Agenda de obligaciones

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A medida que avanza este año electoral resulta cada vez más curioso cómo distintos actores políticos de la oposición al gobierno manejan conceptos vagos y etéreos a la hora de intentar seducir al elector.

A veces hablan de la “felicidad de la gente”, en otras oportunidades de “fortalecer o seguir profundizando la agenda de derechos”.

Es bien sabido que una vez caído el muro se hizo difícil la changa de salir a defender de frente la lucha de clases, el materialismo dialéctico, y el determinismo histórico.

Casi todo el mundo espabiló -menos en nuestra comarca que tiene la manía de oficiar como reserva histórico-ideológica de ideas perimidas- dándose cuenta por un rato que el comunismo y el socialismo real eran el mal materializado en la tierra.

La primavera que auguraba el fin de las ideologías duró poco.

El choque de civilizaciones se hizo patente con los atentados del 11 de setiembre de 2001 en Nueva York, y a ese baño de cruda realidad se le sumó que los voluntarismos comenzaban a superar su crisis existencial dada por la implosión del socialismo real con la hábil apropiación de las vindicaciones identitarias.

Tanto suceso ha tenido dicho proceso, que con la efervescencia y esperanza -siempre cargadas de nostalgia, como debe ser- que ha dado la renovación del vale ideológico a personas, movimientos, organizaciones nacionales y supranacionales, la incoherencia del combo parece no hacerles ni mella.

Es así como en cualquier manifestación o discurso podremos ver portar, defender, y hacer coincidir símbolos y/o consignas que trasladadas a su contexto original no podrían estar juntas ni por una milésima de segundo.

Pero no importa, Castro, ese genio perverso caribeño, nos legó estas dos pestes: la asimilación de lo identitario con el voluntarismo como mecanismo de revitalización de las “izquierdas” mediante el foro de San Pablo y el grupo de Puebla, y el desatino de Chávez y Maduro, con sus nefastas consecuencias humanitarias.

Esto generó gran optimismo y la ilusión de que el camino al paraíso socialista que otrora se recorría mediante la frontal lucha contra el imperio y los dueños de los medios de producción, ahora se podría hacer de forma más alegre y colorida: defendiendo los derechos de las minorías. Eso si cancelando a todo lo que se mueva que se sirva disentir, incluidos el derecho natural, y los derechos de las mayorías.

Porque el dogma voluntarista no admite dudas: agenda de derechos para todas y todos ya. Cueste lo que cueste. Pague quien pague.

Y es así como empezamos a ver la decadencia política de aquel otrora Occidente bien pensante. El buenismo cooptó a la moderación. El miedo a ser cancelado hizo que partidos y organizaciones de centro y de centro derecha se llenaran de complejos y también comenzaran a hablar de agenda de derechos. Como si asimilar el desatino fuera un activo.

Señores, cuando uno no sabe quién paga la fiesta, es porque la está pagando una misma.

Es hora de madurar.

Es hora de hablar de agenda de obligaciones.

Las personas, las familias, las empresas, las organizaciones, e incluso los países, salen adelante trabajando.

El ocio no trae prosperidad.

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