Cristina Fernández heredó en 2007 de su marido un superávit primario de 3,2% y reservas por 45 mil millones de dólares y una economía que crecía a tasas de 8%.
Ocho años después la Presidenta tenía logros en materia social para mostrar. La mayor parte de las mejoras del bienestar de la sociedad argentina ocurrieron entre 2003 y 2011 fruto de la enorme expansión económica esos años, pero también hubo políticas muy valoradas por la sociedad desde el cristinismo.
El problema es que solo un niño puede creer que a un gobierno solo hay que evaluarlo por las cosas que efectivamente suceden en los años que gobierna. Esto es un horror en al menos dos sentidos; no considera la suerte de enfrentar coyunturas más o menos favorables (todos los gobiernos de América Latina fueron “buenos” entre 2003 y 2011); y no mira el daño o aportes para el largo plazo. Los gobiernos hacen muy pocas cosas realmente importantes que tengan frutos en el mismo período.
Lo que entregó Cristina Kirchner fueron los cimientos de la debacle social protagonizada por Macri y Alberto. Pasó la patata caliente de una economía que no crecía hacía casi cuatro años, reservas reducidas a la mitad, una inflación cercana al 40%, un gasto público disparado a más de 30% del PBI y un déficit de más de 4%. Es cierto que con Cristina aún no se vio el deterioro del nivel de vida que sucedió en Argentina desde 2017; pero no tengo dudas que las causas más importantes de los fracasos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández hay que buscarlas en esta destrucción de los cimientos e incentivos económicos.
Con algunos gobiernos sucede lo opuesto. La semana pasada me tocó presentar un libro que analiza el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera de 1990 a 1995. Sin dudas un gobierno con una agenda muy nítida y proactiva. No es ni remotamente un período sin mejoras concretas: la baja de la pobreza y del desempleo son los dos indicadores de bienestar más tangibles que mejoraron esos cinco años. Pero el corazón de este gobierno no fue eso, sino su marca en las discusiones y rumbo del Uruguay en las siguientes décadas.
Casi cuarenta años nos tomó terminar de soltar el modelo ISI y muchas de las prácticas de dicha época. La lógica de que el orden macroeconómico es una condición necesaria, de que Uruguay tiene que abrirse al mundo y que no podemos apostar a una economía industrialista subsidiada y protegida terminó de triunfar en este gobierno. Luego del mismo no volvió a ser puesta en cuestión seriamente.
¿Por qué Uruguay se desacopló tan favorablemente de la trayectoria económica argentina? Hay varias razones, pero creo que la verdad fundamental al respecto es haber podido laudar discusiones que, sobre todo durante los mandatos de Cristina Kirchner, se volvieron a instalar allende el Plata.
Quienes quieren defender un gobierno suelen poner mucho énfasis en los indicadores durante ese mandato. Una discusión más compleja, pero sin duda más al fondo del asunto, sería buscar los legados verdaderos de los gobiernos en el mediano y largo plazo. Nada tan importante cambia en cuatro o cinco años. Nada tan importante hacen los gobiernos si los frutos pueden ser vistos en el propio período.