Por Marcelo Birmajer
Como observador interesado de la política israelí y la dinámica del Medio Oriente, me resultan desproporcionadas la magnitud y virulencia que ha cobrado en el Estado judío la discusión, bastante razonable por cierto, sobre los atributos que caben al manejo de la cosa pública entre el Poder Ejecutivo y la Suprema Corte de Justicia, dentro de la saludable división clásica de poderes, que ha funcionado desde la fundación del país y continúa en la actualidad.
Ya en los primeros años 60, cuando el Mossad logró capturar y llevar a un juicio transparente en el distrito judicial de Jerusalem al genocida Adolf Eichman, la intelectual alemana y judía Hanna Arendt, más amiga de el filósofo nazi Heidegger que de los líderes sionistas, había acusado a Ben Gurion de no respetar la división de poderes: por ordenar la captura sin ajustarse al derecho internacional y por terciar con opiniones durante el juicio en Israel, siendo Primer Ministro. Arendt escribió un libro best seller al respecto: Eichman en Jerusalem. En ese entonces Arendt no supo o no quiso contextuar las vicisitudes y la coyuntura del caso.
Hoy, en una situación muy distinta, nos encontramos al periodista Thomas Friedman reclamándole al presidente Biden que prácticamente manipule al Primer Ministro Netanyahu contra la reforma que propone su ministro de Justicia, Yariv Levin; o al escritor israelí Yuval Harari llamando, literalmente, a “parar el país”. Ambos se arrogan, desde sus respectivas esferas de pensamiento, el derecho a declamar paradigmas de acción para el Siglo XXI (parafraseo uno de los títulos de Harari).
Friedman haría mejor en revisar la política internacional de Biden: desde su asunción, Rusia lanzó su criminal invasión contra Ucrania, desatando una guerra clásica ominosa en el siglo XXI. El talibán regresó a Afganistán y reprime a las mujeres salvajemente. China ha rivalizado con USA como no lo hacía desde antes del acercamiento promovido por Kissinger/Nixon. No es precisamente el debate interno en Israel una emergencia para Biden.
¿Qué se debate en Israel? ¿Acaso hay un gobierno que persigue o amedrenta opositores? No. ¿Ha amenazado a los medios de comunicación o impedido de algún modo su libre circulación? De ninguna manera. ¿Se pone en riesgo deliberadamente la paz de la región? Tampoco.
Israel es una potencia económica, una vibrante democracia participativa y diversa, y un refugio vital para los judíos de la diáspora. Netanyahu, como otros primeros ministros de Israel, ha tenido una parte relevante en estos éxitos, además de arriesgar la vida por su patria, y anteponer, como los demás primeros ministros, los intereses de la nación a los personales.
La recurrencia de ciertos participantes de los estamentos militares a no participar de la reserva por tal o cual motivo político ya se padeció en Israel durante la guerra del Líbano, en 1982, bajo la primera magistratura de Menajem Beguin, a quien ahora se reivindica como un líder que siempre se ajustó a derecho. También décadas atrás existieron declaraciones de jefes de los servicios de seguridad, expertos y agentes de diverso calibre contra el Primer Ministro en curso, incluso documentales fílmicos. La efervescencia por la reforma judicial es una más de las que han surgido a lo largo de la democracia israelí por distintos temas: la reparación alemana de los años 50, la ya mencionada guerra del Líbano, la posición de los judíos sefaradíes en la vida social, entre otras.
Las acusaciones contra Netanyahu en cuanto a causas por corrupción, en ningún caso declarado culpable, no parecen especialmente relevantes, ya sea por recibir cajas de habanos o la acusación contra la primera dama, de pedir demasiada comida delivery. De todos modos, la reforma judicial en ningún caso afectaría un veredicto en las causas abiertas contra el actual Primer Ministro. Por otra parte, la modificación de la ley de razonabilidad, intangible como es el concepto, no afecta las leyes fundamentales de Israel, ni los derechos y garantías de sus ciudadanos. Ni es inalterable el resultado de la reciente votación.
Israel es una democracia con múltiples alternativas de cambio, la única de Medio Oriente desde su fundación: contribuiríamos a su bienestar y vigencia ponderando con calma el devenir de sus decisiones. La mejor aplicación de los derechos fundamentales, a la vida, a la libertad y a la identidad, que construyeron este país sorprendente, se verán con el transcurrir del tiempo, no entre los tumultos de la vorágine política callejera.
En una muy buena reseña que publicó la periodista israelo uruguaya Jana Jerozoliminski en su Semanario Hebreo Jai sobre la entrevista realizada por el periodista israelí Attila Shomfalvi del portal Ynet en vivo al profesor Alan Dershowitz, una eminencia del derecho en Estados Unidos y comprometido activista judío diaspórico con la realidad israelí, el abogado declaró, respecto a la consulta sobre si es cierto que, como declara, Netanyahu esté buscando un equilibrio dentro de la división de poderes:
“Le creo, creo que ha usado la palabra equilibrio una y otra vez en sus conversaciones conmigo y creo que ahora está buscando el equilibrio. Tal vez él ve el equilibrio un poco diferente a como yo lo veo, pero creo que él sí lo busca”.
En opinión de este jurista judío norteamericano -continúa la nota-, Netanyahu no está tratando de desmantelar la Suprema Corte “o convertir a Israel en Hungría o Polonia”. Va más allá y estima que “tal vez esté tratando de convertir a Israel en algo más cercano a los EE. UU., donde hay un sistema de controles y equilibrios”.
Me hago eco de esta opinión calificada de Dershowitz y aprovecho para recordar que también los padres fundadores de la inaugural democracia americana pasaron décadas ajustando la correcta proporción de la relativas esferas de influencia entre los tres poderes. Israel es un país muy joven: los sacudones no solo son previsibles, quizás puedan incluso ser beneficiosos, si se dimensionan en su justa medida, sin apocalípticos ni integrados ( parafraseo un título de Umberto Eco). Tampoco creo que a Yuval Harari realmente le convenga paralizar el país: no hay ningún otro lugar de la Tierra, y mucho menos en el Medio Oriente, desde donde podría haber comenzado y desarrollado, en sus singulares circunstancias, su exitosa carrera.