ANÁLISIS
El lunes 2, tal como estaba previsto, Cristina Elisabet Fernández, llamada a prestar declaración indagatoria en una de las múltiples causas por corrupción que la afectan, se subió a la pista principal del circo de Comodoro Py para desplegar su habitual histrionismo y, por supuesto, negarse a contestar a las preguntas que la hubieran obligado a explicar hechos. Pudimos confirmar entonces que volvieron, pero peores.
La Vicepresidente electa, en la frase más rimbombante y soberbia, se dijo absuelta en vida por el juicio de la Historia y auguró a los magistrados la condena definitiva de ese tribunal universal.
Se inspiró en su numen revolucionario, nada menos que Fidel Castro, quien recurrió a una mucho menos pretenciosa afirmación - “la Historia me absolverá”- al ser llevado ante los Tribunales por los fracasados asaltos a los cuarteles de Moncada y Céspedes en 1953; el tirano cubano, a su vez, había parafraseado a Adolf Hitler cuando, en el juicio que celebró en 1923 por la fallida tentativa de tomar el Ministerio de Defensa alemán, dijo: “Aún cuando los jueces de este Estado puedan condenar nuestra acción, la Historia, diosa de la verdad y de la ley, habrá de sonreír cuando anule el veredicto de este juicio y me declare libre de culpas”.
¡Menudos antecedentes tuvo la actitud de la Vicepresidente electa!
Pero lo realmente grave no ha sido ese stand-up, ya que era por completo esperable ya que fue inveterada su decisión de ejercer una defensa política ante la imposibilidad de ejercer una técnica, es decir, aquélla en la cual hubiera debido confrontar con los hechos, probados hasta la náusea.
En cambio, la composición del gabinete de ministros que acompañará a Alberto Fernández a partir del martes próximo ha provocado una profunda inquietud, tanto en la sociedad cuanto en los mercados locales e internacionales, ya que demuestra que el “albertismo”, imaginado por tantas almas buenas como contrapeso al desaforado “cristinismo” en la administración del Estado, no llegó siquiera a existir y sus principales cabezas se han rendido ante la viuda de Kirchner y su engendro político, La Cámpora.
La aparición en el nuevo equipo de nombres como Carlos Zannini (Procurador del Tesoro), Eduardo Wado de Pedro (Interior), Agustín Rossi (Defensa), Elizabeth Gómez Alcorta (Mujer), Luis Basterra (Agricultura) y Sabrina Fréderic (Seguridad) muestran claramente quién tiene el sabot en la mesa de juego y, sobre todo, cuáles son sus prioridades. Pero, más que nada, que el kirchnerismo que volvió es mucho peor que el último que debimos soportar, pues su jefa viene por la impunidad, la venganza y lo poco que quedó después que viniera por todo.
El inspirador de las peores medidas de la década robada se transformará, desde el martes, en el jefe de todos los abogados del Estado; la relación con las provincias será conducida por un dilecto discípulo de quien tanto las apretara en su gestión anterior; en el comando de las fuerzas armadas se repondrá a quien perdió misiles y municiones; la abogada de Milagro Salas ocupará la cartera destinada a equilibrar la participación de los sexos; el más fervoroso defensor de la Resolución 125, irá a una de las carteras con mayor gravitación, la del campo; y una garantista de la escuela de Zaffaroni y negadora del rol de Hezbollah en los atentados de la Embajada de Israel y la AMIA tendrá en sus manos la seguridad.
Mauricio Macri presentó el jueves un balance final de su gestión, intentando vanamente reparar así el monumental error que cometió al evitar decir la verdad sobre la herencia que recibiera en 2015, cuando hubiera debido explicar que sólo podían esperarse sangre, sudor y lágrimas. De cualquier modo, ese gesto tardío no impedirá que el peronismo pegoteado, mucho más ducho en estas argucias políticas, cargue sobre sus espaldas la responsabilidad de todas las medidas amargas que, con certeza, deberá adoptar en los primeros meses de su gobierno.
(*) Abogado. Columnista de temas políticos de Argentina