Escribir sobre el fin de año es un poco como escribir en el aire, porque quien escribe regularmente lo hace para ser leído o con la esperanza de ser leído y estas fechas no son las más propicias para la lectura; no habrá muchos lectores.
Pero también reconozco que pueda existir cierta expectativa respecto a que el escritor se refiera al fin del año y comienzo del que viene. Convengamos que lo esperado o esperable en estos centímetros finales del calendario sea -para no perturbar la rutina de los convencionalismos- hablar del fin del año como un tiempo apto para el balance; pasar raya, evaluar y pronosticar ¿ventura? para el año que viene.
El balance del año viejo y los augurios para el año nuevo están atados entre sí: uno refiere al otro. En consecuencia deberíamos preguntarnos cómo le fue al Uruguay en el año que ha transcurrido y qué esperamos o proyectamos para el año que está por empezar.
Lo que pasa es que no se puede hablar así del Uruguay como si fuera un todo homogéneo que sube o baja al unísono, le va bien o le va mal en conjunto y de forma simultánea. Para algunos uruguayos el año que pasó ha sido bueno y para otros habrá sido un año particularmente malo.
No son de fiar aquellos que simplifican y engloban todo bajo un mismo rótulo. Por ejemplo, los que sin vacilaciones afirman que al pueblo uruguayo le fue así o le fue asá. Aquellos que engloban todo en un mismo paquete generalmente se presentan a sí mismos como los que saben qué o cuál es el pueblo uruguayo y, sobre todo, saben mejor que nadie lo que al pueblo le conviene. Ellos son los intérpretes verdaderos del pueblo, los que conocen sus anhelos y sus necesidades. De sentirse únicos interpretes a sentirse conductores hay un solo paso. Esto me parece sustento suficiente como para extenderles mi desconfianza.
Pero, en fin, en este fin de año, que será de festejo para algunos uruguayos y de lamento para otros, de todas formas se pueden formular votos y deseos de que el año que viene sea mejor. Pero, otra vez: ¿mejor para quién?
No obstante esta dificultad inicial, se puede, con todo, buscar algo que pueda ser bueno para todos, para el Uruguay tomado en su conjunto y para todos los uruguayos en particular. ¿No podríamos, por ejemplo, hacer votos para que el Uruguay tomado como un todo y los uruguayos en particular fuésemos más libres? No es poca cosa.
Pero, habida cuenta de los vientos que soplan, quizá fuese más apropiado proponernos un deseo y un propósito de un país más tolerante. Sería muy bueno para todos. Además, si uno lo piensa un poco, las dos cosas van juntas: tolerancia y libertad.
Que el año que viene el Uruguay sea un país donde se respete lo que piensan los demás. Eso quiere decir, un país sin censores ideológicos, sin comisarios políticos, sin descalificadores de oficio. Sin tanto voluntario para la persecución en las redes sociales.
Deseo para el Uruguay, para todos los uruguayos, un año que viene más libre y, a la vez, más respetuoso, con más independencia de criterio, más suelto respecto de lo políticamente correcto, con menos arrebañamiento y más iniciativa individual, con menos ceño fruncido y más sonrisas.