Por Carlos Loaiza Keel
Nunca olvido aquella divertida anécdota que le escuché al ex presidente de Chile, Sebastiá́n Piñera, en el año 2009. Vivía entonces en el país trasandino y tuve la oportunidad de seguir muy de cerca la interesante campaña electoral que le encumbraría más tarde como presidente. En ella no faltaron críticas a los aspectos más débiles del candidato, y entre los más importantes, a la enorme fortuna que había amasado y su origen.
A propósito de ese flanco débil, en un debate televisivo, una persona del público preguntó sin remilgos a Piñera cómo es que había logrado ser “millonario”. Pero el ex presidente no se inmutó con la incisiva pregunta. Respondió de inmediato, evocando la visita, que durante sus tiempos de estudiante en Harvard había hecho un magnate norteamericano, a quien, coincidentemente, le habían hecho la misma pregunta. Piñera tomó́ para sí la respuesta de entonces, y espetó: “pues me levanté temprano, fui perseverante y... encontré petróleo”.
Como en aquel momento, la audiencia estalló en carcajadas, solo interrumpidas por la moraleja de la historia: “no se engañen; si no me hubiera levantado temprano ni hubiera sido perseverante, jamás habría encontrado petróleo”. No soy de quienes creen que todo lo que nos sucede es principalmente por nuestros méritos. Creo, como el filósofo comunitarista norteamericano Michael Sandel, que debemos tantísimo, bueno y malo, a las circunstancias en las que involuntariamente hemos nacido y discurrimos a lo largo de nuestras vidas. Y por eso, comienzo cada día agradeciendo por tanto que he recibido. A Dios, para empezar; y luego a tantas personas generosas que me han apoyado a lo largo de mi vida.
Lo anterior no supone tampoco negar la importancia de la constancia, de la perseverancia, de “saber estar” de forma consistente en el tiempo. Pues como seres humanos hemos sido arrojados a la historia y vivimos inexorablemente en el tiempo. Y ello tiene un mérito indiscutible y se asocia casi siempre con una vida con propósito. Por eso es que quiero terminar este primer año de la nueva etapa de este espacio, Consultor Tributario, en El País, agradeciendo antes de nada por tanto, a sus autoridades y editores, y al extraordinario periodista que es Fabián Tiscornia.
Aunque, más allá de la gratitud, también quiero celebrar que esa perseverancia haya dado lugar a un espacio consolidado por más de una década, donde han escrito profesionales del más alto nivel tanto de Uruguay como de distintos países del mundo, y también múltiples autoridades de gobierno, amén de expertos de excelencia en las áreas de la fiscalidad. Siempre abiertos al intercambio y debate de ideas, no de personas, siguiendo las palabras que suele repetir Martín Aguirre en las páginas de este periódico, sin sectarismos ni prejuicios ideológicos.
No quiero dejar de destacar y agradecer a Ricardo Peirano, que con el mismo espíritu de amor por la libertad y generosidad con las ideas ajenas, nos impulsó y abrió oportunidades desde el comienzo, entonces en El Observador.
Creo firmemente en estos principios; siguiendo al célebre teólogo Hans Urs Von Balthasar, estamos convencidos de que “la verdad es sinfónica”.
Por eso este año comenzamos la nueva etapa recibiendo en marzo y abril las valiosas contribuciones del ministro de Trabajo, Pablo Mieres, y de la directora de Asesoría Tributaria del Ministerio de Economía, Pía Biestro a propósito de la reforma de la seguridad social y de las reformas de la imposición a la renta para que Uruguay se adecuara al estándar del Código de Conducta de la Unión Europea, ambos temas cruciales.
Aunque más adelante, en mayo, tuvimos el honor de contar con la contribución de Gustavo Viñales, Carlos Grau y Fernando Lorenzo, para comentarnos acerca de las ideas que Cinve considera relevantes para llevar adelante una reforma tributaria de segunda generación.
En junio, fue tiempo de volver a tocar la oportunidad que Uruguay tiene para ingresar a la OCDE, como está siguiendo Brasil y ahora pretende nuevamente impulsar Argentina con su nuevo presidente Javier Milei, con un excelente artículo del también columnista de este diario, Ignacio Munyo.
En la edición de julio, y con el propósito de ir más allá en la discusión técnica a propósito de los acuerdos de libre comercio, tuvimos la enorme alegría de contar con una columna de Juan Labraga, director de la Asesoría de Política Comercial del Ministerio de Economía, que viene cumpliendo ese rol ya durante más de un gobierno, con amplio reconocimiento del sector público y privado. Protagonista en las más recientes negociaciones de tratados comerciales del nuestro país, abordando la importancia de los factores ESG para un acceso efectivo a los mercados internacionales en nuestros días.
Agosto fue tiempo de recibir a Pablo Ferreri, exsubsecretario de Economía y actual integrante del subcomité de Tributación a la Riqueza de la ONU, quien posó su mirada en el importante acuerdo latinoamericano y caribeños para una “tributación global, incluyente y equitativa”, realizado el 27 de julio en Cartagena, con el objeto de dar una voz común más robusta a los países en vías de desarrollo de la negociación en las desafiantes negociaciones en materia fiscal con los países desarrollados.
En setiembre, octubre y noviembre, volvimos a contar con prestigiosos expertos del sector privado. Leonardo Costa, que en su rol de asesor de la Cámara de Zonas Francas comentó con su amplísima experiencia acerca de los retos que el impuesto global mínimo (GloBE) supone para los regímenes promocionales uruguayos. Y también fue turno de comentar dos importantes tratados fiscales: con Brasil, un convenio para evitar la doble imposición que ya está en vigor, y trató el experto en derecho fiscal internacional brasileño Bruno Peixoto; y con Estados Unidos, un tratado de intercambio de información, para lo que recibimos la valiosísima contribución de Haroldo Espalter, abogado corporativo y actual presidente de la Cámara de Comercio Uruguay-Estados Unidos.
En todos los casos, introdujimos, contextualizamos y matizamos de forma franca y directa las ideas de los columnistas invitados, porque realmente creo que, como siempre repetía mi mentor en mis primeros años de carrera profesional en Madrid, “cuando en una sala todos piensan igual, es que nadie está pensando”.
Por eso también terminamos el año auspiciando en conjunto con el Instituto de Estudios Tributarios un importante evento coordinado por Andrea Riccardi, asesora de la administración tributaria y con dilatada formación académica, a propósito de la importante reforma de la imposición indirecta en Brasil, de la que dio cuenta este mismo períodico, y donde participó el prestigioso experto Alberto Barreix, ex funcionario y actual consultor del BID, uno de los asesores en la gran reforma tributaria de 2007. En este caso, para tratar el tema del IVA personalizado, que viene estudiando concienzudamente junto a otros expertos nacionales e internacionales desde hace años.
Y este último tema me parece fundamental para terminar el año y anunciar el próximo. Así lo sostuve en el último desayuno de trabajo organizado este mes por la Cámara Española, en el que compartí un panel junto al politólogo Adolfo Garcé y el contador Marcos Soto. Considero que los protagonistas de la fiscalidad del futuro serán los impuestos indirectos, o al consumo. No solo por la extrema complejidad técnica y de consensos políticos que los tributos directos a la renta están mostrando en el mundo, y el impuesto mínimo global da cuenta de ello. Tampoco es por la sencillez de su recaudación, que también, sino por razones más profundas y estructurales, antropológicas y hasta civilizatorias: la disrupción tecnológica, la Inteligencia Artificial y la sustitución del empleo, sumada a la actual pirámide y proyección demográfica en nuestro país y en el mundo, hacen que nuestros sistemas de seguridad social, que ya están en crisis, no puedan ser sostenidos por impuestos a la renta y contribuciones de seguridad social.
Vivimos y viviremos cada día más en mundo con menos cotizantes, con menos trabajadores, pero con más consumidores, por actividades nuevas autónomas, por subsidios como la renta mínima universal. En cualquier caso, consumidores, en un mundo de concentración de la riqueza y el poder en las grandes compañías tecnológicas.
Por ello será clave atacar el gran déficit moral que los impuestos indirectos siempre traerán consigo: la regresividad. Y en tal sentido, la tecnología de hoy permite imaginar una progresividad por medio de la personalización de estos impuestos, con bases amplias, tasas únicas y devoluciones a los consumidores de menores ingresos. Un futuro de “nueva anormalidad” al que no debemos mirar con temor, sino con curiosidad, fuera de las ideas del presente y del pasado, que pueden condicionarnos.
Hasta el próximo año y muchas gracias por estar siempre allí.