48 horas y 40 años de libertad

Compartir esta noticia

Carlos Steneri murió 10 días antes del balotaje. Un símbolo. Steneri era profundo y claro, doctrinario y práctico, lechero y estadista. Era profesor en sus notas y era maestro en sus diálogos.

No ocultaba su filosofía humanista y su militancia batllista, pero servía sin cintillo al Estado. Protagonista en la solución de las peores 48 horas de la crisis del 2002, del 31 de julio al 2 de agosto, su experiencia negociadora en Washington fue clave para evitar la cesación de pagos, como lo fue la capacidad del presidente Batlle para hablarle duro en alemán al director del FMI.

En rigor, Steneri encarnaba un tipo uruguayo que viene desde los albores del siglo XIX y deberá no desaparecer jamás: el tipo que mira lejos y piensa hondo, pero no se aísla en torre de marfil “intelectual”, el tipo que reflexiona creando y crea liberándose hasta de sí mismo, por mor del interés general y el bien público, el tipo que, siendo economista, cuando Emiliano Cotelo lo interrogó sobre su hazaña técnica, respondió con señorío y humildad: “Los resultados no dependen solo de la calidad de la política económica que uno promueva, sino de la actitud del cuerpo político que está detrás, que en definitiva es la condición suficiente para que esos resultados sean posibles”.

Pronunciada por uno de los triunfadores de las 48 horas que en 2002 decidieron un futuro sólido que nos llega hasta hoy, ese apotegma debería inspirarnos a todos en las 48 horas de meditación que preludian el balotaje, en el clásico último domingo de noviembre, florecido de jacarandás.

Puesto que estamos viviendo otras 48 horas que han de ser decisivas para el país, tengamos presente la enseñanza de que el buen o mal desenlace no depende tanto del acierto de la política económica como de “la actitud del cuerpo político”: es decir, depende de la grandeza de los ideales, la firmeza de los principios, la calidad de las personas, la voluntad de lucha. Depende de lo que sepamos elegir.

Enseñanzas de ese nivel dejadas por quien acaba de partir nos parecen mucho más inspiradoras que el regreso de José Mujica a la coprolalia -del griego kopros, excremento, lalia, habla- que se da de patadas con su propensión al lenguaje sentencioso y proverbial, que algunas veces concita la aprobación de sus adversarios. Tal propensión ningún bien le hace al necesario diálogo nacional, reclamado a gritos por los resultados de la primera vuelta electoral.

Ese diálogo, sin fanatismos, es la pieza que nos falta para terminar de llenar de aire y júbilo los pulmones de una ciudadanía que, por encima de partidos, ha de celebrar en estas horas 40 años de los comicios que le devolvieron vigencia a la Constitución.

Como dijimos tiempo atrás, desde el fin de la Guerra de 1904 hasta el golpe de Estado de Gabriel Terra -31 de marzo de 1933- corrieron 29 años; y desde 1943 -regreso a la democracia- hasta el 27 de junio de 1973 -golpe de Estado de Bordaberry- corrieron 30 años. Por tanto, es la primera vez que la República celebra 40 años continuos de regularidad institucional.

Rindámosle homenaje a los fundadores de esta etapa, Julio M. Sanguinetti, Enrique Tarigo, Wilson Ferreira Aldunate y Líber Seregni. Evoquemos el sacrificio de los muchos perseguidos que aherrojó y mató la dictadura. Y sobre todo, sintamos que sin espíritu abierto y sin fraternidad, ningún futuro está garantido.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar