Adversarios no enemigos

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Hemos sido testigos de una campaña electoral con muy poca sustancia en la que hubo críticas al adversario, burlas, acusaciones y la discusión dejó de ser un análisis de ideas y planes a seguir para quedar en una penosa llanura. Me pregunto qué espera un votante al emitir su voluntad para la elección de un nuevo Gobierno. Probablemente, hacerlo en favor de quien presente alternativas que puedan influir en mejorar su diario vivir.

Los adversarios políticos no son enemigos, es más, en muchos casos hasta tienen objetivos comunes pero difieren en los caminos que consideran aptos para lograr las metas.

El país es uno sólo, los enfrentamientos entre conciudadanos sólo producen estancamiento, separaciones, resentimientos, envidias y hasta odios, nada de eso tiene consecuencias positivas para ninguna de las partes.

Tratarse como enemigos, sólo porque el origen partidario es diferente, limita un intercambio que puede enriquecer el razonamiento de cualquiera.

Convertir la contienda política en una cancha donde sólo hay ganadores y perdedores minimiza las posibilidades de éxito en la conducción del país y quizá lo más llamativo es que aquellos que sólo pudieron mostrar violencia en la campaña, llegan entre sí a acuerdos plasmados en leyes poco discutidas, en sus fundamentos y, sobre todo, en la coherencia del sistema.

Poco se argumentó, previo a la elección, sobre los medios y herramientas que harían posible las muy variadas promesas tendientes a encantar a los votantes con ilusiones poco fundadas.

Los recursos genuinos del Estado sólo provienen del sector privado, sea porque se genera riqueza a través de la inversión nacional o extranjera, incrementando así la recaudación sin aumentar la presión tributaria o acrecentando el peso tributario provocando un menor ahorro nacional y desestimulando la inversión extranjera.

Claro que el Estado puede gastar más que lo que sus ingresos genuinos le permiten, emitiendo moneda y generando inflación o aumentando la deuda para que lo paguen las generaciones futuras. Esto es exactamente la base del populismo, ya que las prestaciones así otorgadas a quienes el Gobierno de turno favorezca sólo están desfinanciando el Erario y en definitiva empobreciendo el país.

El Estado debe minimizar sus costos operativos, eliminar oficinas que sólo se mantienen porque existen en el Presupuesto del año anterior y se les adjudica un monto ajustado para el futuro, sin hacer la menor autocrítica para ver si se pueden eliminar, redistribuir las personas en actividades útiles y, por lo tanto, restringir las personas que ingresen a la Administración.

Tratemos de hacer el esfuerzo, unos y otros gobernantes y oposición de planificar un Presupuesto justo, financiado y eficiente, sin aumentar la presión tributaria sobre quienes no pueden elegir llevar sus inversiones hacia un estado que no implique un peso insoportable. En definitiva, serán las pequeñas y microempresas, los profesionales, la clase media y quienes de ellos dependen quienes se verán perjudicados con el aumento de impuestos o el incremento de sus tasas.

La responsabilidad de conducción del Gobierno es del partido que ganó las elecciones y la responsabilidad de una oposición seria y constructiva de aquellos quienes no lograron el éxito, así serán juzgados en cinco años.

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