Perfil
Las primeras experiencias profesionales del joven Cohen, nacido el 25 de agosto de 1966 en Nueva York, ya mostraban una inclinación por los negocios cuestionables.
Michael Cohen, otrora abogado personal de Donald Trump, supo ser la encarnación de la lealtad, listo para “recibir una bala” por su jefe. Pero desde agosto, se ha convertido en el testigo más temido del caso contra el presidente. En tres meses, Cohen, de 52 años, ha dejado atrás el papel del hombre de confianza que fue durante diez años para Trump y ha revelado a los investigadores todo lo que sabía sobre sus negocios.
Admirador de Trump desde la escuela secundaria y ferviente lector de su éxito de ventas The Art of the Deal (El arte de la negociación), había demostrado una lealtad irreprochable durante el ascenso político de su jefe, y se imaginaba como futuro asesor legal en la Casa Blanca.
Impulsado como vicepresidente de la Trump Organization, con un salario anual de 500.000 dólares, asumió los trabajos más difíciles como amenazar a los periodistas que se mostraban demasiado interesados en los lados oscuros de un jefe.
“Si alguien hace algo que no le gusta al señor Trump, hago todo lo que está a mi alcance para resolverlo en beneficio” del presidente, dijo Cohen a ABC News en 2011. Y agregó: “Si haces algo mal, voy a atacarte, agarrarte por el cuello, y no te dejaré ir hasta que termine”.
Esta feroz devoción, mezclada con un gusto por el lujo y el dinero, le hizo ganar a Cohen, hijo de una enfermera y un médico de origen polaco sobreviviente del Holocausto, el sobrenombre de “pitbull” de Trump.
Las primeras experiencias profesionales del joven Cohen, nacido el 25 de agosto de 1966 en Nueva York, ya mostraban una inclinación por los negocios cuestionables.
Al salir de la facultad de Derecho en Lansing, Michigan, una de las menos calificadas del país, se especializó en accidentes con lesiones personales, uniéndose al grupo de abogados conocidos como “cazadores de ambulancias” por su rapidez para ofrecer sus servicios a las víctimas.
Con su esposa de origen ucraniano, invirtió luego en licencias de taxi en Nueva York y Chicago, en la era “pre-Uber”. Admitió a las autoridades fiscales que había ocultado unos 4 millones de dólares en ingresos relacionados con sus negocios de taxis.
Al servicio de Trump, intervino para silenciar a la actriz porno Stormy Daniels y a la exmodelo de Playboy Karen McDougal, quienes amenazaron, durante la campaña de 2016, con revelar su supuesta conexión amorosa con el presidente.
Fue poco después del espectacular allanamiento en su oficina y su casa en abril que Cohen, decepcionado por no haberse unido a la Casa Blanca, comenzó un giro de 180 grados. En agosto, reconoció haber pagado a Daniels y McDougal 280.000 dólares por su silencio, admitiendo que había violado las leyes de financiamiento de campañas, que prohíben que una persona contribuya a éstas con más de 2.700 dólares. Pero además involucró al presidente, enfatizando que realizó estos pagos “a pedido suyo”.
Cohen también se convirtió en un testigo clave en la extensa investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre una posible colusión entre el equipo de Trump y Rusia durante la campaña presidencial de 2016.
En noviembre, admitió que sus contactos con Moscú para promover un proyecto inmobiliario con la Trump Organization continuaron mientras la campaña ya estaba muy avanzada, en contra de lo que había dicho en el Congreso. Y también reconoció haber sido contactado a finales de 2015 por un ruso que propuso una cooperación “política” con el equipo de Trump. Estas confesiones han reavivado las posibilidades de una posible destitución o acusación contra Trump en caso de no reelección en 2020.
A sus amigos les gustaría ver a este padre de dos estudiantes como una víctima de su lealtad al presidente, pero los fiscales de Nueva York creen que actuó mas por codicia.