OPINIÓN

Las primeras acciones de Luladeberían ser poner orden en el país, más aún después de una campaña electoral -la peor de nuestra democracia- que agudizó la división social, la desconfianza en las instituciones y el miedo entre los ciudadanos.

¿Cómo construir consenso para reformas cuando el hermano no conoce al hermano?

Esto es particularmente cierto para las medidas que tocan el bolsillo de todos, pero que son necesarias para contener el aumento de la relación deuda pública/PIB en los próximos años, un ingrediente crucial para que la tasa de interés regrese a niveles razonables.

Será necesario un esfuerzo fiscal de alrededor de R$ 240 mil millones, sin contar los gastos embalsados, como un reajuste del servicio civil, medidas electorales difíciles de revertir o promesas de campaña que representen gastos extra por encima de 100 mil millones de reales.

La tarea es ardua, porque a diferencia de la reforma de pensiones -una medida robusta sobre la que hubo mayor consenso- será necesario avanzar en varios temas que carecen de madurez en el debate público, como la reforma administrativa.

Tampoco el clima en el Congreso será tranquilo. Como han demostrado los economistas Marcos Lisboa y Marcos Mendes, la mayoría de los reelegidos aprobaron reformas constitucionales para romper el techo de gasto.

Por lo tanto, la tarea ahora incluye poner en orden el régimen fiscal.

Sin esto, el esfuerzo por estabilizar la economía deberá ser mayor. Con un plan de vuelo claro y una apuesta por una regla fiscal adecuada y creíble, es posible cosechar la caída de la inflación y el recorte de tipos de interés antes de que se produzca la consolidación de las cuentas públicas.

Y para que la regla sea creíble, el presidente debe tener poder en el Congreso. Esto implica llevar a los partidos aliados al gobierno.

El buen funcionamiento del presidencialismo de coalición no puede faltar en la lista ordenada, y la experiencia de los mandatos de Lula no fue buena, con consecuencias conocidas. Este es solo el comienzo de la tarea de acelerar el crecimiento.

Las condiciones actuales son más difíciles, ya que los avances tecnológicos abren el atraso del parque industrial y el bajo capital humano.

Por otro lado, el aire cada vez más tóxico en un país que asusta y decepciona en varios aspectos, desde la seguridad ciudadana hasta las condiciones para el emprendimiento, alimenta la salida de recursos y talento.

Las fórmulas de estímulo estatal defendidas por el PT deben ser reemplazadas por acciones que favorezcan la inversión privada y la innovación -como la creación del Impuesto al Valor Agregado- y reducir el retraso en la educación, lo que también favorece un crecimiento más inclusivo, revirtiendo la situación actual de recuperación desigual del mercado laboral.

La pobreza aumenta y la nueva clase media corre peligro de reducirse. Un crecimiento robusto y sostenido depende de ser también sostenible desde el punto de vista ambiental, de lo contrario, Brasil se verá gravemente perjudicado en el comercio mundial y en la atracción de inversiones.

El diálogo con los diversos segmentos de la sociedad, la comprensión de los temores de quienes votaron por Bolsonaro y el compromiso de combatir la corrupción y de una acción estatal más cuidadosa y responsable son acciones cruciales después del descenso de la plataforma. En el lío actual, con la sociedad y las instituciones estresadas, poco puede hacer el presidente.