Si Julio César era un ladrón, ¿A quién le importa? La pregunta no es nueva pero con el tiempo no parece haber perdido su actualidad, si es cierto, como escribió el ensayista norteamericano John Jay Chapman, que ‘la falta de honradez puramente financiera muestra una escasa importancia en la historia de la civilización’” .
Si Julio César era un ladrón, ¿A quién le importa? La pregunta no es nueva pero con el tiempo no parece haber perdido su actualidad, si es cierto, como escribió el ensayista norteamericano John Jay Chapman, que ‘la falta de honradez puramente financiera muestra una escasa importancia en la historia de la civilización’” .
Con este párrafo se abre el libro de Carlo Alberto Brioschi: Malaffare. Breve storia della corruzione (2010). Uno de los políticos que asumió con mayor convicción y desparpajo esta tesis fue el paulista Adhemar de Barros (1901 — 1969).
Hijo de una acomodada familia de cafeteros, se recibió de médico a los 22 años, se especializó en Estados Unidos y Europa; hablaba fluidamente alemán, francés, inglés y español y se dedicó a su profesión hasta 1932, cuando la política se convirtió en su destino. En 1934 fue elegido diputado de San Pablo en el efímero periodo democrático que terminó con el golpe de Getulio Vargas (10 de noviembre de 1937) que instauró el Estado Novo (1937-1945).
El 22 de abril de 1938 Getulio se encuentra en la estación termal de Poços de Caldas (Minas Gerais). Entre el gentío, en una de las tantas fotos del presidente se asoma Adhemar de Barros, destacado por su elegante traje blanco de Lino. Nadie sabía quien era. Lo cierto es que, al día siguiente Vargas llamó a Alzira, su hija y asistente y le dijo que fuera a buscar discretamente a de Barros, le dio su descripción y agregó pícaramente: “Tal vez sea el próximo interventor de San Pablo, por lo tanto nada de indiscreciones.” Barros había sabido conquistar su confianza tan secreta y prudentemente que ni Alzira sabía de su existencia.
Así nació su larga carrera política de más de tres décadas. La historiadora Villamea Cotta lo define así: “Como hombre público, predicaba la defensa de los intereses de los sectores desfavorecidos de la población y, mediante acciones paternalistas, obtuvo el apoyo popular. Su fama de administrador audaz y dinámico creció paralelamente a las acusaciones de corrupción en sus gobiernos.”
Atribuirle una ideología a de Barros sería un concesión generosa. Sus prácticas fueron populistas y a lo largo de su carrera sus alianzas transitaron desde el Partido Comunista de Luis Carlos Prestes hasta los golpistas militares de 1964. Durante su primer gobierno realizó obras importantes para la capital del Estado, abrió carreteras y recorrió las 58 ciudades del interior y las pequeñas villas y pueblos, ignoradas por los anteriores gobernadores.
Su crecimiento político y las crecientes denuncias de corrupción decidieron a Getulio Vargas a destituirlo en junio de 1941. Pero su base política estaba construida y el partido por él creado, el Social Progresista (PSP), se convirtió en la mayor fuerza política del Estado durante décadas. Recuperó su cargo, mediante elecciones para el período 1947-1951 e hizo elegir a su sucesor.
Adhemar de Barros fue de los primeros políticos en comprender la importancia del marketing para reforzar sus acciones políticas y contrarrestar los ataques. Creo frases perdurables, fue omnipresente en la radio, y usó el cine, la prensa y la incipiente televisión. La canción fue otro de sus grandes recursos: Creo un departamento de música popular, dentro de su partido, que tenía en su nómina a varios de los artistas más populares como Nelson Gonçalves, el segundo mayor vendedor de discos de la historia de Brasil y compositores célebres como Herivelto de Oliveira Martins, autor de “A caixinha do Adhemar” (la cajita de Adhemar), cantada por Gonçalves referida a cajita donde Adhemar guardaba el producto de sus robos: “Deja que hablen cuanto quieran […]/Esa gente no tiene nada que hacer / hace de todo pero no cumple con su deber / ellos engordan tiburones / la cajita defiende el bienestar de millones.”
Esta dialéctica quedó consagrada con el célebre slogan “Rouba mas faz” (Roba, pero hace), que Adhemar dejó correr con fruición. Su estrella sufrió un revés en 1954 cuando Janio Cuadros basó su campaña en “barrer la corrupción” de la política; la gente concurría a sus manifestaciones con escobas.
El proceso electoral coincidió con la publicación de diecisiete artículos de un respetado periodista e intelectual, Paulo Duarte, quien denunció como “toda la máquina del Estado era usada como propiedad” privada de Adhemar y recibía coimas de todo tipo por compras fraudulentas y aportes de los capos del juego clandestino (o jogo do bicho).
Adhemar perdió las elecciones por el mínimo margen de dieciocho mil votos. Se le inició un juicio por el que fue procesado, en marzo de 1956, a dos años de prisión, pero para ese momento se había ”exiliado” prudentemente en Bolivia y luego en Paraguay.
Con un batallón de abogados a su servicio logró regresar, libre, a San Pablo. Miles de personas le esperaban en el aeropuerto de Congonhas y le acompañaron a pie, en una marcha de cuatro horas, hasta la Catedral de Sè donde se celebró una misa de acción de gracias.
Pronunció dolidos discursos de hombre perseguido: “En el Brasil solo hay dos soluciones para el hombre político: quedarse quieto y pasar por honesto o hacer cosas y pasar por ladrón.”
Fue electo como alcalde entre 1957 y 1961, perdió la gobernación en el 58, nuevamente por un pequeño margen de votos, pero volvió a ganarla en 1962.
Sin embargo, San Pablo fue su techo y la presidencia un sueño inalcanzable, se presentó en 1955 y 1960 y en ambas quedó en el tercer lugar. Aunque había sido uno de sus promotores del golpe militar de 1964, el régimen le quitó el cargo, sus derechos políticos y le confiscó todas sus condecoraciones. Falleció en París el 12 de marzo de 1969. Un cortejo fúnebre de diez kilómetros le acompaño al cementerio da Consolação en San Pablo.
Pero la historia del hombre que “Rouba, mas faz” tendría otra vuelta de tuerca. El 18 de julio de aquel mismo año, un grupo guerrillero, copó la casa de su amante, Ana Capriglioni y encontró la famosa caixinha. Se llevaron más de dos millones y medio de dólares. La planificación del asalto y la gestión de ese dinero estuvo a cargo de una guerrillera de veintiún años: Dilma Rousseff.