Este año se cumplen 300 años del nacimiento de Adam Smith, una de las figuras estelares de la Ilustración, sobre la que pesa para casi todos los economistas el título de padre de su ciencia y para muchos cientistas sociales también el de padre del liberalismo. En tiempos en que es casi un lugar común hablar de la crisis de la doctrina liberal vale indagar en la vigencia del pensamiento del autor de la Riqueza de las Naciones, pero hoy vamos a comenzar por los principales mojones de su biografía.
Adam Smith nació (o fue bautizado) el 5 de junio de 1723 en el pequeño pueblo de Kirkcaldy en Escocia, en el seno de una familia de ingresos medios. Nunca llegó a conocer a su padre, que falleció antes de su llegada al mundo y su madre lo acompañó a lo largo de casi toda su vida, alcanzando una ancianidad poco común en el siglo XVIII. Aunque se conoce poco del contenido de sus estudios formales en la Universidad de Glasgow primero y de Oxford posteriormente, sabemos que el profesor de filosofía moral Francis Hutcheson y quien sería su gran amigo David Hume fueron las influencias preponderantes. Es célebre la anécdota acerca de que Smith fue severamente reprendido en Oxford por habérsele encontrado en su habitación el libro de Hume Tratado sobre la naturaleza humana, considerado herético en su época.
Entre 1748 y 1751 dictó una serie de cursos en Edimburgo que varios expertos piensan que fue la oportunidad en que Smith comenzó a sentar las bases de su pensamiento sobre la “ciencia del hombre”, en especial respecto a lo que luego se conocieron como sus lecciones de retórica y jurisprudencia. Luego vendría el período que él mismo describiría como “el más útil, feliz y honorable” de su vida, entre 1751 y 1763, en que fue profesor primero de Lógica y Metafísica y luego de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. De esa etapa data también el trabajo para la publicación de La teoría de los sentimientos morales, una obra en que se plasman las preocupaciones éticas del autor.
A partir de 1764 Smith aceptó la posición de tutor del Duque de Buccleuch, lo que lo llevó hasta 1766 a un viaje por Europa, en que se destacó la estadía en Francia en que trabó relación con los “economistas” fisiócratas y su visión de “lais-sez faire, laissez passer”. La década siguiente la dedicó fundamentalmente a escribir la obra por la que es célebre hasta nuestros días, La Riqueza de las Naciones, primero en una larga estadía en su Kirkcaldy natal y posteriormente tres años en Londres, publicándola en 1776.
En estricta justicia puede afirmarse que es el libro más importante en la historia de la ciencia económica, no solo porque comprende el primer estudio sistemático, completo y mayormente coherente de su objeto de estudio, sino porque en su abordaje del orden espontáneo planteó el problema económico en su punto justo. La tantas veces mal comprendida metáfora de la mano invisible apunta justamente a la clave del funcionamiento de la economía de mercado, al señalar cómo cada persona siguiendo su propio interés contribuye al bienestar general de mejor forma que si se lo hubiera propuesto directamente.
Smith pasó sus últimos años corrigiendo sus libros en nuevas ediciones, escribiendo siempre lenta y meticulosamente. Su tricentenario nos dará la oportunidad de seguir visitando su formidable obra.