A su ritmo y en libertad

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No es necesario llegar a una consulta popular. Bastaría negociar, lograr un acuerdo y modificar eso de que la bancarización sea obligatoria.

No es necesario llegar a una consulta popular. Bastaría negociar, lograr un acuerdo y modificar eso de que la bancarización sea obligatoria.

El gobierno sostiene que su propuesta permitirá más inclusión, para que gente de todo el abanico social se mueva en plena modernidad en lo referido a cobros, pagos, créditos y demás usos del sistema financiero. Ello implica generalizar las ventajas del capitalismo. Es inclusión, sí, dentro de una economía de mercado. Lo cual no está mal.

Sin embargo, la propuesta presenta dos problemas nada menores. El primero es su obligatoriedad. Hay gente que se pregunta por qué no puede usar su dinero como se lo ocurre y debe usarlo según lo que impone una ley. Cada uno tiene derecho a manejar su dinero como más le sirva, sea anticuado o no. Hay quienes aún hoy esconden sus ahorros debajo del colchón. Allá ellos.

El segundo problema es que los nuevos instrumentos tecnológicos para las operaciones financieras, sean sencillas o complicadas, serán vistos por los usuarios como una forma de vigilancia estatal para tener a la sociedad bajo control. Más allá de si esto es técnicamente posible, el temor se asienta en que desde que el Frente Amplio asumió el gobierno en 2005, la tendencia a fortalecer al Estado en su rol de control sobre los ciudadanos creció a niveles importantes.

El proceso de bancarización es irreversible. En poco tiempo todos estaremos pagando las más mínimas cuentas con tarjetas de crédito, de débito o con mecanismos aún no inventados que no tardarán de llegar.

Justamente porque así será, no hace falta hacerlo obligatorio.

Cada uno a su ritmo y en libertad, verá cuándo y cómo le conviene “modernizarse” en el manejo de su dinero. Cada uno tiene derecho a ser dueño de la forma en que se integrará a este proceso.

Por lo tanto la obligatoriedad (que no es lo mismo que estimular la bancarización) termina atentando contra la libertad de cada persona para manejarse como quiere. La relación de las personas con su dinero es, a fin de cuentas, algo personal.

Cada día son más las empresas que depositan los sueldos en las respectivas cuentas bancarias que luego los empleados retiran del cajero automático. Sin embargo las empresas chicas o las que quedan lejos de servicios bancarios adecuados, prefieren pagar a la vieja usanza: en efectivo y en un sobre a fin de mes.

Esto puede parecer no solo anticuado sino incómodo, pero a veces no hay otra alternativa y en definitiva es problema del empresario y no del Estado. Mientras se pague en fecha y con los correspondientes aportes, a nadie debería importarle cómo se hace.

El uso de la tarjeta se generaliza cada vez más. Al principio las había solo de crédito y ahora las hay de débito. Hace no mucho tiempo, quedaban restaurantes que no aceptaban el pago con tarjeta y más de un turista extranjero pasó un mal momento. Hoy hasta es posible incluir la propina cuando se cierra la cuenta.

Aun así, hay cosas que algunos prefieren pagar al contado. Una forma ordenada aunque primitiva de administrarse era la de repartir el sueldo (en efectivo) en diferentes sobres según su destino. ¿Por qué ahora es obligatorio cambiar métodos caseros pero útiles?

No todos los bancos tienen el mismo fácil acceso desde Internet. Algunos permiten hacer numerosas operaciones con procedimientos sencillos, otros no.

El sistema de cajeros automáticos no siempre ha sido amigable. Sus usuarios pueden no encontrar dinero en el que está cerca y deberá ir a otros demasiado lejanos. La reposición diaria de dinero olvida las zafras de mayor demanda. Así como quienes venden champaña cuidan que no falte para las fiestas de fin de año, o quienes comercializan útiles escolares duplican sus esfuerzos al comenzar el año escolar, también los cajeros deben satisfacer una mayor demanda cuando se cobra el medio aguinaldo. No ocurre así.

Si la gente usa más las tarjetas, lo hace en especial con cuentas de montos grandes. Para el gasto menor queda el efectivo. Sin embargo los cajeros están poniendo menos billetes chicos y más grandes.

Pese a estos inconvenientes a superar, la bancarización es una tendencia irreversible. A ella vamos todos y en muchos sentidos facilitará la vida cotidiana. Si es así, entonces ¿por qué hacerlo obligatorio? ¿Por qué no dejar que cada uno lo haga a su ritmo?

Para convencer, el gobierno además debe trasmitir confianza. Mucha gente siente que estos mecanismos permiten al Estado espiar lo que hace cada uno con su dinero.

Mientras esa libertad y esa confianza no sean reconocidas, los interesados en convocar a una consulta para quitar lo de la “obligatoriedad” encontrarán espacio para su reclamo.

Ante ello hubo reacciones distintas de los partidos. Los colorados dejaron que cada uno decida. No apoyan, pero no van en contra. Luis Laca-lle Pou sí apoya. Entendió las razones de los convocantes y dijo estar con ellos.

No se trata de ir contra un proceso inevitable. Solo es cuestión de dejar que la gente lo haga a su ritmo y en libertad.

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Tomás Linn

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