"El espacio fiscal es muy restringido para enfrentar nuevas crisis"

Muchos de los recursos de la región se van en intereses de deuda.

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José Manuel Salazar-Xirinachs
José Manuel Salazar-Xirinachs. Foto: Francisco Flores

Aplomado y análitico, el economista costarricense José Manuel Salazar-Xirinachs, secretario ejecutivo de la Cepal, habló con El País sobre la difícil situación de América Latina como región expuesta a un escaso espacio fiscal, el acuerdo Mercosur-Unión Europea, y los nuevos requerimientos para exportar en el contexto mundial azotado por guerras. La entrevista fue realizada en el marco y luego del evento “Diálogos sobre el futuro en Uruguay”, organizado por Naciones Unidas en Montevideo el pasado jueves,

— ¿Cómo está impactando la guerra en el Medio Oriente (Israel-Hamás) en la economía mundial; ya se notan sus efectos?

—Esta guerra es muy reciente, de manera que todavía está relativamente circunscrita. Está el problema y la nube oscura en el horizonte de que esto tiene un potencial de volverse algo mucho más grave, involucrando a más países. Esa perspectiva de riesgo sí ya está afectando los mercados financieros, las percepciones, no de manera muy grave, pero ya hay preocupaciones. Pero en el comercio todavía no se ve una afectación tan fuerte. Con la guerra en Ucrania, que ya tiene más de dos años, hubo un impacto muy fuerte en el precio de los alimentos desde un inicio porque tanto Ucrania como Rusia son “graneros” para la economía mundial y también hubo un efecto muy fuerte sobre el precio de la energía. De manera que los impactos hasta este momento del conflicto de Israel y del ataque de Hamás, no son tan graves como los que se ha visto con Ucrania, pero dependerá de lo que suceda en adelante.

— ¿Notan que el impacto mundial de la guerra en Ucrania se ha –en cierta forma- “estabilizado”?

— Esa guerra provocó una reacción muy fuerte en las transferencias sociales y de inversión, y hubo una expansión fiscal muy grande en Estados Unidos y en Europa. Empezó a subir la inflación antes de la guerra, porque hubo una política fiscal súper expansiva, pero subió mucho más en el momento en que se da la invasión, sobre todo por la energía y los alimentos. Ahí se dio entonces un doble choque para las economías de América Latina. Un choque de oferta, por las disrupciones de las cadenas de valor y el tema de los contenedores, y el choque de la demanda por la respuesta -que fue correcta- expansiva fiscal y monetaria.

— ¿Cuál es el mayor impacto económico que América Latina recibió?

— En las transferencias sociales y de inversión. Hubo una expansión fiscal muy grande en Estados Unidos y en Europa, empezó a subir la inflación y, para tratar de combatirla, los bancos centrales subieron las tasas de interés de manera sincronizada a niveles que no se había hecho desde principios de los 80. Eso encareció el costo del financiamiento y del servicio de la deuda para los países de América Latina y el Caribe, y restringió el espacio fiscal. Nosotros, en Cepal, tenemos un estudio que demuestra que muchos países en América Latina están usando entre 3 y 5 puntos del PIB solo para los intereses de la deuda. Eso es elevadísimo.

— ¿Qué países de la región están más comprometidos con esa situación?

— Argentina y los países del Caribe por el tamaño de sus economías y el nivel de la deuda externa. En Naciones Unidas, y en la Cepal en particular, hemos estado diciendo la importancia de tener mecanismos de reestructuración de deuda. O sea, se habla mucho del estrés de la deuda, pero esto es un estrés de desarrollo. En este momento, además, estamos muy atrasados en el camino hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y para acelerar ese avance, se requiere más inversiones y más financiamiento; también para enfrentar los choques del cambio climático y la adaptación al cambio climático que hay que hacer. Este es un tiempo de grandes demandas, sin embargo, se están usando recursos importantes en el servicio de la deuda. Por eso es que el tema de la reforma del sistema financiero internacional, de la capitalización de la banca de desarrollo y de todas las formas innovadoras de movilizar recursos para el desarrollo, es clave.

Políticas poco articuladas, tímidas y en zigzag

El crecimiento que Cepal estima para América Latina y el Caribe es 1,5 % este año, lo que es bastante más que el promedio de 0,8 % de la región en los últimos diez años, pero menos de la mitad del alza durante la llamada “década perdida” de los años 80, donde se registró 2%. Igual, como se vea, el 1,5% es muy bajo (“dramático”, dijo Salazar-Xirinachs), porque “lo deseable sería llegar a un promedio de 3 % regional, y para un país estar en un rango entre 4 % y 5%”, sopesó.

”La inflación en el mundo ha venido bajando en las últimas semanas y ya pasó su pico más alto. La mayoría de los bancos centrales viene bajando también la tasa de interés, lo cual es una buena señal. Y la expectativa es que no siga subiendo, sin embargo permanecerá todo el año 2024 por encima de donde estaba antes del shock pandémico. Es una buena noticia que no suba, pero relativa a como estábamos hace una década o quince años atrás, cuando se dieron tasas de interés muy bajas, incluso negativas. Es muy difícil volver a algo así”, dijo el economista.

A su entender, si no surge “nada más grave” en materia de conflictos internacionales, la dirección económica actual es la correcta: tasas de interés e inflación en reducción (“siempre que el escenario internacional no se vuelva más complejo con las guerras”, recalcó).

Destacó que es urgente superar problemas estructurales en la región, como ser la escasa inversión, sobre todo en infraestructura, y el bajo nivel de educación. Estudios de la Cepal muestran que gran parte de la fuerza de trabajo de la región no está preparada para desempeñarse en sectores de alta productividad.

“Si uno ve las experiencias de los países de alto desempeño de Asia o incluso de los europeos, todos tienen políticas de desarrollo productivo muy ambiciosas, con políticas de clústeres, con ecosistemas empresariales integrados, políticas de ciencia y tecnología, bajo un enfoque sectorial aplicado a través de los años sistemáticamente. En esta región no tenemos eso, sino políticas muy desarticuladas, tímidas, zigzagueantes”, señaló Salazar-Xirinachs.

— ¿Qué tanto América Latina puede aguantar el estrés financiero en caso de que los conflictos internacionales empeoren, considerando que hay amenazas de otras guerras o las mismas pero con más actores?

— Lo que le ha pasado es que, con esta cascada de choques (pandemia y guerras que afectaron el comercio), América Latina y el mundo han hecho un gran esfuerzo fiscal. Ahora el espacio fiscal está muy limitado y vemos como los choques no terminan con estas guerras de la que estamos hablando y potencialmente otras. Es un reto muy grande porque, para enfrentar nuevas crisis, hacer otra ronda de transferencias sociales sin que se venga algún impacto muy fuerte en esta región, ya va a ser muy difícil con este espacio fiscal tan restringido.

— ¿Qué se puede esperar en materia de acuerdos comerciales con un multilateralismo en crisis?

— Ciertamente la globalización ha cambiado. Ahora hay tensiones por barreras no arancelarias, cada vez más los acuerdos comerciales introducen regulaciones ambientales o condiciones y regulaciones sociales sobre cómo se produce un producto, si hay o no trabajo infantil, si hay o no explotación de trabajadores. Eso está bien desde cierto punto de vista, pero complica el comercio, y allí también se dan asimetrías y desbalances en el nivel de desarrollo. Por ejemplo, uno de los temas por los que Mercosur no ha podido cerrar el acuerdo con la Unión Europea es porque los europeos están pidiendo una certificación de que los productos que se exporten de los países de Mercosur no sean de tierras que hayan sido deforestadas, y eso es muy difícil. Europa, en su momento, también tuvo deforestación. Entonces, esa exigencia de no deforestación, ¿de cuántos años para atrás aplica? El pacto verde de Europa establece lapsos, pero estos temas son parte de valores que no siempre se comparten en el comercio. Además, actualmente hay mucha de esta lógica de los bloques comerciales de hacer negocios con los amigos, es decir, el friendshoring, pero es riesgoso porque hoy pueden ser amigos de algunos Estados, pero mañana algo pasa y no son tan amigos. El hecho es que hay un nuevo regionalismo que se está manifestando en varios acuerdos y un juego diferente entre las potencias. Y sí algo América Latina debe tratar de hacer es comprender esas tendencias, sacar ventaja en un buen sentido, y no dejar que el sistema multilateral se deteriore.

Relaciones comerciales "con todos los países posibles"

—¿Qué opina sobre Uruguay, cuyo crecimiento no logra superar el 2 % de su promedio histórico?

—Habría que entrar en las características económicas de Uruguay, ha habido claros y oscuros, pero es un país que ha sido muy exitoso en el tema de conectividad, en el clima de inversión, tiene un ambiente democrático, una sociedad pacífica. Lo que puedo decir es que la única manera de gestionar el desarrollo es con la colaboración entre los diferentes sectores. Cuando las sociedades están muy polarizadas -y tenemos sociedades muy polarizadas en América Latina-, eso tiene un impacto negativo sobre el crecimiento, porque generalmente implica un grado de conflictividad. Y eso se traduce en que hoy está un gobierno y mañana llega otro que cambia demasiado las políticas. Tener políticas de Estado, tener continuidad, es importante porque el proceso de desarrollo es acumulativo. Si uno lee a los economistas clásicos del desarrollo, (Paul) Rosenstein-Rodan, (Gunnar) Myrdal, (Raúl) Prévich, todos hablaron de círculos virtuosos o viciosos. Y para tener un círculo virtuoso en economía, es importante que se den en veinte o treinta años. Si uno ve la experiencia de Corea, de Singapur o de ciertos países europeos, el desarrollo no se logra en cuatro años ni en un ciclo gubernamental, sino en una perspectiva de décadas de continuidad con acumulación de círculos virtuosos.

— Uno de los problemas que tiene Uruguay es que su inserción internacional está bastante trancada por la dinámica del Mercosur, ¿cómo ve esta situación?

— Algo que puede ser muy transformacional es cómo un país se inserta en la economía internacional. Entonces, evidentemente, Mercosur siendo Brasil y Argentina economías tan grandes -entre las tres más grandes de América Latina-, este bloque en sí ya es un mercado importante para Uruguay y potencialmente una fuente de dinamismo grande, pero tampoco se puede quedar allí porque en el mundo está China, Europa, de manera que un país pequeño como Uruguay -en realidad todo país, de cualquier tamaño- debe buscar todas las opciones. Yo diría tener “banda ancha” en materia de sus acuerdos comerciales y de desarrollo del comercio, de las inversiones, de la infraestructura, con todos los países. Específicamente, es algo que Uruguay tiene que ver con el Mercosur, pues en principio sería muy deseable tener, como lo ha hecho Chile, Costa Rica y varios otros, relaciones comerciales con todos los países con que sea posible, siempre dentro de estándares adecuados en lo ambiental y social.

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