ENTREVISTA
Su presidente, Alberto Arizu, cuenta los retos de la compañía junto al fondo inversor L Catterton, propiedad del holding LVMH y el grupo Armault, enfocado en marcas de lujo
Encontrar marcas centenarias en Argentina no es tarea fácil. En una economía signada por la inestabilidad y la falta de reglas claras, resulta casi inevitable que las empresas apuesten al corto plazo y que de un día para el otro se abandonen proyectos de largo aliento para darle prioridad a los resultados inmediatos. En este contexto, la industria del vino es una de las pocas excepciones y por eso no resulta tan llamativo cruzarse con una bodega como Luigi Bosca que está cumpliendo 120 años.
La empresa hoy se enfrenta a desafíos muy diferentes a los que tenía el inmigrante vasco Leoncio Arizu cuando a fines del siglo XIX se instaló en Luján de Cuyo, Mendoza, y en 1901 puso en marcha la bodega familiar. Sin embargo, su bisnieto, Alberto Arizu, asegura que los grandes lineamientos se mantienen, a pesar de que la compañía que preside acaba de sumar como socio al fondo francés L Catterton —uno de los mayores jugadores en el negocio del lujo a nivel mundial, que tiene como principales accionistas al holding LVMH(inicialmente conocido por las siglas de Louis Vuitton Moët Hennessy) y al grupo Arnault—, con la mira puesta en convertirse en una marca global.
«Siempre jugamos en el sector de los vinos de calidad. Por eso siempre digo que Luigi Bosca fue la primera bodega boutique argentina, porque hacíamos vinos que en Argentina no se consumían tanto. Acá el negocio pasaba por el volumen y nosotros de entrada teníamos una propuesta muy orientada a la calidad. Y eso nunca cambió», explica desde sus oficinas en Buenos Aires.
«Los Arizu provienen del norte de España. Y los Bosca son del Piamonte italiano. Las dos familias llegan a Argentina con mucha tradición en vinos y de zonas que son muy características de España e Italia. Mi bisabuelo fue un pionero en el desarrollo de variedades de vino, algo que en ese momento no era nada común. El vino era vino y se movía principalmente por regiones. En los primeros 20 o 30 años fue todo el desarrollo, plantar, cultivar, comprar viñedos, hacer la bodega. Todo eso llevó un tiempo importante y creo que es el gran valor de esa primera generación. Después, en 1933, se incorpora mi abuelo Saturnino, ya nacido en Argentina, que le da una impronta más técnica a nuestros cultivos, incorporando material genético seleccionado. Y en la década del 60, llega el turno de mi papá, Alberto, que también es agrónomo. Él llega con una mirada mucho más aggiornada, mucho más moderna de la industria vitivinícola. El varietalismo, que había arrancado en la década del 60, sobre todo en California, llega a Argentina de la mano de mi padre. Los primeros varietales argentinos nuestros fueron a comienzos de la década del 70. Comenzamos con malbec y cabernet sauvignon en el caso de las dos variedades de tinto, y Chardonnay y riesling en blancos. Y fue un hito histórico, porque hasta ese momento los vinos argentinos se vendían como borgoña y chablis, buscando subirse al prestigio de dos regiones francesas. Como decía Miguel Brascó, eran todos nombres franceses, de apelaciones francesas que adentro nadie sabía lo que había».
—Hoy la imagen del vino argentino está muy ligada al malbec. ¿Puede ser un error haber apostado tanto a este varietal y que se repita lo que pasó con Australia y la moda pasajera del syrah?
—No creo. Todos los países del mundo tienen alguna variedad. Chile tiene el carmenere y EE.UU. el zinfandel. Pero ninguna alcanza la envergadura de lo que es el malbec. Como dijo Steven Spurrier hace varios años, el malbec es el justo medio entre el cabernet sauvignon y el merlot. Un vino de estructura, de cuerpo, color, intensidad. Pero con el drinkability de una variedad que es fácil de beber.
—¿El crecimiento de la industria argentina a nivel internacional seguirá pasando por el malbec?
—Definitivamente el malbec va a seguir siendo el flagship argentino y es importante que el país y las bodegas tengamos una especialidad en un mundo de competencia casi perfecta. Tener una especialidad paga un montón y fue fundamental para que Argentina pueda mostrar su potencial de calidad. Ahora uno se pregunta: ¿Es suficiente? No. En Luigi Bosca estamos totalmente decididos a competir globalmente. Queremos ser una marca global y para competir afuera tenemos que hacerlo con herramientas en todos los mercados. Por eso uno de los principales proyectos que comenzamos hace varios años y ahora aceleramos es el cabernet sauvignon, que es el varietal más importante del mundo. Cuando competís con cabernet sauvignon competís contra todos. Competís contra Burdeos y California. Con el cabernet sauvignon estamos en la búsqueda del estilo, que realmente nos destaque, que nos muestre diferentes al resto del mundo. Y estamos convencidos de que lo podemos lograr, para lo cual iniciamos un trabajo muy interesante hace más de un año. Contratamos a Robert Mann que fue enólogo de grandes bodegas en Australia y en California, y que a nivel mundial es conocido como «Mr. Cabernet Sauvignon». Es uno de los wine makers más relevantes del mundo.
«El malbec seguirá siendo el flagship argentino. ¿Es suficiente? No»
—¿Cómo ve las exportaciones del vino argentino? ¿Hay todavía terreno para crecer?
—Como industria en 2012 se llegó a un pico y desde ese momento las ventas se mantuvieron prácticamente estables. Recién en los últimos 12 meses vimos el primer crecimiento en muchos años y creo que se trata de un efecto inercial. Argentina tuvo un enorme retraso cambiario desde 2012 hasta 2018. En el 2018 viene la devaluación de abril. Y esa mejora del tipo de cambio la empezamos a cosechar este año.
—¿Cómo ven a la economía? A ustedes no los alcanza el congelamiento de precios, pero si afecta al mercado del vino...
—Como país los congelamientos de precios los aplicamos un montón de veces y nunca dieron resultado. Pero más allá de eso la macro argentina tiene una dificultad grande. Para exportar se necesita previsibilidad por sobre todas las cosas. Esta previsibilidad tiene que ver mucho con la inflación, que es el principal drama que tiene la industria. Argentina puede tener vinos de mejor calidad que Australia o EE.UU., pero también necesita estabilidad.
—En 2018 sumaron como socio a L Catteron. ¿Qué les aportó?
—Principalmente su mirada global y su track record de experiencias internacionales. Tiene más de US$ 25.000 millones en activos alrededor del mundo, sobre todo de marcas de consumo masivo. Y una experiencia en marcas de lujo muy grande que obviamente para nosotros es un aporte significativo en términos de know how, de acceso a nuevos mercados.
—¿La idea es potenciar Luigi Bosca internacionalmente?
—Totalmente. Es el formato en el que ellos trabajan. Que fue un poco lo que me llevó a llamarlos para sumarse al proyecto de Luigi Bosca. Esto ha sido un gran hito en nuestra historia. Primero por haber tomado la decisión de abrir el capital, que no es fácil en Argentina. El 80% de las empresas locales son de capital cerrado cuando en el mundo es al revés. El 80% de las compañías son de capital abierto. Creo que gran parte de la economía argentina va a tener que aprender esta enseñanza para poder expandirse a nivel internacional. Somos un país descolgado del mundo de los negocios. Y en parte es porque estamos muy cerrados y pensamos solamente en el mercado local.
Somos un país descolgado del mundo de los negocios"
—¿Qué mercado ven como mayor potencial para Luigi Bosca?
—Estamos reformulando nuestro negocio para potenciar nuestras oportunidades y minimizar nuestras debilidades. Lo que buscamos es concentrarnos y apuntar a aquellos mercados donde creemos que hay un upside de crecimiento importante, como EE.UU., Canadá, Inglaterra, China y Brasil.
A "pescar" cabernet sauvignion
—En el mundo, Argentina es conocida por el malbec. Con el cabernet, hay que hacer un trabajo de imagen muy grande. ¿La industria local es consciente del desafío?
—No sé la industria, pero en Luigi Bosca lo tenemos claro. Es un enorme desafío, pero estamos convencidos de que tenemos un potencial gigantesco. Obviamente ayudaría mucho que Argentina tenga una propuesta de cabernet sauvignon válida porque nos daría mucho más fuerza. El mundo del vino puede ser visto como diferentes peceras. La pecera del malbec es un 3% del mapa mundial, mientras que la del cabernet sauvignon representa casi 20% del negocio. Si uno quiere tener una marca global, que tenga visibilidad y exposición internacional, que pueda competir con los mejores vinos del mundo, no puede hacerlo sin pescar en la pecera del cabernet sauvignon.