perdían más de 16 millones de hectáreas por año. El proceso se ha enlentecido, en gran medida debido a la reducción de la tala en los mayores deforestadores del mundo -Brasil e Indonesia- y en cierto grado eso refleja su antigua glotonería: los dos tienen masas de tierra despejada de sobra. Pero, en los dos países, los esfuerzos para reducir la destrucción también han sido ayudados, especialmente en el caso de Brasil, que tiene un sector agrícola en rápido crecimiento y muestra creciente preocupación por la pérdida de los bosques. Durante la última década, ha dado estatus de protección a 500.000 kilómetros cuadrados de bosques tropicales de la Amazonia. Un informe reciente del Instituto Real de Asuntos Internacionales -un centro de investigación y análisis de Gran Bretaña-informa que la tala ilegal fue reducida en su mayor parte en Brasil, Indonesia y Camerún.
Otros países más pequeños con bosques tropicales también muestran más cuidado por sus árboles. Costa Rica, que a fines de los 80 perdió casi el 4% de sus bosques por año, redujo su deforestación a casi cero. Gabón y Guyana, que en sus tres cuartas partes están cubiertos por árboles, dicen que, con ayuda del exterior, estarían encantados de preservar esta realidad. Los consumidores occidentales, que son cada vez más sensibles a la noción de la sostenibilidad, tienen una pequeña participación en esta mejora. Alarmados por la mala imagen que tenían, las empresas madereras canadienses anunciaron en mayo de este año, que trabajarían con los ecologistas para mejorar el manejo de 72 millones de hectáreas de bosques boreales.
DEFENSAS. ¿Qué chance de sobrevivencia tienen los bosques, especialmente los tropicales, que son los más preciados y amenazados? Los gobiernos, las ONG, científicos e inversores están poniendo en práctica grandes defensas. La acción principal es un emprendimiento internacional conocido como Emisiones Reducidas de Deforestación y Degradación Forestal o REDD, según su sigla en inglés. REDD se lanzó con US$ 4.500 millones y tiene su fundamento en la idea de que las naciones ricas deberían pagarle a las más pobres para que no talen los árboles. Hay un gran riesgo de que REDD dé menos de lo requerido.
La necesidad que tiene la Tierra de bosques que absorban las emisiones de carbono es casi ilimitada. Salvar a los bosques que quedan debe ser considerada una meta modesta. Aun esa tarea requerirá enormes mejoras en el manejo de los bosques, como es la reforma de los registros de tierras y aplicar la ley con rigor. Por sobre todo, requerirá que los gobiernos aprecien mucho más a los bosques. De otra manera, no habrá chance de hacer reformas más allá del sector forestal: se necesitan en la planificación del uso de la tierra y el desarrollo rural, en la agricultura, la energía y la infraestructura. También se necesita que los políticos encaren con seriedad el problema del cambio climático. Esto significa una revolución. Los bosques pueden provocarla, debido a que son cruciales por muchos motivos. Los contribuyentes de Occidente necesitan de la Amazonia para controlar su clima. Brasil la necesita para alimentar sus ríos y tener generación hidroeléctrica. Los cultivadores de soja en la Amazonia, necesitan los bosques para tener lluvia suficiente. Las políticas a distinto nivel generan su destrucción. Cambiar las políticas en Brasil y en el resto del mundo tropical es una tarea abrumadora. Pero no imposible. El costo del fracaso simplemente sería demasiado grande.
Las cifras
60% se redujeron los bosques tropicales en las últimas seis décadas. El 31% de las tierras del mundo están cubiertas por bosques.
4.500 millones de dólares prometieron destinar Noruega, Estados Unidos y Gran Bretaña para preservar los bosques en el mundo.
Producir más en área menor
Entre 1996 y 2005 el ritmo de deforestación fue de 19.500 kilómetros cuadrados anuales. Un tercio de la Amazonia iba a desaparecer para 2050 y el resto se marchitaría. Pero Brasil logró reducir la tala y entre 2008-09 llegó al nivel más bajo en dos décadas: 7.008 kilómetros cuadrados perdidos en un año. El gobierno estableció áreas protegidas de los bosques tropicales para parques nacionales, reservas indígenas o exclusivamente para tala. La idea era dejar en claro la propiedad de la tierra para evitar tomas ilegales. Parece haber dado resultado. Se restringió el acceso al crédito de los estancieros que violan la ley al deforestar. El control satelital contribuye a impedir la tala indiscriminada. Se desalentó el cultivo de caña de azúcar en la Amazonia. La agricultura y la pecuaria seguirán creciendo por la demanda mundial, lo que requerirá políticas adecuadas para mejorar el uso de la tierra, produciendo más granos y ganado en menos espacio.