Redacción El País
El viernes 29 de marzo a las 23:59 horas, en plena Semana Santa, un extraño objeto sobrevoló el noreste peninsular y Baleares. Su estela luminosa fue grabada y fotografiada por numerosos aficionados a la astronomía. En un primer momento, desde la Red Investigación Bólidos y Meteoritos (SPMN) del Instituto de Ciencias del Espacio (ICE-CSIC) se sugirió que podría ser un misil balístico, como el que el pasado noviembre detectaron en el golfo de Vizcaya procedente de un ensayo militar en Francia.
Después, científicos de esta red descartaron rápidamente esa posibilidad y apuntaron dos hipótesis sobre el origen de este bólido, denominado SPMN290324ART.
Una era la reentrada de un objeto artificial en órbita terrestre, como algún resto de satélite o cohete espacial, ya que lo posibilitaban las velocidades registradas.
El propio CSIC publicó un comunicado destacando esa opción, e incluso la Fuerza Aérea Alemana (Luftwaffe) llegó a concretar que podría ser un satélite StarLink del multimillonario Elon Musk.
Pero en el mismo comunicado del CSIC, el astrofísico Josep María Trigo, del ICE y coordinador de la SPMN ya apuntaba otra posibilidad: “Medidas precisas de la velocidad del objeto durante la ablación en la atmósfera nos permitirán dilucidar su naturaleza concreta y, particularmente, si pudiese tratarse de un bólido rozador más inusual”.
Esta ha sido finalmente la opción correcta. Una vez analizada la trayectoria y los datos disponibles, los investigadores se decantan por este tipo de objeto, un fragmento de asteroide que se desintegró completamente al entrar en la atmósfera terrestre.
Ni misil ni basura espacial
“No fue un resto de basura espacial -de cohetes o satélites- y mucho menos un misil balístico como se apuntó en un primer momento”, afirma José María Madiedo del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) y director de la Red de Bólidos y Meteoros del Suroeste de Europa que ha investigado el caso.
Según el experto, “al cien por cien” el objeto fue un bólido rozador, llamado así por el tipo de trayectoria que sigue, casi tangencial, que “roza” la atmósfera. Su origen fue una roca, un trozo de asteroide -técnicamente denominado meteoroide-, que al entrar en la atmósfera se vuelve incandescente por el rozamiento. Se estima que debió ser un objeto de tamaño inferior a un metro y probablemente metálico.
La luz consecuencia de esa incandescencia es lo que en astronomía se llama bola de fuego o bólido, en este caso rozador. Así lo señala también ahora la red del ICE en su cuenta de X, además de los cálculos de la red del IAA que lidera Madiedo -uno de los científicos a los que el CSIC pidió un análisis- y de la Red de Detección de Bólidos y Meteoros de la Universidad de Málaga y la Sociedad Malagueña de Astronomía.
El bólido empezó a visualizarse casi sobre la vertical de Perpiñán, en Francia, y luego se dirigió a las Islas Baleares, sobrevolando Girona. A la altura de este archipiélago se perdió, desintegrándose totalmente en la atmósfera terrestre. Ninguno de sus trozos cayó al mar, según Madiedo.
El astrofísico recuerda que los bólidos son usuales, aunque un bólido rozador es mucho menos frecuente. Este en concreto es de “poca relevancia científica”, pero se le ha dado importancia por “el contexto” y la confusión inicial.
Este lunes el Centro de Operación y Vigilancia Espacial (COVE) también confirmó que era un meteoroide, y así se lo comunicó a la ministra de Defensa, Margarita Robles, durante su visita a las instalaciones de este centro del Ministerio del Aire y del Espacio en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid), encargado de vigilar y controlar cualquier objeto espacial que atraviese nuestra atmósfera.
Un artículo de El País de Madrid recuerda que en los últimos años se han multiplicado los “sustos” en el cielo debido a los avistamientos de Fenómenos Atmosféricos No Identificados, generalmente debidos a la extraordinaria actividad de los satélites de Starlink y los cohetes de SpaceX. Los cohetes, en su reentrada, provocan espectaculares imágenes de espirales y medusas luminosas que asustan y fascinan. Y, a veces, el susto está justificado. En noviembre de 2022, China dejó caer sobre la Tierra, fuera de control, un gigantesco módulo de cohete tras uno de sus lanzamientos. La trayectoria de esa caída, sumada a las importantes dimensiones del objeto (un cilindro de 20 toneladas, 30 metros de largo y 5 de ancho), obligaron a las autoridades españolas a ordenar que se quedaran en tierra todos los aviones que pretendían volar en la Península. La NASA condenó los “riesgos innecesarios” provocados por China, aunque el monumental trozo de chatarra espacial acabó cayendo en el Pacífico. (Con información de EFE)