Decía en El País la Ec. Bárbara Mainzer tiempo atrás, que lo primero que debe definir la persona antes de invertir son sus objetivos financieros y luego, cuál es su tolerancia al riesgo. Los objetivos pueden ser variados, entre ellos la compra de un inmueble, un auto, el financiamiento de estudios, entre otros.
La tolerancia al riesgo implica cuánto está dispuesto a soportar el inversor respecto a la volatilidad de su inversión. Aspecto distinto es cuánto dinero está dispuesto a perder.
Recuerdo que un inversor me contaba que estaría más dispuesto a concretar una inversión o hacer finiquitar un trato, si el día se presenta soleado. Luce extraño, pero luego corroboré dicho aserto en varias personas.
El contexto familiar y social también influyen en las personas que invierten, hasta incluso si su cuadro favorito perdió el día anterior, tal vez se postergue la decisión de invertir.
El estudio del comportamiento humano en el ámbito financiero, conocido como ´´behavioral finance´´, es un área que viene ganando protagonismo y a la cual hay que prestarle atención. Así, estudios dicen que la tolerancia al riesgo aumenta sin estridencias con las emociones positivas y a la inversa, disminuye con las negativas. Existen otras variables a tener en cuenta a la hora de invertir como la edad, el sexo, la experiencia, el conocimiento del metier y el nivel educativo.
La tolerancia al riesgo puede ser circunstancial y además es personal. Una buena jornada de alguien puede culminar con la inversión en algún activo; por el contrario, un mal día sería desestimulante y no habría concreción.
La persona con expectativas, con esperanza en el futuro va a tender a tolerar más riesgo porque tiene confianza, aspecto clave al invertir. Y hago una digresión aquí: confianza es una palabra esencial en el relacionamiento humano. Este país otorga confianza, es una suerte de sello registrado que con distintos vaivenes se viene dando desde la restauración democrática hasta ahora y eso repercute en los actores económicos del país.
En la actualidad una cosa es promover un edificio en Argentina y otra cosa es promoverlo aquí. Y eso no es culpa de los promotores-desarrolladores argentinos; es responsabilidad de la lista de gobiernos reprobables que viene teniendo el hermano país, donde se hace la vista gorda a la corrupción y la deuda alcanza cifras siderales.
Entre tantos bemoles. Argentina merece un futuro acorde a su gran historia. Aquí gozamos de buena reputación, que se incrementó con el buen manejo de la crisis sanitaria (hemos sido destacados en el mundo). Si a ello le agregamos, una promoción privada seria y profesional, donde el inversor pequeño o no tan pequeño tiene claro que lo que compre lo tendrá no solo materialmente (la unidad o unidades), sino además sin ningún tipo de resabio jurídico, genera un manto de tranquilidad para que el riesgo de invertir en inmuebles se mitigue sustancialmente.
Ya conocemos la volatilidad de los papeles; enriquecen, pero también llevan al caos. Y muchos no están dispuestos a jugar a la ruleta rusa. El que invierte para vivir en un inmueble, no tenga duda que tendrá lo prometido. El que invierte para sacar una renta, alquiler mediante, tendrá su momento y cuando ello acontezca, descontados los gastos, podrá gozar de una utilidad interesante al cabo del año.
La edad juega también un rol determinante: un veterano no estará dispuesto a asumir riesgos innecesarios, porque tal vez no le alcance su vida útil para resarcirse. Invertir en un inmueble lo aleja de la incertidumbre y además queda legado para la generación futura.
El menú está servido y la seriedad y la confianza que brindan los promotores, también. Ojalá siga primando el buen asesoramiento y el olfato personal.