Este año se cumple medio siglo de que Friedrich Hayek recibiera el premio Nobel de Economía “por su trabajo pionero en la teoría del dinero y las fluctuaciones económicas y por su análisis penetrante de la interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e institucionales”. La ocasión es propicia para repasar el contexto y el discurso de aceptación de Hayek.
En 1974 el jurado otorgó el premio Nobel a dos economistas que se encontraban en las antípodas del pensamiento. Junto a Hayek fue galardonado el economista sueco Gunnar Myrdal, quien afirmó que un premio que se le pudiera otorgar a Friedman y Hayek debía ser abolido. En cualquier caso, es claro que se quiso balancear el reconocimiento a uno de los más importantes economistas liberales de su siglo emparejándolo con otro keynesiano de tendencias socialistas.
Los comienzos de los setenta fueron un período especialmente propicio para reconocer al gran economista liberal. Luego de décadas de predominio keynesiano su aplicación práctica se encontraba en un callejón sin salida. El estancamiento económico con alta inflación no tenía remedio con las recetas expansivas keynesianas y la mirada en búsqueda de alternativas viró hacia los olvidados liberales. La escuela de Chicago, liderada por Milton Friedman y la austríaca, por ese entonces liderada por Hayek, recobraron prestigio intelectual rápidamente y en el terreno político aparecieron quienes estaban dispuestos a hacerles caso.
En su discurso para el Nobel Hayek destacó como un error la política económica surgida de una teoría que se basa en la correlación entre variables agregadas simplemente porque estaban disponibles: “La teoría que ha presidido la política monetaria y financiera durante los últimos treinta años -y que, en mi opinión, es en gran parte resultado de una errónea concepción del procedimiento científico- se centra en la afirmación de que existe una correlación simple entre pleno empleo y demanda global de bienes y servicios, lo que induce a creer que se puede asegurar de un modo permanente el pleno empleo siempre que se mantenga el gasto total de dinero a un nivel conveniente.” Hayek pensaba que era mejor encontrar teorías con mejores fundamentos, aunque no tuviéramos la evidencia completa, que basarnos en teorías equivocadas adaptadas a la información disponible.
Este punto sigue teniendo gran importancia: la idea de que a las ciencias sociales pueden aplicarse las mismas reglas que a las ciencias naturales es un profundo error teórico de terribles consecuencias prácticas.
En esa misma disertación Hayek también destaca uno de sus temas clásicos, la fatal arrogancia de la que debe huir quien estudia la sociedad. En una síntesis de su pensamiento que bien vale la pena citar, cerramos este artículo con la misma frase con que Hayek culminó su discurso: “El reconocimiento de unos límites infranqueables en su capacidad de conocer debe dar al estudioso de la sociedad una lección de humildad que le impida convertirse en cómplice del funesto esfuerzo del hombre por controlar la sociedad, esfuerzo que no solo lo convertiría en un tirano de los demás, sino que inclu- so podría llevarle a la destrucción de una civilización que no ha construido ningún cerebro, sino que ha surgido de los esfuerzos libres de millones de individuos.”