FIN DE LA ERA MERKEL
Angela Merkel gobernó durante 16 años, marcados por varias crisis; en 2018 anunció su retirada por etapas, como líder de la CDU y como canciller.
Las elecciones de mañana domingo en Alemania marcarán el adiós a la “era Merkel”, la líder que por 16 años condujo a su país por sucesivas crisis y que fue capaz de ganarse la empatía incluso de quienes nunca la votaron ni votarían.
No hay fecha para su salida del poder, ya que seguirá en su puesto hasta que se forme el nuevo gobierno. Algo que, en su última coalición, ocurrió seis meses después de los comicios.
De seguir en el cargo el 17 de diciembre habrá superado el récord de Helmut Kohl. Otro hito en una política que rompió varios techos de cristal: como mujer, como ciudadana del este y como protestante en un partido -la Unión Demócrata Cristina (CDU)- de dominio católico.
Sus rasgos característicos son el consenso y la sangre fría. Prepara concienzudamente cualquier encuentro, analiza cada partícula de los problemas que se presentan, se deja asesorar y luego actúa, a menudo con exasperante lentitud.
Cuida el perfil aparentemente bajo, minimalista, sin estridencias, con la “Raute” -el rombo que forma con las manos- como marca de la casa, lo mismo que su colección de chaquetas casi idénticas, salvo el color.
Todo en ella es atípico. No usa el apellido de soltera -Kasner- ni el de su marido -el catedrático Joachim Sauer- sino el de un exesposo, el compañero de estudios con quien se casó en 1977 y del que se separó cinco años después. Ello le ha ayudado a preservar la intimidad familiar. A su padre, Horst Kasner, se le retrata como un pastor protestante algo izquierdista que arrastró a su familia fuera del cómodo Hamburgo para ejercer en una parroquia de la Alemania comunista. Su madre, Herlind, maestra de inglés hasta los 90 años, transmitió a Angela Dorothea Kasner (Hamburgo, 1954) la perseverancia y la capacidad de trabajo.
Angela iba a ser científica, pero cumplidos los 35 años giró hacia la política. Fue en 1990, el año de la reunificación alemana y en el que ingresa en la CDU.
Ese año logró su primer escaño en el Bundestag, al siguiente se convirtió en ministra de la Mujer de Helmut Kohl.
Ocho años después se produce su momento clave: publica su columna en el conservador diario Frankfurter Allgemeine reclamando a la CDU la emancipación de Kohl, hundido en una trama de cuentas secretas.
Se convierte en presidenta de un CDU en baja. Dos años después cede la candidatura a la Cancillería al líder bávaro Edmund Stoiber, presionada por los hombres fuertes del partido que la veían incapaz de derrotar al entonces canciller Gerhard Schröder.
Esa renuncia se convirtió en 2005 en su triunfo: para entonces había arrinconado a sus enemigos internos, nadie iba apartarla de la lucha por la Cancillería.
Schröder fue la primera “S” -por apellido y por socialdemócrata- caído ante Merkel en elecciones generales. Le siguieron otros tres: en 2007, Frank Walter Steinmeier; en 2009, Peer Steinbrück; y en 2017, Martin Schulz.
Las elecciones de mañana, sin embargo, pueden terminar con la derrota de su partido CDU, claro que sin ella como candidata.
Merkel nunca se ha comportado como una líder visionaria, sino que se ha caracterizado por la reacción ante las crisis.
A la de la zona euro reaccionó con la austeridad que desangró a los socios del sur y minó el tejido social y laboral alemán. La “dama de hierro” se metamorfoseó luego en la Merkel solidaria que, en 2015, no cerró sus fronteras a los refugiados. Alemania recibió ese año un millón de refugiados. Pese a los temores de la opinión pública, prometió integrarlos y protegerlos. “¡Lo lograremos!”, aseguró. Se trata quizá de la frase más sorprendente pronunciada por Merkel.
Para explicar su histórica decisión sobre los migrantes, invocó sus “valores cristianos” y una cierta obligación de ejemplaridad de un país que carga el estigma del Holocausto.
Pero el miedo al islam y a los atentados llevó a una parte del electorado conservador a refugiarse en el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), que en septiembre de 2017 llegó al Parlamento, rompiendo así un tabú de la posguerra.
En 2018 Merkel anunció su retirada por etapas, como líder de la CDU y como canciller, pese a que en rigor nada le impedía optar a su reelección.
La pandemia del covid la revalorizó ante sus ciudadanos. Resurgió la Merkel científica, capaz de entender la pandemia mientras otros daban bandazos. Tres cuartas partes de los alemanes se dicen satisfechos de su acción al frente del país, según los sondeos. Incluso se oyeron voces durante la pandemia que reclamaron un quinto mandato, pero la primera mujer en dirigir Alemania lo descartó de plano.
Realizó una gestión casi sin fallas y supo comunicar, con pedagogía y de forma racional, para hacer frente al “mayor desafío”, según ella, desde la Segunda Guerra Mundial. El confinamiento, que le recordó su vida en la ex-RDA (República Democrática de Alemania, comunista), constituyó, a su juicio, “una de las decisiones más difíciles” en sus 16 años en el poder.
Alemania no era inmune, pero salió de nuevo mejor parada que otros a una crisis global.
A Merkel se la ha apodado la canciller “teflón”, porque todo le resbala, o la “líder del mundo libre”, como la definió el The New York Times. El demócrata Barack Obama, uno de los cuatro presidentes estadounidenses que Merkel conoció desde 2005, la describe en sus memorias como una dirigente “fiable, honesta, intelectualmente precisa” y como una “bella persona”.
El 20 de mayo, afirmó que se retiraba de la política con una sola ambición: que no se diga de ella que ha sido “perezosa”.
Para sus compatriotas ha sido la “Mutti” (mamá). Una mujer sin hijos propios, que adoptó a los 83 millones de habitantes de su país. Su retirada impone la emancipación.
Cómo llevarse bien con EE.UU., Rusia y China al mismo tiempo
Bajo los 16 años de goberno de Angela Merkel, el papel de Alemania en el mundo cambió mucho. La relación con Estados Unidos, muy deteriorada durante los cuatro años de Donald Trump, sigue siendo fundamental para Alemania. Pero Merkel también profundizó los vínculos con otros países. Merkel fue elegida por el New York Times la nueva “líder del mundo libre”.
La influencia alemana también aumentó en Asia y África.
Merkel además cultivó las relaciones con Rusia y con su presidente, Vladimir Putin. Los escándalos de espionaje, la anexión de Crimea o el envenenamiento del opositor Alexéi Navalni no hicieron que Merkel perdiera su voluntad de mantener el diálogo con Rusia, país con el que llevó adelante el polémico gasoducto Nord Stream 2. También viajó en varias ocasiones a China, aliado comercial indispensable, aunque fue acusada de anteponer la economía a los derechos humanos.
En el ámbito europeo, “la UE está en peor estado que cuando Merkel llegó al poder en 2005”, según la revista Der Spiegel, que cita la falta de “visión” de la canciller, “el abismo financiero entre norte y sur” y el Brexit con la salida del Reino Unido.