El tener poder determina una enorme responsabilidad. Porque entre otras cosas, el gobernante se hace “dueño” de decisiones ajenas, de decisiones de los ciudadanos. En función de cómo actúa el gobierno, los ciudadanos invertirán o no invertirán, tendrán el dinero a buen recaudo en una institución financiera o en algún ropero. Y los ejemplos se multiplican.
Y existen ejemplos lesivos recientes de fraudes en contratos privados, además.
Los gobernantes en muchas ocasiones creen gozar de un áurea superior, poseen un ego desmedido que estiran la mano y poco menos que tocan a Dios… Lamentablemente es así en muchos ejemplos.
Cuánto daño ha hecho Putin en todo sentido. ¿Tiene derecho? Cuánta impunidad. Rusia es el tercer productor de petróleo del mundo y la mitad de las exportaciones van hacia los países europeos de la OCDE.
Asimismo, el gas: el 40% de los países de Europa importan gas de Rusia. Anclado en tanto poder, Putin se cree dueño de almas ajenas, de derechos ajenos y actúa como un beligerante sin sedante alguno.
Extrapolo a nuestro país, salvando las enormes distancias. Hubo decisiones erróneas en gobiernos anteriores, en el actual y eso marcó el tamiz de la discusión.
Respecto al gobierno que finaliza, la oposición exhibió diferencias y apeló a que se vertiera más dinero en la población más vulnerable. Qué vaya que se ha vertido; pero no sería suficiente. No es un axioma: ¿quién tiene la razón?
¿Son conscientes los gobernantes de que es imperioso tener un espíritu que carezca de omnipotencia? ¿Son conscientes de que escuchar es una buena herramienta para actuar en consecuencia? ¿Son conscientes de que por más que el pueblo los haya ungido gobernantes con el voto, no alcanzarán jamás la cuadratura del círculo?
Aquí volvemos al tema recurrente que refiere al burócrata de turno que toma decisiones que repercuten en la actividad económica, en nuestro caso los promotores privados.
Hay inversiones que penden de un hilo porque no se genera la fluidez necesaria para tomar decisiones. Y se regula y se regula y se regula…porque regulando tienen poder y pareciera que dicho poder, los enaltece, les hincha el pecho, los hace casi que imprescindibles.
Hablo en términos generales y no corresponde ser específico, ya en la jerga cotidiana el tema se sabe y los jerarcas también.
No me compete hablar de mala fe; eso ya sería doloso, nefasto y al jerarca habría que eliminarlo
Pero el sentido común debería imperar: el promotor privado que va a invertir millones de dólares en un emprendimiento inmobiliario que lleva 3, 4, 5 años, que debe comprar un terreno, que tiene que conseguir un grupo de obreros que estén acorde a la responsabilidad por venir, que debe guardar mucho recato por la seguridad de lo que suceda en la obra, sabiendo que la industria de la construcción es una industria que conlleva sus peculiaridades para trabajar, debe todavía esperar que los astros estén alineados para que de esa forma su proyecto fluya y lo pueda comenzar en tiempo y forma.
Tenemos bien claro que el futuro gobierno es consciente de estas expresiones y estamos con un mesurado optimismo, primero en el diálogo y segundo en que la fluidez impere en los trámites y regulaciones de distinta índole. Hablo a nivel de gobierno nacional y gobiernos departamentales.
El blasón de la libertad y la buena fe deben imperar y no exigir trámites burocráticos que impiden o ralenticen inversiones que son puro virtuosismo para el país.
El ropaje de la humildad y la mesura en los gobernantes, debería ser materia exigible.