Nicolás Rubino, el uruguayo que salvó dos veces su vida en la guerra de Ucrania

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Nicolás Rubino en diálogo con El País

ENTREVISTA

Tras la odisea y el terror, cuando logró cruzar la frontera con Polonia, parecía "un sueño". "Me tiré al piso y me puse a llorar”, contó. Aquí su testimonio.

Primer control

La ruta fue otro desafío. Angosta, congestionada, con autos y familias completas caminando por la banquina.

“Algunos, en su desesperación, además, tomaban la decisión de volver e iban contramano, aún sabiendo que en esa dirección lo que encontrarían serían las fuerzas rusas. Fueron tres días de viaje hasta el primer check point (puesto de control), en un ómnibus viejo, incómodo, comiendo poco. Porque aunque parábamos a comprar comida, la mayoría de los comercios no nos vendían, ya que reservaban sus provisiones para los ucranianos”.

Cuando estaban a pocos kilómetros de ese puesto, Rubino comenzó a notar que el ambiente era otro, el trato cambiaba y los soldados ucranianos manejaban una violencia que no había visto hasta el momento. Allí comenzaron a separar a los ucranianos de los extranjeros y entre los ucranianos, a las mujeres y niños de los hombres, que están impedidos de salir del país porque deben quedarse a pelear.

“Yo nunca estuve en un campo de concentración, por supuesto, pero imagino que debería ser algo como esto. Nevaba, el aire era congelado, estábamos sin comer, había gente llorando, familias que se separaban y empezamos a ver agresiones de parte de los militares a los hombres ucranianos que se resistían a quedarse. Fue algo muy lamentable”, dijo.

“Al llegar al check point todo nos empezó a parecer raro, estábamos nerviosos porque vimos que no había ninguna fila de extranjeros”, contó Rubino y recordó que intentó consultar a dos soldados ucranianos. El primero no le respondió, pero con el segundo la experiencia fue extrema y por segunda vez en suelo ucraniano dice que salvó su vida.

“El soldado era un joven de 20 y pocos años, estaba como enloquecido y cuando me acerqué a preguntarle, recargó su Kalashnikov, un fusil de asalto de alto calibre, e hizo como que me iba a disparar. Me apoyó el arma en el pecho y me empujó. Ahí vi que estábamos en un lugar que no era el que nosotros creíamos. Pensamos que nos iban a dar un papel para pasar por la frontera, pero nos corrieron con palos”, señaló.

Nuevamente, desde allí, Rubino y sus compañeros intentaron comunicarse con las representaciones diplomáticas de sus países, pero con poca batería en sus teléfonos y la misma cantidad de suerte.

Un ómnibus de la Embajada española pasó por el lugar, intentaron pararlo, pero sin éxito.

“Y ahí comenzó el terror, la desesperación, porque comenzamos a sentir bombardeos, vibraciones, eran tanques que combatían a kilómetros de distancia. El estruendo que hace un tanque es increíble. Me dejó marcado. Estábamos nerviosos, porque entendíamos que los rusos estaban avanzando muy rápido, no sabíamos si podía pasar un avión y volar todo el lugar en el que estábamos”, relató.

Horas después, en medio de esa tensión, se formó una fila de extranjeros. Eran miles de personas que esperaban con 10 grados bajo cero por una respuesta. “Y seis horas después, a las 2.00 am, se abrió una puerta. Todos se abalanzaron y se hizo un embudo, era como que te estuviera aplastando un camión. No había aire, las personas se caían, las pasaban por arriba. El ejército ucraniano nos tenía como animales. Nos pegaban con palos o tiraban disparos al aire. Vivimos ese terror, muertos de hambre, cansancio, queríamos pasar, nos insultaban y si alguno se escapaba y pasaba, le disparaban. Era una salvajada”, enfatizó.

“¡Journalist!”

Con sus compañeros no sabían qué hacer, hasta que él pudo acercarse a uno de los extremos de esa marea humana, sacó un pasaporte italiano y a los gritos le dijo a un militar: “¡Journalist! ¡European Union! ¡Please!” (Periodista, Unión Europea, por favor). Todavía no entiende mucho el por qué, pero eso le abrió las puertas. El soldado respondió y le permitió pasar junto a “su equipo de cobertura”, que no eran otros que sus compañeros de trabajo en Kiev. “Fue el máximo estrés que viví en mi vida”.

Una vez abandonado ese puesto de control, debieron caminar 10 kilómetros, volver a buscar transporte y enfrentar extorsiones: “Nos preguntaban si éramos ucranianos. Si no, nos exigían 20.000 euros para llevarnos. Finalmente, de milagro, encontramos una camioneta y logramos llegar a la frontera de Polonia. Pasamos, nos recibieron soldados en un refugio, había médicos y atención para quienes lo necesitaban. Era un sueño. Me tiré al piso y me puse a llorar”.

Una vez que salió de Ucrania y entró en suelo polaco, Nicolás Rubino pudo comunicarse con el Consulado uruguayo en Polonia y organizar su salida hacia la ciudad de Barcelona, donde reside. Hoy agradece a su familia por el apoyo que le dio a la distancia mientras buscaba escapar de Ucrania y al equipo del consulado uruguayo. A pocos días de abandonar el terror, Nicolás lo recuerda y todavía se le escapan algunas lágrimas por lo vivido. Nunca se imaginó que su experiencia laboral ucraniana, iba a terminar unos meses después huyendo de una guerra.

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