HOLANDA
Rutte es una persona jovial y algo desgarbada que ya formó tres gobiernos de coalición en Holanda, un país fragmentado políticamente.
El primer ministro de Holanda, Mark Rutte, suele tener un aspecto apacible cuando va en bicicleta por las calles de La Haya pero es conocido por sus intentos de frenar los planes económicos de la Unión Europea (UE).
En la cumbre europea del pasado fin de semana, en la que se acordó -después de negociaciones difíciles- un plan de recuperación económica por 750.000 millones de euros (equivalentes a 850.000 millones de dólares), Rutte lideró al grupo de los llamados “países frugales” -Holanda, Dinamarca, Suecia y Austria- que lograron recortar el monto de ayudas directas y tener mayor control sobre las mismas.
El líder liberal de 53 años, en el poder desde hace una década, tiene una imagen de persona modesta y franca que responde a los valores de los holandeses.
No está casado y vive en el mismo apartamento que compró tras obtener su diploma. Conduce un coche Sab usado o va en bicicleta. Dicta clases de instrucción cívica como voluntario en un colegio.
Paga por el café que toma y rechaza que le reintegren el dinero por los gastos en que debe incurrir en sus funciones oficiales. Asimismo, cuando concurre a un lugar público se ubica en la fila como el resto de los ciudadanos. Gusta de los festivales de rave, en los que baila entre los participantes.
El columnista político del diario NRC Handelsblad, Tom-Jan Meeus, estima que Rutte es una persona que actúa con normalidad y un holandés del viejo estilo.
“Es el líder nacional más sobrio de Europa. Tiene muy pocos bienes personales, carece de interés por las cosas materiales y vive para su trabajo”, señala Diederik Samson, un ex líder del partido PvdA, quien lideró una coalición con Rutte.
Rutte es una persona jovial y algo desgarbada que ya formó tres gobiernos de coalición en Holanda, un país fragmentado políticamente.
Firmeza política.
Pero sus convicciones económicas lo situaron en el centro de la ronda de duras negociaciones en la cumbre europea, en la que tuvo discrepancias con la canciller de Alemania, Angela Merkel y el presidente de Francia, Emmanuel Macron.
“Es capaz de ser una especie de camaleón”, dice Pepijn Bergsen, investigador de un programa sobre Europa en Chatham House, un instituto político con sede en Londres.
“Siempre cuentan que se forma una opinión en función del consenso dominante en la sala”, dice a la AFP.
Mark Rutte transmite una imagen de apertura aunque es muy discreto sobre su vida privada.
Es el último de una familia de siete hijos que vive desde siempre en La Haya y se describe a sí mismo como un “hombre de costumbres y tradición”.
Aunque quería ser pianista, terminó estudiando historia y luego se desempeñó como director de recursos humanos en Unilever.
Gracias a su talento político Rutte se convirtió en jefe del partido liberal-conservador VVD en 2006 y cuatro años más tarde fue designado primer ministro.
A veces lo acusaron de correr detrás de los votos, como cuando endureció su política sobre inmigración en el contexto de las legislativas de 2017, cuando el diputado de extrema derecha Geert Wilders ganaba terreno.
Ahora está ante la perspectiva de elecciones legislativas convocadas para marzo de 2021, hacia las que avanza con un alto nivel de popularidad, lo que le abre la posibilidad de otro mandato de cuatro años.
Debido a que ningún partido tiene la mayoría absoluta en el Parlamento de Holanda compuesto por 150 legisladores, Rutte siempre ha tenido que hacer compromisos con otros partidos para formar coaliciones.
Más recientemente su “confinamiento inteligente” frente al COVID-19 le valió el elogio de sus conciudadanos.
“Lo que siempre tuvo es esa percepción de ser una personalidad dirigente competente”, dice Bergsen, que fue consejero en política económica del gobierno holandés.
Mark Rutte supo gestionar su imagen personal con mucho cuidado, con vídeos virales que le muestran llegando en bicicleta para hablar con líderes extranjeros.
En plena pandemia cumplió las medidas contra el COVID-19 y no pudo visitar a su madre unas semanas antes de su muerte.
En el plano internacional, Rutte recurre a la franqueza. En 2018 visitó Washington y se hizo notar al interrumpir a Donald Trump con un rotundo “no” cuando el presidente estadounidense dijo que sería “positivo” no llegar a un acuerdo comercial con la UE.
Su posición firme en la crisis migratoria en Europa y en la de la deuda griega en el año 2010 irritó a algunos de los estados miembros de la UE.
Este papel de “malo”, que volvió a mostrar en la cumbre de la UE, le gusta, dice un diplomático holandés en Bruselas, porque Rutte “prefiere ser considerado como alguien que mejora las cosas”.
Préstamos tomados por la UE
El fondo de recuperación de la UE dispondrá de 750.000 millones de euros, que la Comisión Europea tomará prestado en los mercados financieros en nombre de la UE. Esta nueva competencia acordada a Bruselas se limitará “en volumen y duración”. El reembolso de la deuda deberá terminar para 2058 a más tardar.
Préstamos y subvenciones. Del volumen total, 390.000 millones de euros se entregarán a los países en forma de subvenciones, que serán rembolsadas por los 27 en conjunto, y 360.000 millones como préstamos.
El corazón del fondo. 312.500 millones en subvenciones se destinarán a la financiación de programas de reformas y de inversiones que cada país beneficiario deberá definir. El 70% de las inversiones previstas en cada plan nacional se asignará entre 2021 y 2022 según criterios como población o desempleo en el último lustro, mientras que el 30% se asignará en 2023, según el impacto del virus en el PIB.
Definen el presupuesto hasta 2027
La UE se fijó como objetivo que el 30% del gasto se consagre a la lucha contra el cambio climático, en sintonía con el Acuerdo de París. El presupuesto plurianual, al igual que el fondo de recuperación, deberán “conformarse” al objetivo de neutralidad de carbono en 2050 y a los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para 2030.
Presupuesto. El Marco Financiero Plurianual (MFP) 2021-2027 ascenderá a 1,074 billones de euros (1,229 billones de dólares), entre ellos una “reserva” de 5.000 millones de euros para ayudar a los sectores y países más golpeados por el Brexit. Incluye medidas de flexibilidad para la política de cohesión (destinada a las regiones menos desarrolladas) y la Política Agrícola Común (PAC), para que los países puedan agregar financiación a los dos programas históricos. La política de cohesión ascenderá a 330.200 millones y la PAC a 336.400 millones (258.600 millones para pagos directos a los agricultores y 77.800 millones para desarrollo rural). Se completan con fondos en el plan de recuperación.
“El acuerdo del Consejo Europeo podría haber sido mayor, más moderno, menos gravoso en la gobernanza, más potente en el Estado de Derecho, con menos descuentos. Pero, este paquete era inconcebible hace solo unos meses”, escribió en Twitter la analista política del centro de estudios European Policy Centre, Marta Pilati. En ese sentido, destacó que emitir deuda común de la UE a esa escala y realizar transferencias transfronterizas “era impensable en el pasado”.
Por su parte, el presidente del Instituto IFO de Múnich, Clemens Fuest, estimó que el acuerdo “sirve como expresión de confianza en los países receptores” de las ayudas, si bien indicó que la recuperación económica “solo funcionará si los países afectados acometen considerables esfuerzos de reforma”.
Más crítico con el resultado, el profesor de la escuela de negocios HEC Paris, Alberto Alemanno, señaló que el acuerdo supone el nacimiento de una UE “profundamente transformada, menos basada en principios y menos europea”. (Con información de Efe)