El gobierno de Javier Milei decidió jugar otra carta fuerte con el objetivo de apurar la baja de la inflación en Argentina. A partir de febrero, el ritmo de devaluación del tipo de cambio oficial será del 1% mensual en lugar del 2% actual. El propósito de esa ralentización de las mini devaluaciones que lleva adelante el Banco Central es claro: desacelerar el alza tanto del precio de los bienes como de los insumos importados para que la inflación pueda descender otro escalón en los próximos meses.
Riesgos
No obstante, junto a esos potenciales beneficios también asoman riesgos. El principal es que si la inflación no cede rápidamente del promedio en torno al 2,5% que viene registrando desde octubre, el esquema anunciado podría profundizar el ya evidente atraso cambiario. “La decisión del gobierno demuestra que el principal objetivo de la política económica es bajar la inflación y que para eso continuará utilizando el ancla cambiaria. El problema es que esa ancla tiene impacto sobre los bienes transables que están sujetos al comercio exterior, pero no sobre gran parte de los servicios, justamente el rubro que registró los mayores aumentos en diciembre. Como sea, la estrategia del gobierno apunta a bajar la inflación cueste lo que cueste y en ese marco el atraso cambiario seguirá profundizándose”, dijo a El País Víctor Beker, director del Centro de Estudios de la Nueva Economía de la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires.
Tras la abrupta devaluación del peso a fines de 2023 que sinceró el fuerte atraso cambiario heredado del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, la administración Milei puso en marcha un esquema de devaluaciones fijas del tipo de cambio oficial del 2% mensual. Para eso, a contramano de los discursos de campaña, el gobierno libertario mantuvo el estricto cepo cambiario. No solo eso: desde julio pasado profundizó la intervención en los mercados de los dólares paralelos para también mantener a raya esas cotizaciones.
Ese control sobre los mercados cambiarios no solo fue clave para frenar el ritmo al que venían corriendo los precios, sino también para impulsar el llamado carry trade o “bicicleta financiera”. Esa operación consiste en desprenderse de tenencias en dólares, invertir los pesos recibidos en activos financieros que rinden una tasa de interés en pesos superior a la variación del tipo de cambio y, luego, volver a comprar divisas para cristalizar una ganancia en moneda dura. Con tasas por encima del ritmo de devaluación, el carry trade con un plazo fijo arrojó el año pasado una ganancia del 42% en dólares, retornos que fueron aún mayores para aquellos que invirtieron en bonos y acciones. Esa extraordinaria rentabilidad en pesos relegó la demanda de dólares, con lo que se convirtió en un factor crucial para sostener la calma cambiaria en los últimos meses.
La intención del gobierno es que a partir de febrero los incentivos para que se mantengan las inversiones en pesos vuelvan a tomar impulso. Para eso, además de la decisión de reducir al 1% el ritmo de ajuste del tipo de cambio oficial, el Banco Central mantuvo sin cambios el nivel actual de las tasas de interés. Con un seguro de cambio implícito y tasas con un rendimiento efectivo en torno al 2,7% mensual, el gobierno apuesta a que los exportadores apuren la liquidación de sus divisas para posicionarse en pesos, lo que incrementaría la oferta de dólares en los próximos meses.
¿Más atraso?
El esquema cambiario delineado por el gobierno apunta a llegar a las elecciones parlamentarias de medio término pautadas para octubre sin turbulencias cambiarias y con índices de inflación en caída. En esa línea, el gobierno confía en que la reducción del ritmo de devaluación permitirá apurar la desaceleración de los precios, una tendencia que parece haberse estancado en los últimos meses con índices de inflación del 2,7% en octubre, 2,4% en noviembre y 2,7% en diciembre.
Consciente de que el descenso de la inflación es el principal activo político que tendrá para exhibir durante la campaña electoral, la Casa Rosada tiene como objetivo principal que ya desde febrero los índices empiecen con uno. Sin embargo, la receta elegida no está exenta de efectos colaterales. “Esta baja del crawling peg (devaluación administrada) provocará que el peso se aprecie aún más dado que la inflación va a tardar varios meses en llegar al 1%. De hecho, los servicios, que vienen registrando un ritmo de incremento mensual cómodamente arriba del 4%, son los que menos se verán afectados por esta medida y serán los que dicten la inflación hacia adelante. Con eso, el tipo de cambio oficial se irá apreciando aún más en los meses que vienen”, dijo a El País Tomás Tagle, economista de Empiria Consultores, en Buenos Aires.
Lejos de las proyecciones del gobierno, el último Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) -un promedio de las estimaciones de consultoras y bancos que difunde todos los meses el Banco Central-, indicó que la inflación recién en mayo perforaría el 2% mensual y desde entonces seguiría desacelerándose aunque en forma lenta, con lo que los precios continuarían corriendo más rápido que la devaluación del tipo de cambio oficial por varios meses más. De confirmarse, ese escenario acentuaría la pérdida de competitividad de la economía argentina. El Índice de Tipo de Cambio Real Multilateral, un indicador elaborado por el Banco Central que mide el precio relativo de los bienes y servicios de la economía argentina con respecto al de los de los principales 12 socios comerciales del país, ya se ubica por debajo de 80, un nivel similar al registrado en la previa a los saltos devaluatorios de 2015 y 2023.
Con reservas netas internacionales negativas en el Banco Central y déficit de la cuenta corriente cambiaria desde junio, sumado a un escenario internacional que empieza a mostrarse adverso por la devaluación del real en Brasil, la caída del precio de los commodities agrícolas y las incertidumbres sobre los efectos de la política arancelaria que llevará adelante el gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, la estrategia de seguir atrasando el tipo de cambio como herramienta en la lucha contra la inflación viene despertando objeciones no solo de sectores de la oposición en Argentina, sino también del Fondo Monetario Internacional (FMI) y hasta de economistas ortodoxos como el exministro Domingo Cavallo.
“Cualquiera sea la comparación histórica que se haga, el tipo de cambio actual está atrasado. A tal punto lo está que el sector agropecuario, el más productivo de Argentina, es el que está encabezando los reclamos porque sostiene que su rentabilidad ha desaparecido. Si esto pasa en el sector de mayor productividad, es fácil proyectar la situación por la que están atravesando otros rubros, fundamentalmente la industria. Sin embargo, la meta del gobierno es bajar la inflación a toda costa y para lograrlo está en condiciones de sostener el atraso cambiario este año. Aún con este nivel del dólar, el Banco Central sigue comprando reservas, hay ingreso de capitales gracias al blanqueo, quizás más adelante se sume la llegada de inversiones y está la expectativa de un nuevo acuerdo con el FMI que implique un ingreso de U$S 10.000 millones a U$S 15.000 millones. Con eso, más allá de sus efectos, el ancla cambiaria continuará”, dijo Beker.