Un uruguayo que sobrevivió en virginia tech

Drama. Estudiaba en la Universidad cuando el feroz ataque; recibió una bala en la cabeza

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DANIEL HERRERA LUSSICH

En WASHINGTON

CORRESPONSAL PERMANENTE

Se llama Guillermo Colman, uruguayo, 41 años, vive desde hace 19 años en EE.UU. Se casó con una joven americana Nell-Marie y tiene dos hijos pequeños, Daniel de 3 años y medio y Anna de un año y medio.

Dirige una empresa de ingeniería civil e Hidrológica (Colman Engineering, PLC), en plena expansión, en el estado de Virginia. Una de sus aspiraciones es mantener contacto con uruguayos, afectivamente como compatriota y aportando trabajo, piensa en obras conjuntas con empresas montevideanas.

Pero Colman no es sólo un inmigrante latinoamericano, de los millones que llegaron en los últimos años, que está cumpliendo el "sueño americano" de triunfar en su profesión. Ha vivido directamente el rostro negro de una horrible tragedia. Fue una de las víctimas de uno de los hechos más graves ocurridos en una Universidad en éste país, la masacre de Virginia Tech, que dejó el terrible saldo de 33 personas muertas, entre estudiantes, profesores y el joven asesino de 23 años. Cho Seu Hai, sur coreano, estudiante de filosofía inglesa, un desequilibrado, inadaptado y que "se sintió enemigo del mundo", compró armas de repetición y salió a matar al que estuviera a su alcance en la mañana del 16 de abril del 2007 en plena Universidad.

Colman hace unos días se encontraba gestionando documentos en Washington, coincidimos en la gestión y luego de un rato de charla sobre su actividad en EE.UU., surgió el tema de la masacre de Virginia Tech. Y provocó mi sorpresa cuando comentó, en tono bajo de voz como trayendo a la memoria algo que tenía bloqueado en un rincón de su memoria: "yo recibí una bala en la cabeza y una herida en la espalda, aquella fría mañana. Estaba sentado en plena clase de Ingeniería Hidráulica Avanzada cuando en segundos se desató el drama. Éramos 13 en la clase de post grado y el profesor, cuando ingresó sorpresivamente ese joven con un arma en cada mano y empezó a disparar. Todos pensamos estar ante un simulacro. En minutos había diez cadáveres, 9 estudiantes, todos compañeros y amigos de años, y el profesor, una verdadera institución, laureado por sus méritos y calidad de enseñanza y cuatro sobrevivientes, creo que todos estábamos heridos".

Guillermo Colman no volvió más a clase, cursaba el último semestre del Master de Ingeniería Civil del Medio Ambiente e Hidrologia. Aún hoy, a tres años del drama, muchas veces encuentra que hay recuerdos que se le bloquean, hay una resistencia interior a revivir aspectos de aquel baño de sangre. Volvió a la Universidad pocas veces. Cuando se inauguró el Memorial a las Víctimas y alguna vez más llamado para una reunión. No quiso nunca participar de los juicios ni pedidos de indemnización. Se ha mantenido alejado. En aquellos días alquilaba una pequeña casa cerca de la Universidad en el pueblo de Blacksburg. Pero decidió mudarse, no muy lejos, casi dos horas de auto, a Harrisonburg, dónde instaló su casa con su familia y mas tarde también su empresa de ingeniería.

En la conversación con "El País" no fue fácil convencerlo para retroceder tres años y relatarnos lo ocurrido aquella mañana en Virginia Tech y aún más problemático que se fotografiara para la nota en el campus universitario. Finalmente lo hizo con dudas, animado por mi insistencia y algún apoyo de su agradable joven señora estadounidense.

Llegó a EE.UU. cuando tenía 21 años con una misión de la Iglesia Evangélica con idea de permanecer un año. Le encantó el país y decidió quedarse. Nació en Fray Bentos, estudió primaria y liceo allí y en Paysandú, luego comenzó estudios de Arquitectura en Montevideo. Vivió de muchacho con su abuela y tíos y tiene cuatro hermanas y un hermano. En EE.UU. decidió cambiar de carrera y pasó a Ingeniería Civil. Se graduó en Virginia Tech y estaba haciendo el master de Hidráulica allí. Pero luego del incidente pudo terminar definitivamente los estudios un año después.

Le insistimos con aquel 16 de abril. Recuerda que un amigo de él, "el destino, la casualidad muchas veces marca la vida", nos aclara antes, esa mañana helada decidió quedarse a dormir y no fue, otra compañera tampoco asistió para estudiar el examen de graduación. El estuvo a punto de quedarse en la cama, la nieve y el fuerte viento que azotaban las calles invitaban a permanecer en la casa abrigado. Pero cuenta que pensó: "no, la materia me gusta, el profesor es excelente y además estoy acá para eso, iré".

En la clase se sentó en las primeras filas, cerca de la ventana, faltaba poco para que terminara. De pronto la puerta se abrió e ingresó un muchacho joven con un arma en cada mano. Pensaron que estában ante un simulacro de atentado, especialmente después de dos denuncias de bombas las semanas anteriores donde los edificios habían sido desalojados inmediatamente.

De pronto se desató el infierno. "Las balas iban hacia todos los ángulos de la clase. Instintivamente nos tiramos al piso. Caí mirando hacia el fondo, mi compañero con parte del cuerpo sobre el mío, enfocando hacia el lado contrario y del costado otro estudiante, también muy próximo. Sentí que la sangre corría por mi cabeza, era de mi compañero, y un pequeño dolor, sin descifrar mucho que me sucedía. Aún a esta altura no comprendíamos bien que ocurría. Se escuchaban los disparos, uno tras de otro y espacios de absoluto silencio", comenta Colman, con la mirada en el vacío mientras le fluyen los recuerdos.

Luego un portazo y se oyeron tiros en una clase próxima. "Seguíamos todos sin movernos, esperando algo, sin saber bien qué. De pronto el estudiante coreano volvió a entrar y empezó a disparar contra la cabeza de los que estábamos en el piso, sobre aquellos que pensaba que estaban vivos o veía moverse. Sentí que tocaba mis pies con los suyos y baleaba sobre el cuerpo que tenia encima de mí. Fue como si me dieran marronazos. Fue un tiempo corto, pero que parecía interminable". Finalmente se fue. "Un amigo a mi lado me pregunta que hacer, le digo, allí en el saco tengo mi celular, llama al 911, aunque la alarma sabíamos que tendría que estar dada".

Finalmente entró la policía y los fue ayudando. En el piso de la clase la mayoría de los cuerpos siguieron caídos. "Nos trasladaron de a uno al patio, hacia mucho frío, pedí ir bajo techo. En ese momento enviaban a los más graves en helicópteros a hospitales cercanos, en ambulancia a los otros. A mi me sacaron la camisa y tenía una herida en la espalda y sangraba por la cabeza, pero no sufría dolor, pienso que la fuerza de las balas había dormido los nervios y músculos. Pensé que eran rasguños".

"Allí llamé a mi señora, no olvido que cuando se inició la balacera pensaba ¡Oh, señor Jesús, tengo una señora y un hijo pequeño, ayúdame!. Le comenté que estaba bien y que esperaba que en una hora estaría en casa. Cuando llegué al hospital detectaron una bala aún en el interior de mi cabeza, afortunadamente no había estallado, quedó contra el hueso, porque son proyectiles que para hacer más daños se disgregan al impactar. Vino un cirujano, especialista, de un sanatorio próximo, y me extrajo el proyectil y curó la espalda", recuerda.

"No me han quedado secuelas físicas, pero sí hay veces que siento como un bloqueo mental cuando intento hablar sobre el tema, pero poco a poco se ha ido pasando. Estuve por un tiempo breve visitando al sicólogo", explica.

Hoy hace la vida de un americano más, mucha actividad laboral, familia y ha trabajado con grupos de jóvenes con entrenamiento de liderazgo y supervivencia en las montañas y también alguna vez jugo al fútbol. Pero, fundamentalmente, dedica otra parte de su tiempo, fuera del trabajo o la familia, a la Iglesia Evangélica local. Se siente cómodo con las costumbres americanas y comenta que "es un país de mucha tranquilidad, de gente muy solidaria y mucho más cálida de lo que uno piensa al llegar".

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