ENTREVISTA
"En Argentina, ser capitalista, ser emprendedor o tener una industria o un comercio no es bueno", dijo a El País el excandidato vicepresidencial de Juntos por el Cambio.
La oficina de Miguel Ángel Pichetto en la emblemática calle Paraná no es la que despliega el costado más conocido del político argentino, sino aquel al que se ha dedicado desde que se recibió, en el año 1976: el de abogado. Esos dos mundos confluyeron armoniosamente hace pocos días, cuando Pichetto recibió a El País para conversar sobre su trayectoria y sobre ese teatro dramáticamente realista que es la Argentina.
Actual auditor general de la Nación, ex consejero de la Magistratura, exintendente de Sierra Grande, exdiputado, ex senador y excandidato a vicepresidente por la fórmula con que Mauricio Macri intentó vencer infructuosamente a la dupla Fernández-Fernández, Pichetto fue, antes de incorporarse a Juntos por el Cambio, un referente, sobre todo legislativo pero también simbólico -por su concepción pragmática, negociadora y ejecutiva de la política- del justicialismo menemista y kirchnerista.
Sin embargo, eso no impidió ni que lo eligiera Macri -con quien sigue teniendo una muy buena relación, pese a que critica tanto su política de comunicación como “la rigidez de su plan económico”-, ni que buena parte de los votantes de Juntos lo respetara como lo que siempre ha sido: un peronista de centro derecha.
Abrazado a una ideología políticamente incorrecta y a un discurso de formas agradables y contenidos claros, aunque no exentos de polémica, Pichetto (Banfield, 1950) se refirió a algunos de los tics que impiden el desarrollo de su país y a un vecino al que respeta profundamente: Luis Lacalle Pou.
-En su momento de mayor debilidad, el expresidente Duhalde dijo: “No soy un presidente débil”. Ahora, el presidente Fernández, pese a que ha cosechado récords negativos en la materia, le ha declarado la guerra a la inflación. ¿Por qué Argentina se regodea en el abismo y descuida tanto la institución presidencial?
-En mi país solemos mostrar exorbitancia y alta emocionalidad, lo cual nos ha llevado a cometer graves errores. Esos ejemplos que acabás de enumerar expresan eso: una característica argentina, que forma parte de un proceso cultural que hay que cambiar. Ese es el verdadero debate, un debate de fondo sobre el capitalismo, un debate sobre el mundo del pobrismo -que nos lleva a la derrota, al fracaso y a la decadencia-, y también sobre la incidencia excesiva que las ideas de la Iglesia tienen en relación a nuestra realidad. Considero que la Teología de la Liberación y la visión pobrista son dos grandes deformaciones de la Iglesia Católica, y que no se ajustan a su doctrina social.
-Es curioso, porque el Papa tiene una visión que podría encajar en lo que usted califica como “pobrismo”, pese a lo cual siempre rechazó la Teología de la Liberación y, en cambio, se abrazó a otra mucho más pacífica: la Teología del Pueblo.
-Yo respeto mucho la figura del Papa, soy católico, tomé la comunión, me casé por Iglesia y creo en Dios. Pero, así como pienso que las visiones que expresan el Papa y la Iglesia argentina en materia espiritual son muy potentes, considero que cuando entran en el plano de la política y de la economía, se meten en un área más controversial y en un debate que es saludable dar, porque el camino del pobrismo no le conviene ni al país ni a la propia Iglesia. De todas maneras, sería importante que el Papa viniera a la Argentina.
-Déjeme detenerme en un punto que también es relevante en el libro de conversaciones que usted y Carlos Reymundo Roberts editaron recientemente: su defensa del capitalismo. ¿Por qué? Porque no hay un solo capitalismo. Entonces, ¿a qué se refiere cuando defiende ese modelo económico? ¿Al capitalismo nórdico socialdemocrático, al capitalismo estadounidense clásico, con intervención del Estado cada vez que el mercado se retrae, al capitalismo ortodoxo de mercados desregulados, o al precapitalismo argentino, mal llamado capitalismo?
-También están el capitalismo ruso, liderado por un autócrata como Putin, y el capitalismo chino, conducido por el Partido Comunista, pero lo llamo “capitalismo” porque el 80 por ciento de la actividad económica china es privada. Por algo China compite fuertemente con la principal potencia del mundo, que es Estados Unidos. Ningún país que quiera crecer o desarrollar el mundo del trabajo deja de ser capitalista. Ahora bien: el capitalismo que defiendo no es autoritario, como el chino, ni oligárquico, como el ruso, sino que respeta las reglas del mercado, no tiene restricciones, cepos ni una incidencia excesiva del Estado -una traba sin la cual Argentina sería una nación más potente, que podría exportar y generar un aumento de valor en la producción primaria- y, por supuesto, implica libertades. En Argentina, ser capitalista, ser emprendedor o tener una industria o un comercio no es bueno. Parecería que al país lo esperara un mejor destino si fuera uniformemente pobre, viviendo por encima de sus posibilidades, careciendo de orden fiscal y supliendo sus falencias vía emisión monetaria o endeudamiento externo. Esta es la cultura dominante que explica el fracaso argentino, y cuya conciencia híper ambientalista, además, impide el desarrollo de actividades mineras que generarían riqueza y trabajo.
-¿Quién moldea esa visión?
-Los protagonistas del pensamiento cultural, que en general son de izquierda, los actores de cine y televisión, y buena parte del periodismo. Este proceso cultural se nutre de las universidades públicas y gratuitas, que reproducen estas visiones tan presentes dentro de la cultura metropolitana, muy distinta a la del interior, en especial a la de las provincias productivas del centro.
-De acuerdo su larga experiencia, particularmente en el Senado, donde fue presidente del bloque justicialista, ¿era previsible que CFK se convirtiera en la principal desestabilizadora del gobierno que erigió, y respecto del cual el actor Dady Brieva dijo: “Volvimos al pedo”?
-No voy a hacer comentarios respecto a ese tipo de manifestaciones, pero si vos analizás mi proceso personal, vas a notar que he evolucionado, entendiendo que las ideas no están escritas en la piedra, y te vas a dar cuenta de que hay todo un razonamiento detrás de la decisión por la cual decidí acompañar a Macri, la cual llegó tras la disolución del peronismo federal. Nunca confié en el proyecto de Roberto Lavagna, que para mí iba a ser funcional al cristinismo, y siempre consideré que la construcción política que hoy gobierna era una gran anomalía institucional. Argentina tiene muy arraigado el presidencialismo y, cuando se construyó esta fórmula, que se conoció a través de un tuit, quedó muy claramente definido quién tenía el poder: Cristina Fernández de Kirchner, cuyas diferencias con Alberto Fernández no son nuevas y eran predecibles. Pero como no hay hechos políticos en el vacío, ella y su hijo han definido estar en el gobierno sin dejar de ser opositores.
-¿Considera que Néstor Kirchner fue más pragmático y menos ideologizado que Cristina?
-Sí, claro. Creo que Kirchner era un peronista pragmático, y que Cristina está más influida por un pensamiento de centro izquierda. Pero en general yo tengo una visión benevolente de los presidentes, porque Argentina es un país difícil para gobernar, y está cruzado por esta cultura del progresismo, del igualitarismo social, de la incidencia religiosa desmedida y de lo nocivo que es ser empresario (risas).
-¿Qué sintió usted cuando Cristina dijo, aludiendo a Macri: “Amigo, lo llevaste a Pichetto, que te votaba hasta el café con leche en el Senado, ¿y decís que los peronistas no te dejaban gobernar?”
-También le voté a ella, porque siempre fui un hombre de partido y disciplinado, y también fui un opositor democrático que ayudó a la gobernabilidad desde el Senado. Así que cumplí.
-¿Usted se sentía más peronista que kirchnerista?
-Mi visión es la de un peronismo del centro nacional, y la verdad es que Perón nunca fue de izquierda y entendió la economía como la concertación entre la empresa y el trabajador, el sujeto político del peronismo original. Cuando un hombre o una mujer se desocupaban, había que tratar de que volvieran al mundo del trabajo. Claro: era otra Argentina, porque, aun durante el período violento de los 70, el PBI era altísimo, la desocupación era baja y los obreros desfilaban con overol blanco y demandaban participación en la ganancia de las empresas. Era un país extraordinario, promisorio a pesar de la lucha fratricida que tuvimos, de lo que significó eso como retroceso, y de lo que también significó como retroceso la dictadura, que aumentó fuertemente la deuda externa. Así y todo, Argentina no es un país del África subsahariana: no solo tiene recursos vastos, sino también capacidades humanas. Por algo tantos unicornios se han radicado en el Uruguay.
-La visión que predomina en Argentina sobre Uruguay, ¿es realista?
-Yo creo que sí. Además, los presidentes uruguayos, sean de centro izquierda o liberales, tienen una cuota grande de realismo y un respeto verdadero por las reglas democráticas, por la estabilidad y por el diálogo. Sanguinetti, que para mí es una figura legendaria, adoptó una definición que considero fundamental: “La democracia es gris”. Creo que el propio Mujica tiene un gran pragmatismo. Y eso que ha sido duro con los argentinos. ¡Ni qué hablar Batlle! (Risas).
-¿Qué representa Lacalle Pou?
-Un mundo de libertades en el plano económico y un mensaje que Argentina debería atender fuertemente: “Cuidado con el Mercosur”. Uruguay está buscando nuevos horizontes, mientras Argentina tiene un esquema proteccionista y refractario. Es fundamental renovar el Mercosur, pero mantenerlo como bloque para ser una potencia exportadora. La verdad es que yo respeto mucho a Lacalle Pou. Creo que es un presidente moderno.
-Miguel Ángel, ¿para usted es un estigma que los kirchneristas que antes lo respetaban hoy lo detesten, que los radicales lo consideren demasiado derechista y que el escritor y periodista Jorge Asís lo llame “Lepenito”?
-Cuando era un intendente joven, conocí a Carlos Menem, quien estaba recorriendo el país con una extraordinaria intensidad, y una voluntad y una visión dirigida a ser presidente de la Argentina. Y creo que cuando se haga el balance histórico de Menem, la historia va a ser mucho más generosa que la crónica. Entonces, aludiendo a un tema que se comentaba públicamente, le pregunté a Menem, a quien acompañé a una recorrida por una zona muy desértica de Río Negro: “Gobernador, ¿no le preocupa lo que están diciendo los medios?”. Y él me miró casi con desprecio y me contestó: “Nene, en política es bueno que hablen, aunque sea mal. Lo dramático es que no hablen”. Así que, a pesar de que no me gustan las descalificaciones, las acepto como parte del juego. No es nuevo que yo exprese una visión de centro derecha, de la que me enorgullezco. Es más: creo que para gobernar no va a alcanzar solamente con el peronismo. Por eso mi fundación se llama Encuentro.
-¿Tampoco le molesta que lo acusen de xenófobo?
-No, porque es una descalificación precaria que no se condice con la realidad ni con el espíritu de la Constitución, que abono. Lo que me molesta es la falta de una estructura organizacional que oriente la migración.
-Pichetto, ¿qué es ser argentino?
-Es una pregunta casi existencial, de planos que a lo mejor a mí me resulta difícil abordar. Pero el argentino es un sujeto contradictorio, porque tenemos todo el talento para realizar cosas maravillosas, porque somos una potencia nuclear, hacemos satélites y contamos con universidades de primer nivel. Pero nuestra estructura psicológica hace que tendamos a la autodestrucción.
-¿Enmarca Malvinas dentro de esa patología?
-Sí. La emocionalidad argentina le permitió a una dictadura aberrante juntar gente en una plaza y que todo el mundo gritara “¡Argentina, Argentina!”. Cuando los argentinos empezamos a gritar por nuestro país, es porque estamos próximos a cometer algún disparate (risas).
-Dígame: ¿quién es usted?
-Un político, con todo lo que eso conlleva.
-Pero ¿un político pragmático, cínico o realista?
-El último concepto me gusta mucho más. El realismo, como la racionalidad, es fundamental. Los otros componentes también son parte de la política, y creo que en mi persona tienen menor entidad. Pero sería hipócrita si los negara.