Participar en el juego de la democracia liberal no significa estar de acuerdo con ella”, esto decía en los 90 algún destacado político uruguayo.
Todo el patético espectáculo de Trump me recordó aquella cita. Reivindicar y utilizar la democracia cuando ésta favorece mis ambiciones políticas no tiene mérito alguno. Es muy fácil “ser demócrata” mientras ganó elecciones y poder. Tampoco es una virtud acatar un resultado adverso cuando no tengo otras alternativas, menos aún si las intenté y fracasé.
La democracia no es sobre las mayoríasimponiendo sus deseos, este mayoritarismo está muy lejos de la noción de democracia que tenemos en países como Uruguay. La democracia liberal claro que genera mecanismos para que las mayorías ejerzan sus preferencias, pero tiene dos características que son las que la distinguen. En muchos sistemas totalitarios las mayorías respaldan abrumadoramente a los gobernantes. Lo novedoso de la democracia liberal son las garantías para las minorías, y los contrapesos que limitan a los poderes. Los padres fundadores de EEUU estaban obsesionados con estos instrumentos que evitarían la tiranía.
La actitud del ex Presidente Trump estas últimas semanas demuestra, como si hiciera falta, que su compromiso no era con la democracia en este sentido liberal. Trump llamó personalmente al principal funcionario electoral de Georgia y le pidió que “encontrara” 11.780 votos suyos que le permitirían anular la elección en dicho estado. Mucho más difundido fue su penosa arenga de fanáticos al capitolio en la búsqueda de que este no confirmara el resultado que no lo favorecía. También presionó hasta donde pudo a la justicia y a su propio vicepresidente tratando de que tomaran acciones que le evitaran reconocer la derrota.
Queda bien claro que Trump acepta el resultado porque no tiene más alternativa, porque las instituciones de EEUU son suficientemente fuertes y soportaron las tensiones. Otro hubiera sido el desenlace de “un Trump” en países con instituciones más endebles.
En Venezuela vemos esto muy claro. El chavismo nunca creyó realmente en la democracia, no creía cuando ganaba elecciones ni cuando las comenzó a perder. Su apego a la democracia era el apego a una lógica de acumulación política que los favorecía circunstancialmente. Mientras ganaron avasallaron los derechos de las minorías y minaron los contrapesos que representa la separación de poderes, por ejemplo. Cuando perdieron las elecciones de la Asamblea Nacional en 2015 ya ni el sentido mayoritarista de la democracia respetaron. Procedieron a desconocer las nuevas mayorías con el apoyo de un sistema judicial servil y, sobre todo, gracias al apoyo de unas fuerzas armadas absolutamente partidistas.No es que se deterioró la vocación democrática chavista en 2015, simplemente sucedió que la derrota electoral la dejó al desnudo..
Trump es un nuevo recordatorio de que los populistas y los enemigos de la democracia liberal se esconden muchas veces en ella. Participar de la misma no es prueba de nada, menos aún lograr poder a través de ella. La próxima vez que aparezca un líder o movimiento que desprecia las aburridas instituciones recordemos esta lección que una y otra vez nos da la historia.