Enrique Rubio (EFE)
El nuevo primer ministro británico, el laborista Keir Starmer, aprovechó ayer jueves la cumbre de la Comunidad Política Europea (CPE) para presentarse ante Europa y “reiniciar” las relaciones con el continente, especialmente en inmigración y seguridad.
Starmer ha querido desde su primer día imprimir un nuevo tono a la relación con la Unión Europea (UE). Puede que el contenido no sea muy diferente al del precedente Gobierno conservador, pero las formas importan en diplomacia y por ahí pasa buena parte del cambio.
Con una agenda frenética que comenzó en la noche del miércoles con una cena bilateral con su homólogo irlandés, Simon Harris, el jefe del Ejecutivo británico mantuvo encuentros cara a cara con los líderes de los principales países comunitarios, desde el español Pedro Sánchez al alemán Olaf Scholz, pasando por la italiana Giorgia Meloni.
Trato privilegiado se le dispensó al presidente francés, Emmanuel Macron, invitado a cenar a solas en el mismo Palacio de Blenheim -lugar de nacimiento de Winston Churchill- que acogió esta cuarta reunión de la CPE.
Starmer hizo un despliegue de europeísmo cauto en la inauguración de la cita, al prometer, por ejemplo, que el Reino Unido “nunca abandonará la Convención Europea de Derechos Humanos”, algo que sus predecesores tories habían barajado seriamente.
“El Reino Unido y la Unión Europea trabajando juntos son una poderosa fuerza para el bien”, dijo Starmer ante los 46 líderes de países e instituciones europeos reunidos en el palacio de Blenheim, al noroeste de Londres.
Ante la “tormenta” que se cierne sobre el continente, abogó por aumentar la cooperación para “renovar los vínculos de confianza”, pues, a su juicio, la seguridad de los europeos “está en juego”.
Tras defender su “visión práctica” de la política exterior - “no estoy guiado por la ideología”, dijo-, apostó por reforzar las actuales alianzas del Reino Unido y construir nuevas con otros países.
El Gobierno laborista ha hecho del acercamiento a Europa uno de los ejes de su política exterior, por lo que veía esta cumbre, solo dos semanas después de obtener una abrumadora victoria en las elecciones generales, como la oportunidad perfecta para escenificar ese cambio.
Tras la reunión, Starmer anunció que su Gobierno destinará 84 millones de libras (100 millones de euros) para contribuir al desarrollo en África y Oriente Medio, con el objetivo de atajar la “crisis migratoria” desde sus raíces en los países de origen.
También informó de que ha alcanzado sendos acuerdos con Eslovenia y Eslovaquia para combatir el crimen organizado y la inmigración ilegal, así como un aumento de la participación del Reino Unido en la Europol, como parte de su plan para estrechar la cooperación en ese campo.
Pese a dejar claro desde el inicio que “la seguridad de los ucranianos es la seguridad de los europeos”, Starmer quiso ir más lejos y ampliar las posibilidades de cooperación del resto de países europeos a otros ámbitos.
El británico citó, por ejemplo, la lucha contra la desinformación promovida por Rusia.
Pero en el fondo todo el mundo sabía que esta ocasión se trataba de presentar en sociedad a Starmer como nuevo líder de la constelación europea y darle la oportunidad de dialogar en persona con sus pares.
En ese sentido, tanto la organización como la mordaz prensa británica consideraron que la prueba fue ampliamente superada para un Starmer que ha comenzado a virar la nave británica de forma gradual pero implacable.
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