ENTREVISTA
El político y economista argentino habló con El País de la realidad rioplatense y de su idiosincrasia contracultural
Santiago Kovadloff ha dicho que para Ricardo López Murphy el ejercicio de la política es indivisible de la ética. Acaso ese sea el mayor valor agregado del actual diputado por Juntos por el Cambio, que en buena parte de sus 70 años de vida ha entablado una lucha desigual e intransigente con algunas de las prácticas que han sumido a su país en la decadencia.
Ex ministro de Fernando De La Rúa, ex candidato presidencial, ex candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ex docente universitario, licenciado en Economía por la Universidad de la Plata, máster por la Universidad de Chicago, doctor honoris causa de la UCEMA y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, López Murphy se alejó durante algunos años de la política para, ahora sí, volver a una actividad que lo apasiona y que, aunque no lo diga con esas palabras, para él es una necesidad moral. Sin abandonar ni ese espíritu ni el humanismo liberal que lo ha inspirado desde la cuna –por algo se llama Ricardo Hipólito y lleva el gen del radicalismo en la sangre–, el argentino habló con El País del drama que aqueja a su patria, de Luis Lacalle Pou, de Javier Milei, de Cristina Kirchner y, naturalmente, de sí mismo.
-“Tengo una mala opinión de Mauricio Macri. Creo que no actuó lealmente cuando estuvimos asociados y que incumplió masivamente sus compromisos de campaña”, dijo usted la última vez que hablamos, en el año 2009. Hoy, ¿está en Juntos por el Cambio no por el expresidente Macri, sino a pesar de él?
-En política prescriben los hechos conflictivos. Muchas veces, habrá visto que se arman gobiernos de coalición entre quienes han competido muy duramente. Y yo tengo sinsabores, pero me los he olvidado. Además, considero que la coalición opositora ha sido el freno a los desvaríos autoritarios del kirchnerismo y que es el vehículo más apto para gobernar Argentina, lo cual incluye al expresidente Macri, con quien intento tener una relación cordial.
-¿No le parece peligroso que dentro de la oposición se haya afianzado un movimiento ultraliberal en lo económico, aunque lejano al espíritu humanista que usted defiende? Me refiero a Javier Milei, quien confunde con demasiada facilidad a un socialdemócrata con un comunista.
-Yo utilizo los criterios que se usan en Uruguay o en Europa, que tienen otra amplitud y que son más fecundos para la interacción social y más realistas para describir los hechos tal cual son. Confundir a Willy Brandt con Stalin me parece un error. No es lo mismo Alfredo Palacios que Victorio Codovilla. Y tampoco es lo mismo Emilio Frugoni que Rodney Arismendi.
-¿Sería negativo que Milei se afianzara electoralmente?
-Sus planteos extremos y sus descalificaciones no reflejan la realidad y actúan negativamente. Usted puede exagerar en un discurso pero, con el tiempo, esa exageración va a terminar siendo contraria a sus intereses. La primera vez que usted se excede puede ser deslumbrante, aunque después cansa y hasta produce hartazgo. Yo diría que la realidad es testaruda, y seguramente va a ir influenciando a la opinión pública.
-Hablemos del Uruguay. Hace pocos días Luis Lacalle Pou reafirmó su liderazgo en un referéndum muy reñido. ¿Cuál es su visión sobre su presidencia?
-Lacalle Pou ha hecho un gobierno importante en un entorno muy adverso del mundo y habiendo tenido que enfrentar no solo la pandemia, sino una crisis argentina muy aguda. Ambas cosas han dañado a Uruguay, pero el gobierno ha logrado un marcado progreso, han venido inversiones muy valiosas, se ha cosechado un alto grado de confianza y el riesgo país es muy bajo. Además, el gobierno de Bolsonaro tampoco ha sido fácil. Así que le diría que, a pesar de la adversidad y de sus vecinos, Lacalle Pou gobierna muy bien.
-La visión que hay en la Argentina respecto del Uruguay, ¿es idílica o realista?
-A mí me parece realista, porque aquí respetamos mucho la institucionalidad uruguaya, la racionalidad de sus discursos y la inteligencia que el país ha tenido para adaptarse mejor al mundo que la Argentina. Nosotros tenemos praderas más productivas que las uruguayas, y mucho más territorio. Sin embargo, Uruguay exporta casi la misma cantidad de carne que Argentina, lo cual significa que ha logrado aprovechar los errores y las locuras que nosotros hemos hecho. Y en muchos aspectos ha explotado adecuadamente las oportunidades, por ejemplo en el desarrollo de la industria de energía eólica. Fíjese que, a pesar de que contamos con la segunda reserva de gas del mundo, tenemos unos problemas energéticos espantosos.
-Hablando de los problemas argentinos, el desgaste que La Cámpora realiza sobre el presidente de la Nación, ¿era algo imaginable tal cual se ha revelado?
-Totalmente. Era una coalición caótica que iba a generar grandes problemas, y así ha sido. Por la forma en que fue elegida la fórmula, a través de un tuit de la señora, era inevitable que hubiera choques y mucha irracionalidad. El precio de lo que se paga por el gas en el mundo es diez veces lo que nos cuesta producirlo. ¿Por qué no lo hacemos? Porque estamos en manos de gente muy torpe, muy limitada y muy poco inteligente. Y parte de esa poca inteligencia se manifiesta en el caos que es la coalición oficial.
-¿Usted es consciente de cuánto llama la atención en los países vecinos este fenómeno de desestabilización interna?
-Es verdad: La Cámpora hace cosas que no son muy plausibles, pero es parte de ese enjambre caótico, lo cual tendrá un costo inmenso a largo plazo. Y ellos lo van a pagar.
-Después de todos estos años, ¿cómo definiría al kirchnerismo?
-Como una variante tóxica que nos ha hecho mucho daño, que nos ha retrasado y que nos ha hecho perder oportunidades formidables. Y como una conjunción de ideas y propuestas contradictorias, inoperables, muy negativas para la Argentina, y en las que mucha gente creyó pese a que en algunos casos se trataba de fantasías de carácter infantil.
-¿Por ejemplo?
-Una de las propuestas del kirchnerismo era reformar la arquitectura financiera global. Imagínese si un país que es el medio por ciento del mundo le va a dar instrucciones a los otros 200 respecto a qué hay que hacer. Así que durante dos años estuvimos discutiendo la profundidad de las reformas que íbamos a alcanzar. Aunque, por supuesto, no logramos nada. Pero forma parte del proceso que implica descubrir los límites de la realidad. ¡Es demencial, de un primitivismo extraordinario! (Risas).
-De todas maneras, ¿haría una diferenciación entre el kirchnerismo original, más pragmático pese a sus severos problemas de corrupción, y el cristinismo, que muchos ven como más dogmático?
-Para mí todo ha sido un continuo: los problemas más grandes vienen de la primera época, cuando ocurrieron episodios horribles en materia de corrupción. Realmente han sucedido cosas delirantes, como el proyecto para realizar un tren de alta velocidad. En Río Turbio hemos hecho una central energética que nos ha costado US$ 2 mil millones, pero que nunca pudimos operar. También construimos represas sobre el Río Santa Cruz sin estudiar bien la geología, y ahora que hicimos los diques tenemos miedo de que se caigan (risas). Es una tragedia provocada por gente disparatada.
-¿Por qué usted votó contra el FMI y junto al kirchnerismo duro, cosa que le valió la crítica de su amiga y ex socia Elisa Carrió?
-Ah, yo voto por mis convicciones. Esta gente ha querido poner preso al presidente anterior porque le pidió un préstamo al FMI. Pero ellos le piden un préstamo ampliado porque es más barato y el Fondo es el único que nos presta, que era precisamente lo que decía Macri. Ese nivel de mendacidad y de manipulación debe tener un límite. En segundo lugar, no es bueno que se confunda al oficialismo con la oposición. Y en tercer lugar, el programa implicaba una suba de impuestos descomunal para los contribuyentes de la Ciudad de Buenos Aires, a los que me debo.
-¿No fue, entonces, un voto electoralista?
-No: fue un voto muy profundo, cuidadosamente armado, con un discurso de alta factura. Después, se me acusa de estar obsesionado con los ciudadanos de la Capital Federal, y es verdad, ¡si son los que me votan! Yo les tengo que prestar atención a mis votantes.
-¿Así que no le molestó coincidir con el cristinismo?
-No, porque los suyos eran argumentos más relacionados con romper con el mundo civilizado. Eso no tenía nada que ver conmigo. Para mí, darle plata a esta gente era un peligro, y que nos masacraran a impuestos era inaceptable. Sea realista, Cohen: si yo voto contra mis convicciones y contra mis contribuyentes, ¿cómo sobrevivo? No lo puedo hacer.
-Me gustaría saber si para usted la política es pedagogía.
-Yo creo que si usted no realiza una actividad docente en la política, no puede funcionar. Por eso es muy importante que construya una narrativa que le explique a la sociedad de dónde viene, qué dilemas enfrenta, por qué escoge las opciones que toma y a dónde quiere ir. Esa pedagogía es parte esencial del gobierno y de la vida parlamentaria, y no es casualidad que en Argentina muchos problemas no se entiendan bien.
-Tal vez por eso a usted le molestara la tendencia del gobierno de Macri a tapar con globos cada problema.
-Es que aquel no fue un criterio positivo para las dificultades que enfrentamos.
-Ricardo, dígame una cosa: ¿usted es un hombre duro, lo cual simboliza el apodo de “bulldog”, o más bien es una persona cariñosa y con sentido del humor, como dicen sus amigos?
-Ese apodo surgió cuando yo era ministro de Defensa. Entonces primaba la idea de que era una persona muy severa, y la verdad es que exigía una gran disciplina y no era demasiado afortunado en mis rasgos faciales (risas). Respecto a su pregunta, ambas cosas son compatibles, porque usted puede ser de una gran firmeza y un gran carácter y, al mismo tiempo, saber ser simpático en el ámbito que corresponda y cariñoso con los nietos. Pero he sido severo en la función pública, y era necesario que lo fuera. ¿Usted vio a algún ministro de Defensa entrar bailando salsa a una formación militar?
-No.
-Por eso. Yo me adaptaba a la marcialidad y a la solemnidad de los actos, y era exigente en el ejercicio de la función. Pero soy afectuoso.
-¿Qué más? ¿Quién es usted hoy como hombre público y como persona?
-Un luchador incansable por la libertad, por las oportunidades que da la vida libre, muy identificado con la república, con sus límites, con sus balances de poder, con la división de poderes, con la libertad de prensa, con la libertad de enseñar y aprender, con la libertad ambulatoria, con la propiedad privada y con la construcción política que ha dado lugar a las sociedades más desarrolladas del mundo. Después, creo ser una buena persona. Por lo menos hago lo posible para hacer el bien. Y estoy muy preocupado por la guerra que ha desatado el déspota de Putin sobre Ucrania. Esa terrible destrucción de un país por un vecino poderoso me llena no solo de preocupación, sino también de angustia.
“Es inaceptable ignorar el carácter dictatorial de China”.
-¿Por qué siempre criticó al régimen chino, que hasta hace no demasiados años había fascinado a tantos liberales autoproclamados?
-Porque un régimen de partido único, de prensa controlada, de ausencia de división de poderes y de oposición abierta a la competencia electoral no puede ser jamás el ejemplo que yo tome. Ahora, que hay que comerciar con ellos y hacer buenos negocios, no tengo dudas. Pero ignorar la naturaleza política del régimen y su carácter dictatorial, de tipo prácticamente unipersonal, para mí es inaceptable. Creo que a veces la eficiencia económica hace perder la perspectiva de los valores de la libertad. Pero sin libertad estamos muertos.