Inhibitio es una palabra latina que significa la “acción de remar hacia atrás”.
Si hablamos de las lecturas, aprendizajes y consecuencias de la victoria de Donald Trump, en la desinhibición encontramos una explicación a su fenómeno, sus consecuencias, y a los movimientos que descubrieron en el trumpismo una brújula descalibrada.
Actuar de manera desinhibida, con espontaneidad (genuina o impostada), es una de las marcas de la política de las últimas décadas. Si algo ha logrado Trump, aunque primero fue Silvio Berlusconi, y luego Viktor Orbán, Jair Bolsonaro, Javier Milei, entre otros, ha sido moverse en el espacio público-tecnológico, de tal forma que sus comentarios y sus comportamientos se naturalicen, no se tomen del todo en serio, ni mucho menos de forma literal, y poner a sus adversarios en un brete. Lo que se le tolera a Trump & cía. no se le acepta al resto y la desinhibición pasó, para algunos, de ser un costo a un activo político.
El triunfo total de Trump en las elecciones fue, en parte, una revalidación de su estilo. También fue la enésima muestra de que cuando a la gente le tocan el bolsillo, el dolor llega como un rayo y se va a paso de tortuga. Ya lo preguntó alguien: ¿qué pesa más, una heladera o la democracia? Conviene que algunas interrogantes mantengan la etiqueta de retóricas.
A los que preferimos la combinación de líderes responsables, magnánimos y eficientes, los del tipo de Trump nos incomodan. ¿No podría gobernar sin impulsar el odio, la división, y el rechazo a todo lo que no le profese idolatría? ¿No podría intentar llegar al poder sin mentir, desinformar y divulgar teorías de la conspiración?
Los que se babean, y no son pocos, con Trump y sus secuaces (los Milei, las Meloni, las Le Pen… la lista es larga), ¿querrían esa clase de políticos en su país? ¿Cuál oscura pulsión sacan a flote mientras atestiguan los excesos de una camada de líderes vulgares que azuza diferencias y fractura sociedades? ¿Qué dirán cuando Trump acentúe su desinhibición racista, y autoritaria? ¿Y cuando Elon Musk tenga más poder político?
Parte de la explicación, intuyo, es que se regodean con destruir todo lo que huela a izquierda o progresismo para conseguir el poder y por el mero hecho de hacerlo. Es válido que prefieran que no gobierne gente que piensa diferente, pero como la izquierda y el progresismo no van a desaparecer, ¿para qué romper todos los puentes?
¿Cuál debería ser la respuesta a los Trump & cía.? No parece ser la de atrincherarse en posturas que aplauden unos pocos y alienan al resto. No parece ser la de pensar que los trumpistas y sus acólitos son unos monstruos. Ni creer que el bando perdedor es un incomprendido y que basta con apurar el paso en la misma dirección. Error.
Debe haber una comprensión del movimiento ideológico, sin olvidar que la inmensa mayoría no tiene tiempo (o ganas) de informarse, mucho menos de preocuparse por las amenazas a la democracia liberal, y tampoco se desvive por algunos derechos de algunas minorías, ni la protección de los delfines y los bosques. La masa quiere una cosa: vivir tranquila. El otro lado también tiene que desinhibirse para soltar amarras intelectualoides, dejar de echarle la culpa al sistema, que tiene sus fallos y sus excesos, y evitar cambios radicales que terminan mal, porque la gente si de algo se cansó, es de los experimentos. En lugar de denostar a la nueva derecha populista y a sus votantes, se harían un favor a sí mismos si dejaran de dar lecciones de moral, si se concentraran menos en cuestiones culturales y más en temas económicos, y se esforzaran en acercarse al otro, entenderlo y tomárselo en serio.
Los números, en Estados Unidos y en el mundo, evidencian el crecimiento de los que ven con buenos ojos contar con un líder fuerte, dispuesto a saltarse reglas, y que gobierne sin limitaciones ni contrapesos. El cambio ya se dio y es, por ahora y con matices, una realidad.
¿Cómo adaptarse y canalizar de manera responsable la insatisfacción con las elites? Si en la batalla cultural global, de un lado hay un progresismo radical embanderado con discusiones infantiles y, del otro, una derecha populista de tintes antidemocráticos, los que estamos en el medio, no tengo dudas, somos muchos. En el medio, pero no neutrales, aunque tengamos el dilema de pecar de silenciosos.
Es necesario articular una visión alternativa donde se pueda domar la insatisfacción y la rabia que consumen a tantos sin olvidar el respeto a la ley y regenerando una confianza bastardeada que erosiona, a brazadas agigantadas, la fe en el sistema. Es mejor templar el statu quo antes que la tormenta nos agarre desprevenidos.
La derrota impone humildad; la victoria, grandeza. La receta no es una quimera (o sí). La frustración se reduce cuando la gente piensa que su gobierno es eficaz. Para ello se necesitan conductores que no pierdan el espíritu crítico, políticas públicas que funcionen y una dosis de épica narrativa.
En tiempos de incertidumbre, inseguridad e ignorancia, inescrupulosos de diferente tenor se transforman en tiburones que almuerzan en una pecera. Toca remar, contra la corriente, hasta que la marea cambie.