El docente e investigador en Economía Política Internacional en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (UdeLaR), Nicolás Pose, ofrece a El País una visión general de las principales elecciones presidenciales que tuvieron lugar en el mundo este año y sus repercusiones. Pose cuenta con un doctorado en Ciencia Política, de la UdeLaR, y un máster en Economía Política Internacional, de la London School of Economics and Policial Science del Reino Unido. Además de dedicarse a la docencia universitaria y análisis, es autor de numerosos artículos académicos y capítulos de otras publicaciones en su área de especialidad.
El 2024 es el año con mayor número de elecciones en la historia mundial reciente y, casi con un pie en su finalización, El País recoge un balance en voz del analista Nicolás Pose, quien explica por qué las votaciones de Uruguay del pasado 24 de noviembre no han despertado gran interés en el exterior, cuáles fueron las elecciones de mayor peso, el costo político que eventualmente deberá enfrentar Trump de no cumplir su promesa de terminar la guerra en Ucrania, el auge de la extrema derecha en Europa, y cómo América Latina reúne gran variedad de ideologías, sin identificarse una tendencia unificada.
-¿Cómo han sido vistas las elecciones de Uruguay desde el exterior, qué tanto interés despertaron?
-Pienso que las elecciones no han despertado mayor interés, pero tampoco mayor preocupación en el exterior. Esto por dos motivos: por un lado, se trató de una elección que, para nosotros como uruguayos ha sido súper relevante, pero en el panorama internacional éste es un país pequeño con escasa incidencia sobre las grandes tendencias políticas y económicas; por otro lado, se percibió en el exterior que el resultado de esta elección no iba a cambiar dramáticamente la orientación de las principales políticas de Uruguay. Desde afuera se ha visto que los dos candidatos (Yamandú Orsi y Álvaro Delgado) representaban bases sociales predominantes distintas, pero que no tenían grandes divergencias. No hubo una reacción desde los mercados internacionales buscando cubrirse frente a un eventual riesgo de que ganara uno u otro candidato.
-Sin embargo, Uruguay es uno de los pocos países con democracia plena en la región, ¿no ha despertado interés tampoco por esa razón?
-Desde ese punto de vista del análisis sí, uno puede observar que en otros países hay dinámicas electorales asociadas a elevados niveles de polarización, no solo en América Latina, sino también pensando en lo que fue la elección en Estados Unidos, mientras el caso uruguayo ha logrado mantenerse en buena medida al margen de esas grandes tendencias de confrontación de los electores y de los candidatos. Pero el interés se despierta desde el punto del análisis, porque igual seguimos siendo un país que es poco probable que mueva la aguja a nivel internacional. Esto no es algo malo necesariamente; de hecho, hasta podría realizarse el argumento contrario: es bueno que no llamemos la atención porque dirimimos nuestras diferencias como sociedad dentro de canales esperables, es algo positivo del funcionamiento de nuestra sociedad.
-¿Qué tanto movió en Argentina estas elecciones en Uruguay, considerando la proximidad geográfica y cultural?
-En Argentina nos utilizan, esporádicamente, como referencia para decir lo que les gustaría ser, pero más allá de ese recurso discursivo, creo que los argentinos hoy están debatiendo otras cuestiones, como qué va a pasar con el Ejecutivo de Milei, qué va a suceder con las Parlamentarias de 2025, si se sostiene cierta coalición con el PRO o se rompe, si hay una renovación en el liderazgo del peronismo. Todas esas cuestiones de política doméstica captan mucho más la atención de lo que pueda pasar en Uruguay, teniendo en cuenta además que ninguno de los principales bloques en Argentina tenían en los candidatos presidenciales de Uruguay un actor muy cercano en términos de su posicionamiento político.
- Salgamos del ámbito local, ¿cuáles han sido las elecciones que más movieron la aguja en el mundo este año?
-Hay dos elecciones que marcaron la agenda: las elecciones presidenciales y parlamentarias en Estados Unidos, y las elecciones del Parlamento Europeo. En ambos casos se visualiza claramente que las opciones que desafiaron el estatus quo, por lo general desde posiciones de derecha más radical, han ganado terreno. En Estados Unidos, se ve con el retorno de Donald Trump, y en el Parlamento Europeo, donde si bien continúa la histórica mayoría centrista, es más pequeña que en el pasado. Vemos que los aliados que convergen en el margen de centro-derecha y centro-izquierda, como los liberales o los verdes, han perdido terreno en el Parlamento Europeo, ante los grupos de derecha más radical. Entonces, en la Unión Europea (UE) tenemos cierto “corrimiento” a la derecha, y también en Estados Unidos.
-¿Atribuye ese fenómeno a las migraciones masivas o a la guerra en Ucrania, como señalan otros analistas?
-Sí, principalmente la guerra en Ucrania ha generado procesos de inflación en materia económica, a causa del incremento del precio de la energía, que se ha trasladado a mayores precios al consumo. Y los electores han tendido a castigar por esa situación, en gran medida, a los gobernantes en Europa. Recordemos que, en Francia, el partido de extrema derecha de Le Pen consiguió una votación histórica, y el partido que se redujo fuertemente en su representación parlamentaria fue el de Macron. Entonces, vemos allí un ejemplo de cómo el electorado ejerce la opción de castigar el desempeño del Ejecutivo, asociado a estas tendencias de enriquecimiento del costo de vida.
-¿Cómo queda parada América Latina en relación a sus resultados electorales recientes?
-En esta región, la historia es diferente. Entre 2019 y 2023 tuvimos 18 elecciones presidenciales, de las cuales una sola fue ganada por el oficialismo, la de Paraguay. En todos los demás países, los oficialismos perdieron la presidencia, lo cual ha mostrado la fuerte propensión de los votantes latinoamericanos por opciones de oposición, independientemente de que éstas fueran de izquierda o de derecha. Hay excepciones como la ratificación del oficialismo en México, por un margen muy fuerte del partido Morena, encabezado por López Obrador. En América Central, sí tenemos más bien continuidad en tres casos: El Salvador, Panamá y República Dominicana, donde ganaron los oficialismos, con el cuestionamiento al caso de Bukele porque la Constitución salvadoreña no permite la reelección. Y en Venezuela, se realizaron este año las muy controversiales elecciones de Maduro. Uruguay fue la única elección en América del Sur este año.
-En EE.UU. y Europa es más claro el crecimiento de la extrema derecha, ¿qué está pasando en América Latina en cuanto a las tendencias?
-Esta región es más variada. Si sacamos la foto hoy, los tres países más grandes en términos de población, Brasil, México y Colombia, están siendo gobernados por distintas variantes de izquierda. Ahora, si lo miramos desde la producción, Brasil y México permanecen en los dos primeros lugares, pero el tercer país en términos de importancia económica es Argentina, y ahí tenemos a Milei, con una derecha más radical. Por lo tanto, no podemos identificar una gran tendencia única regional.
-¿Qué proyecciones hace, considerando las dinámicas geopolíticas actuales y la amenaza nuclear rusa?
-A partir de la asunción de Trump a la presidencia de EE.UU., vamos a tener un mejor panorama. También hay que tener en cuenta que los principales países de la integración europea, Alemania y Francia, están atravesando procesos políticos internos desafiantes. En Alemania habrá elecciones a inicios de 2025, y en Francia hay un primer ministro con un apoyo muy frágil del Parlamento. Viendo esas dinámicas y sobre todo la reacción de la Unión Europea y de China ante los primeros movimientos de política exterior de Trump, se verá más clara la proyección para 2025.
-¿Piensa que es posible que solo una persona, en este caso Donald Trump, sea capaz de detener la guerra en Ucrania, como ha prometido?
-Esa es una promesa que él mismo manifestó en plena campaña, aunque en los últimos días se ha complicado mucho esa guerra con el cambio de posición de la administración Biden, de habilitar a Ucrania la utilización de misiles balísticos estadounidenses de largo alcance. Al momento de asumir en 2025, Trump se va a encontrar con una escalada incluso mayor del conflicto que ahora, por lo que alcanzar algún tipo de arreglo, va a ser incluso más difícil que hace unas pocas semanas atrás. Lo que vemos es que Trump tiene una fuerte tónica transaccionalista y va a buscar que Estados Unidos, desde su percepción, gane algo a cambio de lo que suceda en esa guerra. También hay que ver hasta qué punto su electorado le exige que acabe realmente con la guerra pronto. Seguramente, una parte de los votos que consiguió tuvieron que ver en alguna medida con esa promesa. Pero si Trump no es capaz de lograr algún tipo de arreglo para finalizar la guerra, tal vez empiece a pagar un costo temprano por parte de ese electorado.
Sobre la guerra en Medio Oriente, es diferente la situación de EE.UU.. Allí hay un elemento adicional que complica las cosas en cuanto al rol que Trump pueda tomar para esas conversaciones, que es su fuerte alineamiento con Israel.
Trump y su rol en la guerra en Ucrania